Put your wings on me when I was so heavy. #02

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A veces siento las náuseas ahogar mi garganta, la peor parte de la versión es cuando te das cuenta que la causa es la desigualdad que hay en el lugar en el que duermes, provocada por las personas con las que duermes.

El espejo me grita ser una diva, me recuerda que la sonrisa se debe acrecentar un centímetro por segundo, me advierte no extraviar la compostura después de que acechen mis intentos que intentan evadir ser cubiertos por comentarios opacantes con las personas con las que duermo. El espejo me vuelve a gritar, me pide que me muerda la lengua, pues en un artículo del viejo Facebook se menciona que deshace nudos en la garganta. La persona a mi lado, mi ángel, mi pequeño Freq toma mi mano, despide todos esos comentarios con el aire proveniente de sus palabras, me dice " Pero no te mortifiques, amor tú sabes que lo intentaste, amor y eso basta, bebé". Mi inspiración incrementa en los últimos dos segundos, esas palabras me levantaron y desaparecieron el adormecimiento de mis grasosas piernas. Me recuerda que yo lo hice, y que estará ahí en el siguiente intento, que venceremos esa materia que me aturdió durante cuatro meses, lo que desquició a la mujer de cabeza bermeja quien aplaude a su criatura que optó por ser como quería ser y evadir las reglas disciplinarias, escondido detrás de una cortina de humo y a pesar de que aquello se sepa, seguir siendo el hijo perfecto de mamá. Yo sé que yo no sigo el código de buen engendro, pero él chico tampoco, ni mucho menos el menor de los hijos.

"Ríe, esto aún no acaba". Me menciona el espejo, mientras mi pequeño toma mi mano y apoya lo que el espejo me grita en el oído. Mis ganas renacen, los regaños de la misma mujer disminuyen mis ganas, las burlas del menor acaban con mi paciencia, los mandatos del mediano que detesta su vivienda y rebusca distracción en medios desconocidos provocan impotencia y enojo. Nuevamente los regaños de la mujer me invaden, unos bien merecidos, otros injustamente repartidos. Las suaves caricias de Franco quien al mismo tiempo que yo explota, relajan mi ser, mis brazos lo cubren, beso su frente y estamos ahí para dar un nuevo paso.

La mujer anuncia que es tiempo de volver al infierno, a las cuatro paredes que consumen mi ser, pero esas paredes suelen ser sumamente hermosas a pesar de su pintura botada cuando no hay personas que apaguen la luz del paisaje, critiquen los cantos de la naturaleza y dejen montañas de polvo que vuelven gris todo en un segundo. Las cuatro paredes despintadas son un palacio cuando no hay nadie más que arrebate las energías. Porque son hermosas naturalmente, las vuelven terribles cuando los intrusos se alojan de manera pegajosa en ellas.

Mis labios se desprenden de su acaramelada piel, mi abdomen se despega de su cálido abrazo y mis ojos casi inundados reflejan que lo echaré de menos las siguientes doce horas que son equivalentes a una eternidad. Despido su admirable y luminosa aura, le lanzo un beso sobre el aire, lo recibe, oigo su ruidosa y fenomenal puerta rechinar. No quiero que sea hora de dormir, no quiero que el magnífico día lleno de esperanzas que él me contagió se desvanezcan, pero se desvanecieron en cuanto mi zapato pegó en el interior. Mis ganas habían desaparecido por arte de magia.

By: Meg; Tiffany.

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