Guardián en las sombras.

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—Veamos qué tenemos aquí...

El tipo más alto aumentó la sujeción de Yuuri, evitando así que intentara nada estúpido. Y comenzó a registrarlo en busca de algo de valor, pero mientras lo hacía, a propósito se detenía en zonas de su cuerpo más de lo necesario, tocándolo con evidentes malas intenciones.

A pesar de la repugnancia que esto le provocó, Yuuri, apretó la mandíbula, evitando a toda costa mostrar debilidad o rechazo que empeorara su posición. Sin embargo, la morbosa diversión del individuo persistía, exacerbando la degradante experiencia. Y su mente luchaba por encontrar una salida, la que fuera.

Gritar no era opción. Cualquier llamado de auxilio quedaría sofocado por el bullicio del festival; una cruel ironía que aumentaba la desesperación de Yuuri. De reojo, alcanzo a distinguir un trozo del jarrón roto a sus pies, y creyó que si aquel maldito bajaba la guardia por un instante, tendría una oportunidad.

Aferrarse a esa esperanza por más pequeña que fuera le dio valor, aun si la opresión en su pecho amenazaba con ahogarlo.

—¿Qué encontraste?

—Nada que te interese —El tono de malsana diversión le dio una idea muy clara al otro maleante sobre a qué se refería.

—¿Cuánto tiempo necesitas?

—Creo que no será necesario darnos prisa. Apuesto que con el estimuló adecuado, nuestro pequeño amiguito cooperará.

Riéndose, obligó a Yuuri a girarse con un violento jalón, lo cual ocasionó que la mejilla del florista se friccionara contra los ladrillos. La piel se rompió con una dolorosa sensación de calor, convirtiéndose en una punzada difícil de ignorar.

Aun así, Yuuri apretó la mandíbula y guardó silencio. Bajo ninguna circunstancia les daría la satisfacción de escucharlo suplicar. A pesar de ello, se le detuvo la respiración cuando el filo del cuchillo bajo de su garganta y se presionó sobre su estómago. Aterrado, cerró los ojos esperando lo peor. De pronto, antes de caer presa del pánico, escuchó pasos acercándose, por lo que un destello de esperanza cruzó por su mente ante la posibilidad de recibir ayuda.

Poco después, de entre las sombras apareció un hombre alto, cuyo cabello plateado estaba atado en una coleta alta. Y no iba solo: lo acompañaba una caniche, cuya tensa postura delataba la proximidad del peligro. Yuuri se sorprendió al darse cuenta quién era su inesperado salvador: se trataba ni más ni menos que de el dueño del castillo ambulante.

Victor, cuyo rostro impasible era difícil de leer, dirigió sus ojos azules a Yuuri. Y quizá lo imaginó, pero por un segundo creyó percibir un fugaz destello de rabia en ellos.
Por supuesto, Victor y Makka se aproximaron con determinación, interrumpiendo lo que ocurría. La presencia del mago, imponente, llenó el callejón de una autoridad silenciosa. Asimismo, Makkachin, fiel y alerta, permaneció a al lado del hechicero en todo momento.

—Buenas tardes, caballeros —saludó Victor con su habitual elegancia y tono refinado—. ¿Interrumpo algo? —quiso saber, sin pasar por alto la hostilidad de los maleantes.

—Piérdete, idiota. ¿No ves que estamos ocupados? —Al enfrentarse a Victor, se vio obligado a soltar Yuuri con la intención de mostrarle el cuchillo.

Victor sonrió ante la amenaza, sin alterarse por la situación. Pero desde ahí fue difícil no darse cuenta que Yuuri no era capaz de ponerse en pie, lo cual le dio mas motivos para estar molesto. A su lado, Makka gruñó y enseñó los dientes, atenta las órdenes de su amo.

No obstante, Victor optó por una solución diferente: a través de un movimiento fluido, trazó líneas invisibles con su dedo índice, y los agresores comenzaron a agitarse en el aire igual que marionetas controladas por un titiritero.

—¡¿Qué mierda?! —gritó uno de los vagos, histérico.

—Parece que ustedes dos son los que sobran aquí —dijo Victor en tono burlón—. No deseo hacerles daño —E hizo que los hombres se golpearan entre sí con tal de enfatizar su punto—. Ahora, si saben lo que les conviene, tomarán la oportunidad de largarse antes de que me enfade. 

Colocándose entre los rufianes y Yuuri, Victor adoptó una postura defensiva. El mensaje fue muy claro. En especial porque su mirada desafiante no se apartó de ninguno de ellos, haciéndoles saber que hablaba muy en serio.

—¡Lo sentimos!

Convencido de que ya no eran un peligro, Victor los soltó con brusquedad, causando que se tambalearan y cayeran al suelo acompañados de un doloroso estrépito.

—Fuera de mi vista antes de que cambie de opinión —ordenó.

Los dos hombres, aterrorizados, huyeron como si sus vidas dependieran de ello. Y Makkachin, por supuesto, los siguió de cerca asegurándose de que no se les ocurriera regresar.

El corazón del mago Où les histoires vivent. Découvrez maintenant