Chapter 3

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― No podría aceptar un detalle así, Alfred. – Decía Ginny abochornada por semejante regalo.

― Anda, no es nada acéptalo por favor – Le pedía él con una bonita sonrisa en su rostro.

― Es que…

― Por favor – Rogó. Ella sonrió y finalmente aceptó la cajita dorada que contenía unos bonitos pendientes con diamantes de unos dos o tres centímetros incrustados en un metal de plata. Seguramente esos aros le costaron un ojo de la cara.

― Es una joya invaluable, Alfred…

― Como tú Ginevra. – Ella volvió a sonreír y suspiró. Solo una persona en el mundo la llamaba así. Siempre se motivaba pensando en su novio pero jamás conseguía la sensación que le hizo sentir otro hombre, otro hombre que siempre estaría destinado para otras mujeres y ella como siempre cargaba el nefasto estigma de la espera, de la larga espera. Solo que ya se había cansado ya no tenía energías para seguir esperando. Ya no quería seguir esperando porque era doloroso, era tener ilusiones, era sentir el amargo sabor de la frustración, de los sueños incumplidos, y jugar el papel de la fiel sin tener que serle fiel a nadie en realidad la había cansado. Y justamente cuando comprendió esto último decidió ampliar sus horizontes y buscar a una persona que la quisiera. Esbozó una sonrisa melancólica, simplemente se conformaba con tener a alguien a su lado y simular ser feliz en esa relación aunque la felicidad ella solo la conociera cuando tuviese quince años y ya de esa dicha jamás tuvo el placer de volver a sentir. Sin embargo había otra persona que no se perdía palabra de Ginny y de Alfred.

Harry observaba todo desde su cubículo aunque fingía leer un artículo acerca del reglamento que los funcionarios del ministerio… "Esos pendientes deben ser caros… Pobre Walker que deberá pagar esos aros hasta el día de su muerte… mierda, por qué es tan…" Bajó la vista hasta los papeles al notar que uno de sus compañeros lo observaba ceñudo. Bien. Los funcionarios debían… largó los papeles a su escritorio miró la bolsa de papel café que descansaba sobre la larga mesa y exhaló un profundo suspiro. El contenido de aquella bolsa era unos paquetes para recalentar y hacer palomitas de maíz, una botella de vino tinto, y unas cuantas películas de terror que sabía que a ella le gustarían. Ese día comenzaba el tedioso, insufrible, y odiado fin de semana dos días completos con esa mujer y no sabía qué ocurriría. Él no mostraría displicencia y sabía que ella no se amilanaría frente a una de sus provocaciones y francamente estaba condenadamente perdido… A pesar de que los últimos días pasaran sin riñas importantes ellos jamás se entenderían. Con Cada palabra de Ginny él se burlaba y Harry cada vez que dijera algo ella lo juzgaba. La convivencia no era sana y cada palabra se convertía para los dos en la mejor excusa para fastidiarse. Y Harry siempre se esmeraba en cada batalla doméstica que la pequeña señorita Weasley le desafiara.

Le encantaba fastidiar a esa mujer, le gustaba verla con las mejillas sonrojadas los labios fruncidos y los ojos brillantes de cólera, él era el único responsable de esa furia. Y sí, había que admitir que para bien o para mal eso a él lo seducía de una manera enfermiza. De esa pequeña estrategia se alimentaba en secreto su corazón cada vez que la boca de Ginny pactaba alguna perorata en contra de él. Su mente volvió a la tierra cuando escuchó la carcajada de uno de sus compañeros y comprobó que fue de Alfred Walker y Ginny le sonriera.

― ¡Muchas gracias! – Sonreía ella. Y Alfred la miraba idiotizado y Harry se prometió no hacer una cara así jamás en su vida, jamás se mostraría servil ante una mujer.

― ¿Crees que podamos salir cuando cumplas con el eficaz correctivo? – Sonrió él. El hombre se mostraba ilusionado y no lo ocultaba para nada. Quería a Ginny, sentía la necesidad de conocerla más y que ella le diera la oportunidad de conocerlo. Quería tantas cosas con ella y su amor era tan sincero.

Atado a tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora