Prólogo [El inicio de todo]

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Yuuri Katsuki vivía en un pueblo donde jamás ocurría nada extraordinario.

Tal como todos los sitios a mitad de ninguna parte, los eventos más emocionantes y significativos se reducían a los pequeños festivales que se realizaban cada verano, con tal de iniciar una favorable cosecha anual; estas eran actividades de suma importancia para el desarrollo económico interno, gracias a lo cual, por costumbre solían adornar las calles con flores, listones en diferentes tonalidades, también tocaban música, preparaban comida y hasta organizaban algunos juegos de azar callejeros cuyo único propósito consistía en vaciarles los bolsillos a los pobres incautos que se atreviesen a probar suerte. Pero lejos de la intrínseca monotonía común, Hasetsu era considerado entre sus habitantes un lugar donde se podía vivir sin mayores preocupaciones o peligros por sortear; aunque si algunos se consideraban lo suficientemente aventureros, bien podrían migrar hasta la capital, donde existía mayor actividad comercial en todos los sentidos posibles. No obstante, Yuuri jamás sintió atraído ante ello, antes bien, le gustaba mucho Hasetsu.

El pequeño territorio poseía suficiente protección de norte a sur, cuya barrera principal era delimitada por una serie de profundas cadenas montañosas; motivo por el cual solo se podía tener acceso directo a través de línea ferroviaria que, a su vez, estaba estrechamente conectada con diferentes urbes cuyos destinos conducían hacía otros asentamientos más conglomerados.

A juicio de cualquiera, trataba de un sitio totalmente común...salvo por un pequeño detalle.

Sí, aun en toda su magnífica simpleza, Hasetsu tenía una curiosa e importante peculiaridad desde hacía ya unos cuantos años atrás; algo que, para ser un pueblo donde jamás ocurría ningún evento extraordinario, terminó convirtiéndose en la comidilla de sus habitantes. Yuuri tenía quince años cuando vio a lo lejos y por primera vez el castillo ambulante que pocas veces se quedaba quieto en un mismo sitio. Camuflándose entre la espesa neblina luego de una tormenta especialmente intensa, a través de su ventana logró distinguir a lo lejos la fantasmagórica estructura sin forma definida, que se tambaleaba de un lado a otros sin cesar; casi poseía la altura de un faro, sin embargo, su apariencia desprolija emitía espantosos rechinidos con cada paso que daba, como si estuviera a punto de desmoronarse en pedazos gracias al esfuerzo. Dos largas piernas de metal oxidado eran las principales responsables de movilizarlo por todas partes, mientras la chimenea superior escupía espeso humo negro cual carbón sin cesar. Pese a experimentar el típico miedo natural tras presenciar algo desconocido e inexplicable, a Yuuri le dio la fuerte impresión de que aquella cosa trabajaba a marchas forzadas conforme se alejaba cada vez más, hasta perderse de vista en su totalidad.

Resultó impresionante y al mismo tiempo abrumador, aunque también increíble en mil sentidos distintos.

A decir verdad, nadie sabía exactamente de dónde rayos salió ni por qué se estableció en Hasetsu, aunque fuera por lapsos inconstantes. Las autoridades, mostrándose nerviosos ante la posibilidad de una amenaza inminente, trataron de hacer algo al respecto; más al final hubiese sido difícil porque les resultaba impensable siquiera acercarse por temor a ser agredidos o, peor aún, encontrar a un ente maligno dentro dispuesto a infringirles algún daño no solo a ellos, sino también al resto de los ciudadanos.

Además, el castillo pocas veces permanecía fijo por demasiado tiempo en una misma zona, siempre cambiaba su posición volviéndolo inaccesible. Debido a ello, mientras los años siguieron pasando y el dueño jamás mostró hostilidad alguna hacía nadie en particular, al final creyeron buena idea que la decisión más sensata sería dejarlo tranquilo. Aunque eso sí, tales restricciones no le impidieron convertirse en objeto de constantes habladurías, chismes, rumores y hasta ridículas leyendas. Muchos solían opinar a viva voz que dicho armatoste era comandado por un demonio: esos horribles seres cuyas retorcidas intenciones le motivaron a elegir un pueblo como aquel, puesto que nadie intercedería si acaso se atrevía a cometer alguna bajeza contra la desprotegida ciudad.

El corazón del mago Where stories live. Discover now