Capítulo 33. Quiero imaginar que al menos fue de verdad

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Helen se sentó en un sillón al lado de Íker. Su cuerpo estaba allí pero su mente se había esfumado hacía un tiempo.

— ¡Me ha colgado! No me quiere— se bebió de un trago el contenido que le quedaba en el vaso, aún por la mitad. Se recostó sobre su amigo, que no se movió.

Todos disfrutaban alrededor con sus amigos o parejas, mientras ellos dos compartían dolor. La música estaba excesivamente alta, tanto que el chico sintió que le estallaban los tímpanos. Helen salió corriendo hacia el baño para vomitar. Cuando terminó, buscó por la pista a su hermano con la mirada, aunque fue incapaz de diferenciarlo con tanta gente. Volvió a sentarse de nuevo, colocando los pies encima de la mesa que tenían enfrente y tirando el vaso que había utilizado. Un par de hielos cayeron de él.

—Clara, te echo de menos... —susurró Íker.

Su amiga le dio un golpe en el brazo con la poca fuerza que le quedaba.

—Cállate, me molesta tu voz— y la cabeza de Helen se apoyó en su hombro hasta quedarse dormida.


Sergio se movía junto al chico que le había dado el móvil. No tenía ni idea de bailar, por lo que se dejaba llevar por la música. Tenía las manos de él rodeando su cintura. Podía notar el aliento en la nuca, caricias por su torso muy familiares. El tacto empezó a quemarle, cerró los ojos y se apoyó en su pecho. La otra persona le giró para estar frente a frente. Dibujó la forma de sus labios con los dedos mientras se contoneaba pegado a su cuerpo. El modelo sonreía disfrutando del momento.

—Cuántos recuerdos, Carlos.

Su ex novio se acercó más a él para besarle, aprovechando que Sergio en ese momento ni sabía dónde estaba. Ese instante escondía sentimientos ya desechados en el pasado, pero que a lo mejor no se habían ido del todo.


Bajo la oscuridad de la noche y la poca iluminación de las farolas, Rafael regresaba a su casa. El coche lo aparcó dos calles después de dejar a sus amigos en sus respectivas casas. Se estremeció de frío. La calle estaba vacía, a esas horas y con esa temperatura, pocos eran los que se atrevían a salir. Era tanto el silencio que le llegó a incomodar. Solo se escuchaba el sonido de sus pasos perdiéndose por el camino. Sacó la cartera, estaba vacía. El poco dinero que llevaba encima, lo ganaron sus amigos en el bingo. La guardó y continuó. Una silueta apareció delante de él. Consiguió verle la cara cuando el individuo se acercó hasta la farola. Se detuvo en seco.

—Ciprian.

—Volvemos a vernos, hermano.

Puso una sonrisa malévola. Tenía puesto un abrigo largo negro, que le cubría casi todo el cuerpo haciéndole parecer una sombra. Rafael le miró fijamente sin parpadear

— ¿A qué has venido?— el aire le alborotó el pelo. Hablaba en voz baja para intentar no despertar a la gente que dormía en las casas cercanas.

Ciprian le hizo un gesto para que le siguiera. Caminaron durante un rato hasta llegar a un barrio marginal en el que no recordaba haber estado nunca, incluso acababa de descubrir que existía. Analizó el lugar de la forma más disimulada posible. Al ser un sitio sin nada alrededor, el frío era mayor. Se escuchaba el viento aullando mientras arremolinaba varios papeles que estaban allí tirados. No se fiaba de él, sin embargo, solo hablaban cuando era muy necesario, por lo que accedió a acompañarle.

—Veo que no has tenido suficiente con joderme los negocios, también conseguiste rescatar a tu rubita. No fue de mis mejores planes, pero me la robaste. Y quitarme las cosas tiene sus consecuencias... — echó la mano a la espalda sacando después una pistola con la que le apuntaba.

Abrázame como si nadie nos vieraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora