La tierra se nos deshace

68 13 0
                                    

—Por favor.

—No —respondió Lysianna cansada.

—Por fa —insistió Mylo.

—Te he dicho que no.

— ¡Venga! Por fa, por fa, por fa, por...

—Mylo —le hizo callar Lysianna.

—Escúchame, por favor, escucha. Tengo un buen argumento.

— ¿Ah, sí? —se cruzó de brazos.

—A ver, vamos a ir a la manifestación, ¿no? Y has dicho que cuanta más gente, mejor.

—Tu amigo puede venir a la manifestación, Mylo, pero no puede quedarse con nosotros.

—Vamos, acaba de perder a su padre. ¡No puede quedarse solo!

— ¿Y cómo vamos a alimentarlo? Apenas gano lo suficiente como para alimentarte a ti, y ni siquiera tenemos un sitio donde vivir.

—Pero piensa que si lo acogemos, seremos dos para robar, y será más fácil conseguir dinero.

—No es suficiente, Mylo. ¿De verdad crees que esa chatarra que consigues vale suficiente como para comer todos los días?

—Con él conseguiremos mejores botines, ya verás.

—Escucha, yo también tenía grandes sueños cuando tenía tu edad, pero con el tiempo aprendí que la suerte no existe. Tal vez consigas un botín decente, una vez al año. Y un poco de dinero extra una vez al año no sirve de nada.

— ¡Si estamos sin dinero es porque tú te lo has gastado todo!

— ¿Disculpa? —se detuvo en seco Lysianna, con una mueca de enfado muy evidente. Mylo se arrepintió de haberla acusado enseguida—. ¿Recuerdas de dónde salió ese dinero? ¿Eh?

—Yo...

—Exacto. Salió de mi bolsillo, de mi —remarcó— trabajo, no del tuyo. Era mi dinero, y lo usé en lo que me dio la gana.

—Creía que lo usarías para tener un trabajo mejor.

—Pues tal vez así aprendas que por mucho que creas que las cosas irán a mejor, no lo harán, por mucho que lo desees. Hay que trabajar por un futuro decente, Mylo. No podemos esperar a tener suerte.

Los dos se acercaron en ese momento a un tumulto de gente en una plaza que escuchaba el discurso de Silco, subido en un altillo.

Mylo intentó seguir discutiendo, pero Lysianna le mandó callar, y tuvo que resistirse. Estaba interesada en lo que su patrón tenía que decir.

— ¡Ya ha sido suficiente! —alzó la voz Silco.

— ¡Sí! —respondió la enfurecida multitud.

—Nuestras vidas no les importan —continuó—. Solo quieren el dinero que producimos con nuestro sudor. Nos extorsionan, nos controlan como si fuésemos chuchos domesticados. ¿Qué derecho tienen de decir que somos su propiedad?

— ¡Eso!

—Ellos no saben lo que necesitamos, ¡porque no les importa! Y aún así nos controlan.

Lysianna había oído muchas charlas de Silco, y todo lo que decía era verdad. A Piltover nunca le había importado la gente de Zaun, y aún así los gobernaban. Los vigilantes patrullaban las calles cuando se sentían amenazados, cerraban el puente cuando les convenía, y controlaban el comercio.

Y todo eso solo eran cuestiones políticas. El tema humanitario era denigrante. La gente moría en las calles, y no había ni un solo hospital para al menos tratar de alargar un poco las vidas de las personas. Mientras tanto, uno en Piltover uno podía enfermar e incluso elegir a qué hospital o a qué especialista visitar.

BRIGHTWhere stories live. Discover now