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Su respiración era acelerada, las gotas de sudor frío se deslizaban por su desnuda espalda, y en sus tímpanos podía notar a la perfección su frenético pulso. Una presión en el pecho le había estado acompañando gran parte de la noche, y era ese mismo motivo el que le tenía sentado al borde de su cama desde hacía casi dos horas.

Miraba de vez en cuando al reloj, deseando que el tiempo se detuviera, sin embargo, cada vez que dirigía su vista al dichoso aparato, este parecía avanzar todavía más rápido de lo normal. Le habían dado órdenes de esperar en su habitación y la hora a la que le habían explicado que le irían a buscar se acercaba, por lo que su vista ya no solo se dirigía al reloj, sino también a la puerta, esperando escuchar el llamado en cualquier momento.

—Joder, es solo medio día— se decía a sí mismo— No va a pasar nada. Además, estoy con Volkov— hizo un gesto de frustración antes de continuar con su monólogo— Tío, ¿no podría haberle conocido en otras circunstancias? Si este es el precio a pagar por tener un mínimo de contacto con él, preferiría seguir admirándolo desde la distancia.

Sus exteriorizados pensamientos fueron interrumpidos, por suerte o por desgracia, por un par de golpes en la puerta.

—Mierda.

Se puso una camiseta limpia del armario a toda velocidad y corrió a abrir la puerta, obligándose a subir la mirada al encontrarse a nada menos que a Volkov con el mismo semblante serio de siempre.

—Priviet.

—B-Buenas.

—¿Está listo?— el menor tan solo pudo atinar a asentir torpemente— Bien, vamos.

Horacio cerró la puerta tras de si a toda prisa al ver al mayor alejarse con sus enormes zancadas. Tuvo que trotar un poco para alcanzarle y caminar a su lado.

El de cresta le miró de reojo. Mantenía su cabeza en alto, mirando al frente con una expresión seria, pero tranquila, se notaba que aquello era su rutina. El menor quiso preguntar cuánto tardaría él en acostumbrarse, al igual que el más alto, pero en su lugar se mordió el interior del labio inferior, en un gesto nervioso, manteniéndose en silencio. ¿Volkov habría escuchado a través de la puerta el pequeño monólogo que había tenido consigo mismo? No, seguramente no, Horacio deshechó la idea casi de inmediato, en parte porque así lo creía, pero también para aplacar la vergüenza que comenzaba a aflorar en él.

Llegaron por fin al famoso Área de Extracción que Horacio había visto más de una vez a través de los conductos de ventilación, aunque verlo desde la perspectiva en la que se encontraba en aquellos momentos le intimidaba bastante más de lo que se había pensado. Estaba tan nervioso que ni siquiera se dio cuenta de que su hermano lo observaba orgulloso desde el pequeño habitáculo del techo, manteniendo un silencio sepulcral para no ser pillado a pesar de querer gritar de la emoción.

Esperaron unos segundos a que las puertas que tenían delante se abrieran, encontrándose a una mujer vestida con un uniforme.

—Señor Pérez— el mencionado se sintió incómodo por tanta formalidad, pero centró su atención al artefacto que extendía en su dirección— Debe ponerse esta pulsera, con ella estará monitorizado y podremos estudiar sus constantes vitales.

El menor se arremangó y acercó su brazo para que la mujer le colocara la pulsera metálica. En cuanto escuchó el click, la muchacha abandonó la sala.

Los nervios no hacían más que aumentar. A aquella zona no llegaban los conductos de ventilación, por lo que nunca la había visto y, por ende, no sabía cómo tenía que proceder en aquel lugar. Dio un repaso rápido con la mirada a la estancia, descubriendo una estantería con mochilas y ropa.

ɪᴍᴍᴜɴɪᴛʏ |Volkacio|Where stories live. Discover now