Más fácil la segunda vez

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Caricias de las flores deshojadas por el viento. Pétalos que cargaban las pasiones que florecían en la primavera, arrastradas dejando rastros de colores blancos y rosas. Se esparcían generosamente sobre estanques y la hierba, y por las calles de la ciudad, ocasionalmente apilándose sobre las cabezas de aquellos que se quedaban debajo de las ramas. Confeti para una fiesta de primavera, una invitación para enviar a lo ancho y largo, anunciada desde las copas más altas de los árboles para que todos pudieran oírlo. Después de todo, la sutileza nunca fue su mejor color.

Una invitación que las masas dispersar por la ciudad respondieron de inmediato. Ambos anticipaban que las cosas tomarían un giro en esta dirección. Estaban en Tokio. Habían pasado la última hora disfrutando del resplandor posterior a su descuido, y una multitud aglomerada no era nada menos que un castigo. Una consecuencia de un error tonto que, extrañamente, a ninguno le molestaría volver a repetir una y otra vez.

Por las mismas razones, de alguna manera lograr encontrar un lugar sólo para ellos dos era una verdadera bendición. Un milagro inmerecido. Un pequeño espacio en las cuatro esquinas de su manta de picnic, y un lugar para finalmente descansar en medio de la concurrida tarde. A Fuutarou nunca le gustaron mucho las multitudes. Desde que llegó a Tokio, tuvo que aprender a ahogar ese ruido constante que lo rodeaba. Había aprendido a tomar cada oportunidad que se le presentaba, así fuera colarse por el espacio más pequeño en la hora pico del tren, o en medio de la pelea de los compradores que se amontonaban enfrente de las ofertas de la tienda de comestibles. Reglas para sobrevivir cuando estabas en la gran ciudad.

A pesar de la agotadora perspectiva de su ya-no-tan-nueva vida, Fuutarou estaba dispuesto a admitir que estos últimos dos años habían sido un viaje que bien valió todas las dificultades. En esta misma primavera, otro año vendría a su final. Otra oportunidad para recopilar esas memorias mal alineadas y misceláneas, reflexionar sobre las personas a quienes pertenecían. Si los pensamientos terminaban con una sonrisa agradable en sus labios, entonces seguramente algo, en alguna parte, iba bien en sus vidas.

Durante este momento, al menos, Fuutarou sabía que las cosas iban bien así como estaban.

– Y ahora ¿qué te tiene divagando? – Ichika le picó la mejilla con el dedo. Estaba tendida junto a él, con la cabeza descansando cómodamente en su regazo. En los momentos en que se robaba una mirada hacia arriba, la somnolienta chica se encontraba atrapada en un pequeño trance. Se preguntaba qué pensamientos extraños viajaban por la mente de su amante mientras observaban los cerezos en flor sobre ellos. Parecía meditativo, incluso tranquilo. A ella siempre le había parecido encantadora esa parte suya. Como su expresión al ser pillado en cualquier parte entre los pensamientos más triviales y sentimentales, algo que era a partes iguales calmante y divertido. Por esas razones, Ichika siempre dejaba todo de lado sólo para burlarse de él.

– Creí que estabas dormida. – dijo Fuutarou, cogiendo uno de los pétalos perdidos que cayeron sobre el cabello rosa de la chica.

– Lo estaba hasta hace un momento. – Ichika se cubrió la boca mientras bostezaba. – ¿Dormí demasiado?

– Sólo un par de minutos. Te desplomaste apenas terminamos de comer. Sabes, realmente te quedas dormida muy rápido.

Ichika se rio, y luego se rodó de lado para quedar sobre su espalda. – Supongo que el jet-lag de verdad me tiene descolocada. A esta hora ya debería estar a punto de irme a la cama. – Miró el reloj en su muñeca, fijándose en los dos diales que marcaban la hora en sus dos hogares. Ya seguramente serían casi las diez de la noche allá en California.

– Eso tiene sentido. – dijo Fuutarou. – ¿Y bien? ¿Tuviste una buena siesta?

– De hecho sí. Tus muslos hacen una almohada bastante decente. – Empezó a picarle debajo de la pierna unas cuantas veces. – Parece que todo ese ejercicio empieza a dar su fruto. Sigue así y pronto estará más firme y musculoso.

Todo de míWhere stories live. Discover now