Capítulo 51

1.2K 371 35
                                    

Rigel

Escuché el silbido acercándose, la vibración en el aire que solo podría producir un pequeño misil autodirigido. Había escuchado ese mismo sonido infinidad de veces, pero lo peor no era reconocerlo, sino saber lo que llegaría cuando impactase.

Mi única prioridad en aquel momento era proteger a Nydia. Ella y la vida o vidas que albergaba en su interior eran lo más importante. No tenía tiempo, y lo único a lo que podía recurrir era a mí mismo. La protegí con mi cuerpo, esperando que las piedras que brillaba en mi pecho hicieran su mejor trabajo. Pero no esperaba gran cosa, porque si disparaban un arma así, era porque esperaban que ella cayese.

Pero yo no albergaba duda alguna en mi interior, por ella sacrificaría mi vida. Y eso hice, protegí con mi cuerpo el suyo, cerré los ojos y esperé el impacto. No había mejor forma de morir, no solo protegiendo a mi familia, sino sintiéndola tan cerca, era como morir arropado por un ángel.

Todo lo percibí ralentizado, como si el tiempo se estirase para alargar aquel momento. El chisporroteo de la cortina magnética que nos separaba del exterior cuando el proyectil impactó con ella, la detonación del proyectil, y la deflagración y la onda expansiva que envió sus piezas junto con el mobiliario en todas direcciones.

Sentí mi cuerpo siendo empujado contra la pared, y aunque mis brazos no eran lo suficientemente fuertes, traté de empujar para no aplastarla. Sentí algo afilado rasgando mi espalda, lacerando mi carne mientras enviaba señales de dolor por toda mi columna vertebral. Mis piernas pronto perderían la fuerza que las mantenía firmes, pero no podía rendirme hasta asegurarme de que ella estaba a salvo.

Cuando la presión sobre mi cuerpo cedió, pude impulsarme hacia afuera, liberando el cuerpo de Nydia. Comprobé en un rápido vistazo que ella estaba bien, que no había sangre en sus ropas, nada clavado en su cuerpo. Ella estaba a salvo, y con eso en mi pensamiento me dejé ir. Había cumplido mi misión, salvarla a ella, lo demás no importaba.

Cuando mi cuerpo impactó contra el suelo no sentía ya dolor, mi cabeza parecía sumergida en una bañera de agua, que embotaba mis afinados sentidos. Pero aún podía verla, sus ojos asustados, pero sin rastro de dolor físico en su cuerpo. Y con esa agradable sensación me dejé llevar por la muerte, me entregué a ella sin remordimientos.

—Maldita sea, ¡Rigel, no te atrevas a morirte!

Su voz me alcanzó, atravesó la fría oscuridad en la que me había sumido, como un rayo cruza el cielo oscurecido por nubes negras de tormenta, iluminando todo a su paso, rompiendo y rasgando todo a su paso con un sonoro estruendo. Sentí como me golpeaba en el centro del pecho, descargando toda esa energía en mi cuerpo, llenándolo, desbordándolo, haciéndome sentir de nuevo vivo. De alguna manera, ella me había traído de vuelta otra vez.

Abrí los ojos para encontrarla sobre mí, con aquel aspecto radiante, como la reina que era, como la dueña y señora de mi destino. Amaba ese genio demoledor que sacaba en los peores momentos, o quizás, a la vista de los resultados, en los mejores. Solo ella era capaz de darle la vuelta a todo.

—No hace falta que grites. —le sonreí al decirlo. Tenía en su rostro esa mezcla de miedo y enfado que me hacía desear estrujarla contra mi pecho.

—Me habías asustado. —Habría saltado sobre ella para besarla, pero mi cuerpo parecía haberse dado cuenta de que no tenía energías, así que me quedé allí tumbado, observándola. No me importaba si estaba encima o debajo de mí, me bastaba con tenerla así de cerca.

—Es... es... A estas alturas nada de lo que hagas tendría que sorprenderme, pero lo hace. —Estaba a punto de preguntar qué había hecho, como me había traído esta vez, cuando divisé a Kalos acercándose a nosotros mientras se terminaba de atar el arnés entorno a su pecho. Estaba preparado para entrar en acción. La sangre que quedaba en su frente me decía que también había sido herido, pero que su piedra estaba sanando sus heridas.

—Voy a seguirle el rastro a ese proyectil. —Todo el mundo sabía que la visión de un ángel era muy aguda, lo suficiente como para identificar objetivos en pleno vuelo. Súmale a eso unas gafas de amplio espectro, y podría seguirle el rastro a la trayectoria del misil siguiendo la estela de moléculas alteradas que deja a su paso. Era como seguirle el rastro, y había que hacerlo antes de que este desapareciera. Era una técnica a la que llamábamos olfatear el aire, y nadie podría hacerlo mejor que él.

—Kabel, acompáñalo. —Cuando encontrase el punto de salida del proyectil, habría que identificar el rastro del tirador, y para eso no había nada mejor que la nariz de un rojo, por algo los verdes nos utilizaban como rastreadores. Y la nariz de una hembra era superior a la de un macho, por eso grité su nombre.

—No... podré hacerlo. —Giré la cabeza hacia el origen de su voz, para encontrarla recostada contra lo que debió ser un mueble antes de convertirse en un montón de madera. Pero ella no estaba mucho mejor. Su rostro tenía restos de cortes de los que seguía manando sangre, pero lo que me dejó casi sin respiración, fue ver el estado en que estaban sus extremidades del lado derecho. El hueso de su rodilla estaba al descubierto, pero lo que me hizo tragar saliva fue ver los restos de carne que colgaban desde la parte superior de su brazo, entre aquellos jirones sobresalía el hueso, convertido en un badajo de campana. Del resto de su brazo no quedaba nada.

—Nomi. —Grité mientras me ponía en pie para atenderla. Las energías habían vuelto a llenarme, seguramente fuese por la descarga de adrenalina que estaba volcando sobre mi sangre.

—Estoy con ella. —Llegué a tiempo de sostener su vacilante cabeza en mi mano. Sin una piedra brillante, aquellas heridas podrían ser mortales, pero si no moría, las secuelas serían igualmente graves. Sin piedra, la regeneración de miembros era una quimera imposible.

—Yo iré. —Neill se ofreció a cubrir su puesto junto con Kalos, pero su aspecto tampoco era demasiado bueno. Solo había una opción para mí si quería atrapar al asesino que había hecho esto.

—Tu necesitas un médico. Iré yo. —Miré a Nydia, pera que entendiese que mi lugar estaba allí afuera, buscando al causante de todo esto. No quería dejarla sola, pero era el mejor recurso de que disponíamos en aquel momento, y el tiempo jugaba en nuestra contra. Ella pareció entender.

—Ten cuidado. —me pidió con ojos suplicantes.

—Cuida de ellos. —Besé sus labios antes de ir hacia Kalos, que ya tenía las gafas de rastreo colocadas. —Vamos a por él. —Kalos asintió, me pasó el arnés de seguridad por la cintura, y juntos saltamos por la ventana.

Con rapidez las fuertes alas doradas nos levantaron varios metros sobre los tejados de la ciudad, desde las que el rastro era más fácil de seguir. Con la maestría que te da el haber nacido con alas, Kalos surcó las corrientes de aire hasta llevarnos a un tejado, donde terminaba el rastro visible. Nos posó con delicadeza, pero antes de tocar el suelo, ya me había liberado del arnés y puesto mi olfato a buscar en el aire. Reconocí el olor, era un hombre, y por lo que parecía hacía poco que se había ido. Con el rastro tan fresco, acabaría cazándole.

—Será mejor que vuelvas a subir, puede que necesite apoyo aéreo. —Kalos asintió, y con un fuerte impulso de sus piernas, se alzó el par de metros que necesitaba para desplegar de nuevo sus alas y batirlas con fuerza, elevándose de nuevo sobre nuestras cabezas. ¿Miedo de que dispersase el rastro?, ya estaba llegando a la puerta por la que había escapado hacia el interior del edificio, ahí no había posibilidad de que perdiese el rastro. Iba a atraparlo, lo único que no sabía era el tiempo que tardaría en hacerlo, ni las condiciones en que estaría cuando llegase a la sala de interrogatorios.

Santuario - Estrella Errante 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora