Capítulo 2

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Parado frente al espejo, puedo apreciar el silencio que es absoluto. Un silencio profundamente incómodo, como si estuviera solo en el mundo. Únicamente puedo escuchar dos ruidos: el girar del reloj y la respiración agónica de aquello que está detrás de mí.

El miedo recorrió mi cuerpo, mis piernas se paralizaron y mis ojos no encontraban algo más en que fijar la vista. Dudé de mí en ese instante, de mis ojos, de mi edad, de mi cerebro. Sabía que la soledad me estaba acabando, que los recuerdos y la pena me estaban ahogando. Siempre pensé que visitar un profesional de la salud mental era un gasto innecesario de dinero, pero en este momento, cuánto desearía uno para que me diagnosticara con algún tipo de enfermedad y así en realidad saber que lo que estoy viendo en el reflejo es simplemente mi imaginación.

20 años atrás...

—¿Hablo con el señor Arthur? —preguntó alguien a través del teléfono.

En ese momento dejé todo de lado. El cadáver frente a mí quedó solo y a medio trabajo en la sala de autopsias. Decidí salir afuera y calmarme: la sensación era horrible. Algo dentro de mí sabía exactamente que esta conversación no sería agradable y que algo malo había sucedido.

—Sí, habla con Arthur. —respondí.

—Señor Arthur, habla con la policía. Lamentamos informarle que su esposa y su hija fallecieron esta tarde. Necesitamos su declaración, estamos ahora mismo en su casa.

Nunca estuve en un punto tan bajo. El día era muy caluroso, pero el frío me envolvió en el momento que dijo la palabra "fallecieron". El silencio me ganó, los ojos hablaron por sí solos a través de lágrimas y mi cuerpo terminó lleno de temblores. Pasaron tantas preguntas por mi cabeza, llegaron a mi mente muchos recuerdos. La voz de mi hija retumbaba en mi cerebro. No sabía qué decir. No sabía qué responder. Solo me limité a cortar la llamada.

Parado y en silencio con lágrimas en los ojos, observé la nada durante unos minutos, minutos que duraron horas o mejor dicho vidas. Guardé mi teléfono, entré corriendo a la sala de autopsias y dejé la bata tirada en la mesa de herramientas para la inspección de cuerpos. Abrí mi casillero y vi la foto pegada dentro en la que aparece mi esposa y mi hija en nuestra antigua casa. Tomé mis pertenencias y salí de prisa. Pasé por la oficina de mi jefe y él entendió la situación al ver mi rostro. Seguí camino a toda velocidad a la salida y lo único que deseaba es que todo sea un sueño o al menos una broma de mal gusto.

Llegué a mi casa y mis esperanzas se derrumbaron. Fuera estaban dos autos de policías y una ambulancia. Bajé rápidamente del auto y a toda velocidad para entrar a mi casa. Escucho los gritos de los policías para que me detenga, los ignoro y sigo corriendo hacia la entrada sin pensar en las consecuencias. Giro la manilla de la entrada pero alguien más ya lo había hecho, salen dos personas con el cuerpo de mi hija en una camilla.

Me quedé atónito, perdido. Hubiera deseado en ese momento no estar vivo. Caí de rodillas y mi corazón estalló. Gritaba de dolor, suplicaba que no fuera verdad, pero todo fue en vano. Mi hija ya estaba muerta. El vecindario se llenó de mis gritos, los vecinos salían de sus casas para intentar averiguar qué sucedía, pero yo ignoraba todo. Mi corazón estaba muerto, el dolor me consumió y las preguntas llegaron a mi cabeza.

Me levanté y corrí rápidamente para abrazar a mi hija que estaba en la camilla. Los policías intentaron apartarme de ella y los paramédicos se hicieron a un lado sin palabra alguna. Me aferré con mucha fuerza a mi hija mientras me tiraban del hombro para apartarme, fue una lucha constante, no podía hacer nada más que gritar, llorar y abrazar a mi hija por última vez.

En el último forcejeo, en el último segundo de sentir el pequeño cuerpo de mi hija antes de que lograran alejarme de ella, puedo ver que en su cuello tiene un corte muy largo y profundo, como si lo hubieran hecho con mucho cuidado y delicadeza.

—Y mi esposa... —tomé un silencio de segundos— ¿Dónde está?

La respuesta simplemente me dejó helado.

—La encontramos colgada en la cocina. Creemos a simple vista que ella asesinó a la niña y luego se ahorcó. —respondió el policía.

Mi vida se acabó, mi corazón terminó por desaparecer y mi cuerpo dejó de existir. Estaba muerto... estaba sin rumbo.

En la actualidad...

Con todo el esfuerzo del mundo, tomo un leve suspiro, me concentro, aparto la mirada del reflejo de aquello que está detrás de mí y vuelvo a sentarme de manera lenta y con mucha precaución. Vuelvo a mirar el reflejo y aquello que está detrás mío gira la cabeza lentamente hacia su lado izquierdo. Su pelo largo se hace a un lado y deja a la vista ese rostro asquerosamente inolvidable.

Sus ojos no estaban, eran dos agujeros negros y profundos como el vacío puro. Su cara estaba llena de cortes, en algunos se podían ver como colgaban trozos de piel pero lo peor de todo era su boca. No tenía boca y eso lo hacía peor, en su lugar solo había piel.

Vuelvo a fijar la vista en alguna otra cosa que no sea lo que está detrás de mí. Levanto los brazos con mucha calma y los pongo a los lados de la silla. No sabía qué hacer. Comienzo a entrar en pánico, intento buscar una solución y algún plan para salir de aquí y no puedo centrarme. El reloj sigue sonando y ese maldito ruido me desespera. Vuelvo a mirar el reflejo y puedo ver que se acerca haciendo movimientos extraños y provocando un ruido que no logro entender de dónde viene. Un ruido agónico, un ruido desesperante. Veo que cada vez está más cerca. La luz de afuera le llega cada vez más por cada paso que da hacia mí. Es una mujer, eso puedo notar. Tiene puesto un vestido de boda y el velo levantado.

Y cada vez se acerca más. La desesperación me gana, pienso en mi hija, en mi esposa. Me sale una lágrima y decido tomar el libro para hacer como si no pasara nada. Es una idea estúpida porque la luz de afuera no alumbra lo suficiente para alcanzar a ver las pequeñas letras del libro y por otro lado la luz de mi casa aún no volvía. Rezaba en voz baja, le pedía a Dios que me salvara mientras giraba las hojas haciendo como si leyera. No quería morir, a pesar de todo aún sigo queriendo vivir lo poco que me queda. Bajo la cabeza mirando el suelo, cierro los ojos, aprieto el libro con todas mis fuerzas y por último deseo que todo sea una pesadilla.

En un instante ese ruido agonizante detrás de mí ya no está. Los pasos de la mujer no se escuchan y el sonido del reloj sigue igual que siempre. Abro mis ojos de golpe, calmo un poco la respiración al saber que no pasó nada, levanto la cabeza y antes de ver el reflejo para asegurarme de que fue mi imaginación, puedo ver con el rabillo del ojo que la mujer está parada a mi lado mirando fijamente la ventana.

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