Capítulo 29: Coge el Gorgoneion y corre

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—Tráeme el antifaz con perlas —me ordenó Perséfone desde debajo de sus sábanas horteras de encaje. Se había peleado con Hades porque él había tenido el detalle de insinuarle que la explotación a semidioses no estaba bien vista, lo que significaba que 1) no se iban a distraer mutuamente y 2) me tocaba aguantarla a mí. Ni siquiera en mi última noche iba a poder dejar de pasar penurias.

—Enseguida —respondí, sonriendo como pude. No quería que le diera insomnio por el enfado, como cuando me tropecé con un peine que había dejado por ahí tirado y se me rompió el frasco de perfume que le estaba llevando, así que tenía que contenerme las ganas de asesinarla ahí mismo y fingir que adoraba el trato de perros que me daba.

Dejé con cuidado la fina tira de tela sobre su cara, con cuidado de no meterle ninguna perla por la nariz o algo parecido. Ella se removió un poco, dejando escapar un gruñido.

—No me gusta. Quiero la de zafiros —ladró, haciendo una mueca de asco. Se quedó inmóvil para que yo pudiera quitarle el antifaz. Lo cogí entre las puntas de los dedos índice y pulgar, intentando que no se me notase el aburrimiento que me había terminado provocando su actitud de niña consentida.

¿Que qué hacía no mandándola a freír puñetas? Necesitaba que esa noche durmiera como nunca, así que estaba, en cierto modo, maniatada. No podía echar mano de la ironía que habitualmente me las arreglaba para colarle, y, la verdad, todas esas réplicas inteligentes que no iban a ver la luz estaban empezando a darme pena. Decidido, iba a escribir un libro con ellas. Eran demasiado ingeniosas como para dejarlas marchitarse en mi mente.

—¿Así mejor? —pregunté todo lo cortésmente que pude. Ella resopló como un toro, y sacudió la cabeza, mandando el antifaz a volar por los aires.

—La de esmeraldas —bufó por toda respuesta.

Abrí otra vez el cajón de las prendas de dormir de Perséfone, y suspiré al comprender que iba a pasarme un buen rato hurgando entre aquella ropa.


Tras probarse, o más bien obligarme a ponerle sobre los ojos, otros dieciocho antifaces, decidió quedarse con uno decorado con cristales de colores, que se superaba a sí mismo en cursilería y horripilancia. Era como contemplar el resultado de cruzar unas medias de encaje baratas con las joyas de la corona británica.

Toda orgullosa con su tira de satén puesta sobre la cara, y con aspecto más bien de estar a punto de ser secuestrada por Pigsaw, Perséfone decidió que ya había tenido suficiente dosis de servilismo amable de Enero Jefferson por aquel día y, sacudiendo la mano, me ordenó retirarme. Más bien parecía que intentaba quitarse a una mosca de encima, pero, acostumbrada a sus malos modos y mordiéndome la lengua mientras pensaba "Venga, Enero, que es el último día, no vayas a montar el pollo ahora...", me contenté con hacerle una mueca (¿para qué darle un antifaz si no era para que no me viese hacerle burla?) y darle las buenas noches con cierto retintín.

—Sí, sí, lo que sea —bufó ella, subiéndose un poco más las sábanas. No dejaba de ser irónico que tuviera frío en medio del mismísimo Infierno. Con cara de susto por el esfuerzo de reprimir una risotada psicótica, cerré la puerta por la que esperaba que fuese la última vez en mi vida tras guardarme en el bolsillo discretamente una bolsita de tela.

Comencé a saltar por el pasillo, haciendo un uso irresponsable de mis pocas energías. ¡Por fin me había librado de Perséfone! Había soñado con ese momento desde que pronunció las palabras "¡Me ayudará a limpiar mis aposentos!" . Qué felicidad...

—¡Enero!

...Que, desde luego, no podía durar mucho. Dejé de pegar botes, y me volví para encontrarme con el Señor de los Muertos en pijama y ojeroso.

La Cazadora (PJO)Where stories live. Discover now