3. Frustración y viejas costumbres

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—Bien, ahora hay que lavar esa fase acuosa con agua —ordenó Mary señalando un matraz Erlenmeyer cuyo contenido era un líquido amarillento.

—Agua destilada, ¿verdad? —preguntó Kenner.

—No, agua de meado —respondió Jerson irónicamente, aunque actuaba como si no nos estuviese echando cuenta.

—Claro, Kenner, claro que agua destilada —respondió también Mary, intentando ser paciente.

— ¿Y qué utilizo?

—Puedes hacerlo de varios modos, pero como tienes un protocolo, y por duplicado, estaría bien que hicieses lo que dice el protocolo —Kenner estaba acabando con la paciencia de Mary.

Kenner intentó no replicar, porque sabía que era su última oportunidad de seguir en el proyecto.

Tras leer varios papeles, se fue a una estantería y sacó un embudo de decantación.

Mary se colocó junto a Jerson, que estaba sentado, para trabajar en la misma mesa que él. Cogió un embudo de fondo redondo y se dirigió al rotavapor.

Antes de poder encenderlo, Kenner ya le había hecho una pregunta.

—Oye, en el protocolo no viene cuánto tengo que echar de agua.

—Porque la vamos a desechar, Kenner. Solo nos interesa lavar la fase orgánica, quitarle impurezas. Así que echa lo que necesites.

Kenner asintió, y Mary se preguntó si de verdad había entendido algo y cuánto tardaría en formular la siguiente pregunta.

Colocó el matraz en el rotavapor y encendió la máquina de vacío. Ajustó la velocidad de giro y sumergió el matraz.

Cuando se dirigió a una de las estanterías para coger unas varillas, escuchó la voz de Kenner diciendo "¡Mierda!".

Se giró aterrada y descubrió la mesa de laboratorio de Kenner llena de líquido heterogéneo.

—No pasa nada —dijo Mary yendo a por un rollo de papel—. Todos tenemos malos días.

—No le he quitado el tapón al embudo y se ha decantado todo junto —explicó enfadado.

—Lo imaginaba. A mí se me olvida muchas veces. Has hecho lavados alguna vez, ¿no?

—Sí, sí, solo se me ha olvidado.

—Recoge lo que puedas y devuélvelo al embudo, decanta otra vez y repite tres veces, ¿vale?

Kenner asintió, de nuevo, sin estar demasiado convencido.

Mary fue al rotavapor para comprobar cómo iba, y volvió a la estantería a sacar unas pequeñas varillas de vidrio. Sacó su cuaderno para ver una lista y encendió una máquina que estaba a su derecha.

—Ahí vienen —dijo Jerson, cuando se empezó a escuchar un alboroto en el pasillo que conectaba los diferentes laboratorios de la planta.

Habían recibido un aviso de que unos jóvenes estudiantes estarían de visita guiada en la Academia, y que pasarían por los laboratorios.

Las puertas de los laboratorios siempre permanecían abiertas mientras hubiese alguien trabajando dentro, y debido a esto pudieron ver a una interna llegar a su puerta, seguida de unos quince niños.

—Buenos días, Mary. ¿Podemos pasar? —preguntó la interna.

—Sí, claro —respondió—. Es un laboratorio pequeño, os podéis poner por estos pasillos e ir rotando para que veáis todos —dijo señalando con los brazos.

—Bueno, chicos —habló la interna a los niños—. Este es otro laboratorio de bioquímica, que está realizando una investigación sobre el diente de león muy interesante. Aunque creo que Mary, la directora de la investigación, os puede explicar mejor en qué consiste.

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