Expediente: 44

568 72 207
                                    

Aquella tarde, el salón de la casa de Agoney había visto a más gente junta que en los últimos años. Tres operarios habían sido necesarios para instalar correctamente el sistema de escuchas telefónicas y un experto informático elegido específicamente por Andrés se había quedado para explicarle cómo funcionaba y cómo debía usarlo para que, en caso de obtener pruebas, poder presentarlas válidamente a un juez. Debía agradecer a Andrés que se hubiera involucrado con ese tema para conseguir que pudiera quedarse solo con ese sistema en su casa, ya que lo que tenía en ese momento sobre su mesa era un aparato del Ministerio de Defensa con valor de más de nueve millones de euros y que compartían CNI, Policía Nacional y Guardia Civil.

Una vez que su salón volvía a ser un lugar solitario y tranquilo, se acomodó en la silla y llevó a cabo los primeros pasos que le habían explicado para iniciar la primera escucha. Cuando comprobó que todo estaba correcto y que funcionaba tal y como le habían dicho, dejó el sistema trabajando hasta que alguno de los dos sospechosos, Daniel o Thiago, hiciera o recibiera alguna llamada.

Lo hicieron, pero no fueron más que un par de telemarketing y algún familiar. Así que, mientras que esa esperada llamada ocurría y no, recogió y adecentó su salón, atendió alguna llamada y se dirigió a la cocina a prepararse una rápida cena tardía cuando su estómago se lo reclamó. Un par de rebanadas de pan de sándwich y los primeros ingredientes que pilló en la nevera fue todo lo que necesitó para dar por concluida su última comida del día.

Cenó sin prisa mientras veía la primera serie de misterio en tendencias que encontró en Netflix, aunque no le prestó apenas atención durante lo que duró el primer capítulo, ya que estuvo más pendiente del aparato y de que realmente sonara que de la trama que empezaba a iniciarse. Sabía que estaba perdiendo el tiempo mirando al sistema de escuchas, que no sonaría antes por hacerle presión psicológica a un montón de chatarra y cableado, pero tenía la sensación de que esa sería una de las veces en que sonaría justo cuando se entretuviera con algo y no estaba dispuesto a que se le pasara la oportunidad de captar algo, por mínimo que fuese. Tampoco era un sacrificio para él estar parado durante horas sin hacer nada más que observar y concentrarse en un único objetivo, estaba más que entrenado para ello, así que cogió el primer trozo de papel que vio por ahí, un bolígrafo cualquiera y se dedicó a hacer pequeños garabatos sin sentido para mantener las manos ocupadas mientras todos sus instintos estaban puestos en esperar que sudeciera esa ansiada llamada.

A esas horas de la noche, el silencio empezaba a ser cada vez más pesado y los ruidos cercanos se acentuaban. Era extraño como siempre había sentido más la cercanía de sus vecinos por la noche que en todo el trajín del día. Escuchaba pequeños pasos correteando de un lado a otro sobre su cabeza, acompañado de risueñas carcajadas, seguramente del hijo de los vecinos de arriba, que se estaría negando a entrar ya en la cama por su estado de hiperactividad infantil. A su lado se oían los maullidos de la gata del vecino, un precioso animal blanco de manchas anaranjadas y ojos azules que parecía estar respondiendo a la fiesta del niño.

El siguiente sonido que escuchó, fue el de unos pasos en el pasillo que el eco de las escaleras amplificaba y que extrañamente se paraban cerca, muy cerca. De pronto, un pitido salió de su móvil mientras iluminaba la pantalla, mostrándole un mensaje entrante de Raoul.

Ago

Me abres?

Es tarde, no quiero llamar

Agoney frunció el ceño y se levantó de la silla. Fue hasta la puerta y abrió.

- No pasa nada por llamar al timbre, Raoul.

- Soy educado.

- O podrías tocar la puerta.

- ¿Me vas a dejar pasar ya o qué?

Élite SecretaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora