Pasaje Oscuro.

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Yuuri se dirigió rumbo a la plaza central, enfrentándose a la abrumadora multitud. Con la efervescencia del festival, numerosas personas se congregaron con la intención de disfrutar, comercializar sus productos o incluso encontrar compañía.

Tomando en cuenta lo difícil que sería pasar con su carreta sin riesgo de accidentes, optó por desplazarse a pie.
Así que, resignado, tomó las flores y se apresuró.

Consciente de que le tomaría más de lo habitual cruzar la explanada, creyó que lo mejor sería si usaba un atajo. Había un par de callejuelas cercanas que se entrelazaban entre sí, ofreciéndole la oportunidad de acortar el trayecto. Un par de años atrás, la delincuencia no era un tema preocupante en Hasetsu, ya que todos se conocían y los extraños rara vez se aventuraban a ir hasta ahí. Por lo tanto, decidió utilizarlas, confiando en que facilitaría la tarea.

Con la seguridad de que todo transcurriría sin dificultades, Yuuri avanzó un par de cuadras, percatándose de que bastaba con doblar en la esquina con tal de llegar directamente a su destino. No obstante, al hacerlo, se encontró de frente con dos sujetos bastante sospechosos. No lucían ancianos, pero tampoco jóvenes: vestían ropas sucias y desgastadas, llevaban barbas de varios días y sus miradas no le dieron confianza en absoluto.

Yuuri aceleró el paso, evitando cruzarse con ellos, en un vano intento de pasar inadvertido. No obstante, le bloquearon el camino, negándose a dejarlo ir.

—Hey —Aunque no estaban tan cerca, un penetrante olor a alcohol llegó hasta Yuuri, causándole náuseas—. ¿Qué tienes ahí, chico guapo?

Yuuri frunció el ceño. Aun si su apariencia pareciera vulnerable, sabía defenderse. El dilema residía en que estaba en clara desventaja numérica. Si solo fuera una persona, encargarse del asunto no sería un problema, pero dos presentaba un desafío considerable.

Aun así, Yuuri mantuvo la compostura, y comprendió que la astucia sería ser su mejor aliada si quería salir sano y salvo de esos callejones. Mantener la calma era crucial.

—Son solo flores —mencionó con serenidad, esperando con ello disuadir las intenciones hostiles por parte de los desconocidos.

A pesar de sus esfuerzos, la preocupación de Yuuri se intensificó al notar que ambos se aproximaban, con el propósito de asegurarse de que decía la verdad. Yuuri maldijo entre dientes ya que, de alguna manera, presintió que las cosas no terminarían bien.

—Nos gustan las flores, ¿cierto, compañero? —Yuuri evitó retroceder, ya que notó un tono malintencionado en la pregunta.

—Se las regalo —Fue la primera idea que surgió en su mente—. Pueden venderlas o algo. En esta época del año son rentables.
El individuo más alto emitió un sonido desagradable, al segundo siguiente, sacó un cuchillo que no dudó en mostrarle a Yuuri. El destello del objeto bajo la tenue luz del callejón no dejó lugar a dudas sobre lo que ocurriría a continuación.

—No eres nadie para darme ordenes, muchachito.

El primer golpe lo sorprendió. Proveniente del costado izquierdo, fue tan veloz que no tuvo tiempo de bloquearlo. En consecuencia, el jarrón con las flores se estrelló en el suelo, rompiéndose en pedazos. Simultáneamente, las gafas de Yuuri salieron despedidas de su rostro, y notó el sabor metálico de la sangre en la boca.

Jamás había sido golpeado así antes. Si bien se tambaleó aturdido por la sorpresa, logró mantenerse de pie de puro milagro. Pero, un instante después, otro ataque le debilitó las rodillas, puesto que su espalda, cabeza y hombros comenzaron a doler tras haber sido impactado contra la rígida dureza de un muro cercano.

Entonces su agresor le tiró del cabello con fuerza, obligándolo a exponer la garganta. El mortal frío del cuchillo se presionó ahí, amenazando con cortar hasta la yugular ante cualquier movimiento en falso.

—Por favor, no tengo nada de valor conmigo. ¿Quieren las flores? Quédenselas, no tienen ningún valor para mí.

Yuuri trató de apaciguar la situación. Debía usar las palabras con cautela, de lo contrario, las consecuencias serían fatales.

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