Expediente: 37

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La noche estaba en calma y tenía una brisa cálida agradable, por lo que Agoney decidió dar algunos paseos no demasiado lejos del coche. Eso le ayudaba a mantenerse concentrado en medio del silencio total. Hacía dos horas que había hecho relevo con Raoul, el cuál ahora descansaba. Miró al cielo y comprobó que ya se podía notar un sutil tono más claro que anunciaba que el amanecer estaba cada vez más cerca.

Cuando decidió que ya había dado suficientes vueltas, se sentó en el suelo, apoyado en el tronco de un árbol. Estar en un estado de semialerta en medio de aquel lugar desconocido, con todo su alrededor en silencio, sintiéndose ocultado por la oscuridad y siendo consciente únicamente de los sonidos de la propia naturaleza, le hicieron sentir de nuevo en su zona de confort, por lo que provechó para dar rienda suelta a los engranajes de su cabeza.

Para él, el caso, ya solo seguía una línea clara: Fernando no era del todo inocente, pero se había alejado mucho del papel de culpable, más bien lo consideraba un imbécil que se creía más importante de lo que era y que había sido golpeado por sus malas acciones del pasado. Angelika, sospechosa en un primer momento, había sido descartada por razones obvias, aunque podía haber sido la que inició la idea de vengarse del marqués y esta había recaído sobre los pocos seres queridos que le quedaron y esos eran Elizabeth Nowak, la cuál estaba claro que les había vendido; Von Gott y Nick, de quienes aún no tenían más datos que el acento y los rasgos alemanes del segundo que les había proporcionado aquel amable dueño de la ferretería.

Por otro lado, estaba Beatriz. Sabía que Raoul tenía razón desde el principio: se había dejado llevar por flashes del pasado y un ansia oculta por querer redimirse de una promesa incumplida, eso le había llevado a cometer un error al aventurarse a un compromiso peligroso y no podían darla por descartada del caso, pero no tenían absolutamente nada contra ella y el hecho de que hubiese sido Beatriz la que atendió a Von Gott en su casa no la hacía culpable de nada. Eso le llevó a dar un suspiro. Eran pequeñas flaquezas que luego conducía a errores y no estaba dispuesto a cometer ninguno mientras estuviera a su alcance evitarlo. Estiró las piernas y miró hacia el coche, a unos metros frente a él. Hacía tiempo que quería abordar el tema del supuesto topo, pero no creía que Raoul estuviese demasiado por la labor de tomárselo tan en serio.

En el fondo lo entendía, si a él le hubiesen pedido que dejara de confiar y de comunicarse con sus compañeros, habría mandado al que fuera a la mierda con gusto. Pero tampoco podían negar el hecho de que era obvio que alguien estaba pasando información y aún no sabían ni quién, ni por qué, ni a qué nivel de cercanía a la Élite estaba. Pero llevar a cabo esa investigación conllevaba hacer uso de competencias de las que se encargaba el CNI, por lo que no sería buena idea.

Se metió la mano en el bolsillo, sacó el móvil por si había suerte y la cobertura había vuelto por arte de magia, pero se encontró nuevamente con un aparato totalmente inútil en esos momentos, así que lo guardó y sacó otra cosa que llevaba en el bolsillo. En algún momento se había guardado una de las tarjetas que los artesanos del Kunsthofpassage les habían dado en su paseo por la zona más bohemia de Dresden y ahora su destino fue convertirse en un juguete improvisado.

Agoney se entretuvo doblándola, enrollándola, estirándola y volviendo a empezar. Cuando llevaba un rato, la mitad de las letras y los dibujos se habían borrado por culpa de los pliegues del cartón, que ahora tenía numerosas líneas blancas. Tan solo se podía distinguir el número de la dirección, parte del nombre del artesano y la palabra "honig" que, por el panal que había dibujado en una de las esquinas, supuso que se trataba de alguno de los que vendían miel. La volvió a doblar y se la guardó en el bolsillo de nuevo. Apoyó la cabeza en el tronco del árbol, cerró los ojos e inhaló hondo, llenándose los pulmones del olor a hierba y de su frescor. De pronto, sintió un movimiento muy leve a su lado y se puso alerta, aunque no modificó lo más mínimo su postura.

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