Capítulo 7

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Todo estaba oscuro por un momento, no podía sentir mi cuerpo y mi conciencia ya no estaba. Me había desmayado.

Abro lentamente los ojos y el dolor de mi cuerpo era insoportable. Concentré todo mi esfuerzo en moverme y pegarme contra la pared. Puedo sentir un líquido caer por mi nuca y lentamente pongo mi mano en esa zona, terminando por averiguar que es la sangre que corría de mi cabeza. Debo haberme golpeado contra el suelo al momento de caer; me sorprende que aún siga vivo. Siento un pequeño dolor en el cuerpo y emito un ruido de molestia, miro mis manos y observo fijamente la sangre en mis manos y recuerdo el porqué estoy en esta situación. Rápidamente miro hacia la puerta a mi lado y no puedo encontrar a esa mujer. Ya no está. Rápidamente giro la mirada y aquella sangre que inundaba la bañera ya no estaba, lo mismo con esa frase escrita con sangre. Me estaba volviendo loco, me sentí frustrado, desesperado pero no sabía qué hacer para que todo esto se detuviera.

Busco mi bastón con la mirada para levantarme y solo puedo ver un palo partido en dos.

―Mierda...

Tuve que dar mi mayor esfuerzo para levantarme, sentí mi espalda partirse en dos y mis rodillas tambalear como si quisieran escaparse y comenzar su vida. Todo era tan difícil. Me pegué a la pared y comencé a caminar, abrí la puerta y salí de inmediato del baño, ya no quería estar allí dentro. Abro la puerta de mi habitación, entro y me arrodillo lentamente para buscar debajo de la cama un palo de madera con clavos a sus lados, lo suelo mantener allí para defenderme de cualquier situación, aunque hasta ahora nunca hizo falta sacarlo. Lo tomo y lo uso como bastón, me levanto con mucho esfuerzo y voy camino a la cocina, pero en su trayecto decidí entrar al cuarto de lectura.

Abro la puerta y mi primera observación es lo vacío que se siente el cuarto, las paredes viejas y la poca luz que entra gracias a la oscura noche, lo vuelve tétrico y debemos sumarle que por alguna razón se siente frío. No es ese frío que congela, es ese frío que incomoda. Doy un paso adelante, me detengo un momento a pensar en qué se supone que debo hacer ahora. Las opciones eran: sentarme a leer un libro y esperar a que pareciera como la vez pasada y poder atacarla en ese momento o simplemente observar la casa de los Coldwell. Camino hacia el asiento que está a un lado de la pequeña mesa y se me ocurre una idea.

Pondría un pequeño espejo encima de la mesa en una posición que no fuera tan notoria para poder observarla mejor en caso de que apareciera otra vez. Decido salir rápidamente e ir a mi habitación. Las cajas dentro de mi clóset contienen algunas cosas de mi esposa e hija como algunas prendas, cosas de maquillaje, cartas y fotografías. Sé que en una de las cajas guardo un pequeño espejo redondo de mi hija que no debe ser más grande que la palma de mi mano. Abro el clóset y saco las cajas, me arrodillo lentamente y con mucho dolor para revisarlas. La caja más grande estaba llena de ropa, así que la descarté de inmediato. Ahora reviso la caja pequeña y comienzo a sacar un cuaderno que contiene dibujos y fotografías dentro, lo dejo a un lado y puedo observar cosméticos de maquillaje con mucho polvo, perfumes, juguetes pequeños, un set de cartas que solíamos jugar cuando teníamos tiempo, una cadena con un colgante de Cristo, el cual decido colocarme, y finalmente encuentro el espejo pequeño. Estaba roto pero podía verse claramente a pesar de los cortes en los vidrios.

Comienzo a guardar todas las cosas en su debido lugar y, antes de colocar el cuaderno lleno de fotografías y dibujos, comienzo a revisarlo; la nostalgia invadió mi corazón. Los buenos recuerdos dolían en lo más profundo. Algunas fotografías de mi esposa y otras de algunos viajes que realizamos, pero la que más dolía era mi favorita. Aquella fotografía en la que salíamos los tres sonriendo fuera de nuestra antigua casa. Esta fotografía solía tenerla siempre en el casillero de mi trabajo.

Le doy una buena mirada antes de que vuelva a su lugar en esa caja oscura y puedo notar que en realidad no somos tres quienes salimos en esa fotografía. Había alguien más. Mis ojos se abrieron un poco intentando ver que no fuera verdad, pero esta vez no me jugaron en contra. Aquella niña que me saludó estaba asomando su cabeza desde una de las ventanas del segundo piso.

Se escuchan tres golpes fuertes en mi ventana y doy un salto gracias al susto, puedo sentir mi corazón acelerarse y el clima volverse incómodo. Me levanto lentamente y camino hacia la ventana, muevo la cortina para ver qué fueron esos golpes y mi sangre se congela. Allí estaba ese hombre con sus ojos desorbitados y sus cuencas salidas. Nos quedamos parados frente a frente observándonos durante un minuto. Cero palabras, cero reacciones, yo simplemente estaba congelado y él no hacía nada más que mirar.

Da un paso atrás y comienza a caminar hacia la izquierda. Simplemente desapareció de mi vista.

Hace 20 años...

―¿Qué me quiere decir con eso? ―pregunté con muchas dudas.

―Eso mismo, esa descripción ya fue dada antes.

―¿Entonces ese hijo de puta está libre hace años y ustedes no hacen nada? ―reí de nervios.

―No. Pasa que no se puede atrapar a alguien que no existe.

―No me jodas, quieres volverme loco. ―Me levanté y golpeé la mesa.

―Mire, señor Arthur, sabemos que son varias personas involucradas en esto, gracias a la grabación de su hija. También sabemos que fue un hombre quien las atacó —sonríe—. Lo peor aquí es que usted describe a un hombre que, años atrás, fue investigado pero nunca dimos con su paradero —cruza sus brazos lentamente—. Y, para sumarle más leña al fuego, no sabemos si fue un suicidio pactado y que pareciera un asesinato, o fue un asesinato a sangre fría.

―¡No puedo creer que me digas todo esto! Son unos incompetentes e incapaces de solucionar algo y portan con orgullo la ropa de policía! —me levanto y voy hacia la salida.

―Pero...

A centímetros de la puerta de salida, me detengo y espero que hable.

―Habla.

―Esa niña que nombraste, la investigué yo mismo hace años y estaba muerta.

―Sigue —me volteo lentamente y fijo la mirada en él.

―Hace cuatro años, llegó una pareja llorando desconsoladamente y gritando que un hombre asesinó a su hija. Esta pareja mantenía el cuerpo de su hija muerta en sus brazos. Les quitamos a la niña sin vida y luego llevamos a la pareja a una sala de declaración y, cuando les preguntamos qué sucedió, fue tu misma respuesta —baja la cabeza—. "Un hombre con sus ojos desorbitados le cortó el cuello a mi hija con unas tijeras y luego desapareció".

―Pero no puedes estar seguro de que se refiera al mismo hombre —le dije seriamente.

―Sé que te diste cuenta del corte en el cuello de tu hija. Bien, es el mismo corte, mismo lugar.

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