15

36 4 0
                                    


Seguramente te ha pasado que quieres algo con todas tus fuerzas, quizás es ver la nueva película con tu actor preferido, quizás es que ya no aguantas las ganas que salga el álbum nuevo de tu grupo favorito o comprar el último libro de una saga que has estado amando pero cuando al fin llega el día, nada es como lo imaginabas. Te decepciona, te causa molestia y solo sientes arrepentimiento.

Casi toda mi vida se describe de esa forma. No importa lo que haga, no importa el esfuerzo que le invierta a algo, no importa que tan positiva soy, nunca nada es como espero. Jamás. Siempre obtengo resultados mediocres, siempre termino como última opción o a veces, como ninguna opción. Nunca obtengo lo que más deseo sin importar que eso que quiero, sea algo bueno, algo que beneficie a otras personas.

Y es difícil vivir así, vivir con los rechazos, con los "no", con las miradas apenadas negándote las oportunidades. Estudié una carrera entera solo para terminar de asistente de alguien que es la madre de la chica que está al lado de la única persona que he amado. He permitido que mi corazón sienta cosas lindas por otros chicos además de Jake pero todos, de alguna forma, terminan rechazándome. Cuando intenté empezar un negocio en línea para vender libros juveniles y románticos, tuve más perdidas que ganancias. Me quedé con un montón de libros que ya había leído y al final, los doné a una biblioteca local perdiendo como tres mil dólares.

Antes creía en Dios pero se me hizo bastante difícil creer en un supuesto ser misericordioso y bueno cuando todo en mi vida apuntaba al fracaso. No importaba que tanto oraba, que tanto evitaba hacer cosas malas, o todas las noches que le rogaba para que cambiara mi situación, nada cambió. Empecé a despegarme de Dios cada vez más cuando alguien me decía "no" porque nunca encontraba mi "sí" ¿Había si quiera un sí?

Quería creerlo.

Eso fue a los dieciséis, luego cumplí diecisiete y le creí. Creí que Dios me quería bendecir, quería que fuera feliz y prospera. Mi abuelo murió ese año, el único que me amaba como se debe amar a un miembro de tu familia. El único que me protegía. Pero seguí creyendo. Creí que mi vida iba a mejorar, tenía que mejorar porque estaba siendo buena persona. Estaba obedeciendo las miles exigencias de Dios.

Pero cumplí dieciocho y mi familia estaba haciendo algo horrible, no a mí pero que sí me afectaba y no tuve más opción que irme. Me fui pero creía que Dios me iba a ayudar. Fui a la universidad, pagué todo con miles de trabajos de medio tiempo y siempre estaba rodeada de la soledad. Soledad por todas partes.

Fui criada en un ambiente algo conservador y estricto por lo que me costó mucho salir y comunicarme con las personas pero lo hice para sobrevivir. Mis padres me enviaban dinero pero al final de un par de años, ya no. Dejaron de buscarme y yo también dejé de contestarles.

Luego veintiuno, veintidós... ¿Cuándo iba a ser feliz? ¿Se supone que esto es la vida? ¿Por qué a otras personas les va mejor?

Entonces, un día simplemente ya no quise creer en la existencia de un Dios. Es más fácil para mi vivir así, prefiero pensar que no hay un Dios y que todo lo que me pase en esta vida, bueno o malo, depende de mí y de mi esfuerzo a pensar que sí hay un Dios y que simplemente no le importo. No le importa las veces que mi almohada terminó empapada por todas las lágrimas o los cortes que me hacía en las muñecas.

Si no hay un Dios es más fácil asimilar todo. Si hay un Dios sería el rechazo más doloroso de todos. Que Dios, el bueno y justo, ignore tu bienestar duele demasiado.

Así que quizás, en el fondo, aun creo que sí hay algo ahí pero prefiero no ser su creyente. Prefiero no saber nada de ese Dios o comunicarme con alguien quien se queda estático ante mi sufrimiento.

OTRA VEZDove le storie prendono vita. Scoprilo ora