El amor todo lo cree, todo lo sufre, todo lo espera y todo lo soporta:
-Esta arepa está muy buena, papi. ¿Por qué no te compraste una?
El joven hombre miró a la niña con una sonrisa fingida y le limpió la boca con la servilleta que vino en la bolsa...
Volveré junto a ti a pesar de mi orgullo volveré porque sé que no puedo elegir recordando ahora días de otra latitud frecuentando sitios donde tu estarás repitiendo gestos y palabras que perdimos volveré junto a ti como cuando me fui
Tu dime si estás, dispuesto a intentar de nuevo conmigo, un largo camino si aún eres tu, si ahora soy yo como una canción sincera y nueva tu dime si estás, si puedo encontrar nuestro pasado en tu mirar
Volveré junto a ti, pues te quise y te quiero
volveré junto a ti, para siempre hasta el fin volveré, porque de ti queda parte en mi
Volveré junto a ti, Laura Pausini
Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.
Cabizbajo, con la angustia consumiéndole el pecho y el miedo de la incertidumbre sofocándole, Franco caminaba por las calles en busca de algún trabajo que hacer.
Ya se había quitado el traje en un mall y puesto la ropa sencilla, que le serviría para hacer cualquier tarea que le apareciera sin miedo a dañarla.
Se detuvo frente a una pollera y se puso a ayudar al dueño a deshacerse de los desperdicios de los pollos que limpiaban; allí le dieron un pequeño pago por su trabajo, pero aquella miseria no le serviría de mucho.
—Yo le ayudo, señor. —Se apresuró a tomar las bolsas de basura a un hombre mayor, quien lo miró con recelo ante su insistencia.
—No tengo más que unas cuantas monedas —se apresuró a advertirle con lástima.
—No se preocupe, lo que tenga está bien —respondió con ojos llorosos ante lo bajo que había caído.
El señor le entregó las monedas y lo miró con el ceño fruncido.
—Eres un muchacho joven y hasta buenmozo, ponte a estudiar y deja de estar en vicios; no destruyas tu futuro, mijo.
Franco se quedó helado ante la asunción del hombre y las ganas de llorar se tornaron insoportables.
—No soy un vicioso, solo soy un padre que quiere alimentar a su hija y a quien nadie contrata. He tocado tantas puertas, pero ningunas me son abiertas —Hipeó. Se frotó la nariz con vergüenza mientras trataba de no llorar, no quería hacer ese oso delante de todas esas personas.
El desconocido lo miró con pesar y le dio una palmada en el hombro.
—Lleva eso y regresa, muchacho —comandó. Franco asintió a su pedido y se apresuró a cumplir con la tarea, al regresar, encontró al hombre en el mismo lugar—. Ven conmigo.
Franco lo siguió por todo un callejón que los condujo a otra calle que no estaba pavimentada. El hombre se detuvo frente a la entrada de una casa de madera, que se encontraba rodeada por un pequeño terreno. La casita estaba pintada de azul y lucía pulcra y bonita, del mismo modo, el patio lucía impecable.