Tiempo muerto

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—Lo entiendes, ¿verdad, amor?

Asiento. Más por inercia que por otra cosa, y sonrío un poco forzada. Claro que lo entiendo. Lo que pasa es que no quiero entenderlo.

—No es que... —Chanel suspira, y yo siento que me estoy resquebrajando por dentro.

Me acaricia la mejilla con la mano y me mira como se mira a un perrito abandonado en una gasolinera, y yo, que siempre tengo ganas de reír y me tomo las cosas de forma positiva, tengo ganas de cavar un hoyo y meterme dentro.

Sonríe un poco triste y su mirada es tan intensa que me tiemblan las piernas. Coge aire, y sin quitar la mano de mi mejilla susurra:

—Ojalá nos hubiéramos conocido antes.

Y esas palabras, esas putas palabras me hieren mucho más que cualquier otra cosa que vaya a soltar por la boca. Porque me enervan esos hipotéticos casos que sucederían si no estuviéramos donde estamos en este momento.

Me la sudan, me la suda el antes, yo quiero el ahora.

Trago saliva, y entonces noto que el nudo que tengo en la garganta se me está empezando a enquistar.

—No pasa nada. —Digo con un hilo de voz, y bajo la cabeza porque si sigue mirándome así, si que va a pasar algo.

—María yo te quiero muchísimo... —Su voz suena casi desesperada. —Y si te he dado a entender que... Lo siento, lo siento de verdad.

—Está bien, Chanel. —Ahora la que la mira intensamente soy yo. —No pasa nada, es... Es comprensible, estamos todos súper nerviosos y emocionados y...

—Sí. —Asiente rápidamente. —Y es que al final nos falta nuestra gente, son muchos meses de estrés y...

—Sí. —Asiento yo ahora, volviendo a sonreír forzada.

Chanel me coge de la mano y la aprieta entre las suyas.

—No quiero que esto cambie nada entre nosotras... —Dice con miedo.

—Claro que no. —Niego.

Ella se muerde el labio, dubitativa. Por Dios Santísimo, ni un minuto y ya está provocando otra vez.

—Puedo... ¿Puedo abrazarte?

—Por favor, no me preguntes esas cosas... —Suspiro.

Chanel me abraza con fuerza, estrujándome entre sus brazos y reposando la cabeza en mi cuello. Suspira y yo con ella. Joder, qué bien huele su pelo.

—De verdad que no quiero que cambie nada. —Asegura. —Quiero que sigamos siendo las de siempre, quiero sentarme a tu lado en el autobús, quiero escuchar música contigo cuando estamos esperando en el aeropuerto y... —Coge aire. —Abrazarte y...

Chanel no es consciente de lo que me está pidiendo. Igual que no es consciente de que todas esas cosas que ella ve normales, no son normales.

Normal es sentarse a mi lado en el autobús, o compartir auriculares cuando escuchamos lo nuevo de Rosalía. Lo que no es normal es que se apoye en mi pecho para dormir en el autobús y me rodee la cintura con los brazos. Y lo que tampoco es normal es que me cante "te quiero ride como a mi bike" susurrada en el oído.

La miro y compruebo que efectivamente, vive en una especie de galaxia anexa donde todas esas actitudes, incluida la de mirarme como si fuera la última Coca-Cola en un desierto, deben ser normales entre amigas.

Y no sé si es que es demasiado naif o es tonta de remate, pero cada vez que me hace la caidita de ojos y se muerde el labio mis bragas se mojan un poco más.

Lo peor es que la culpa es mía. Mía, mía, mía y solo mía. Porque de todos los días del calendario, de los 365 días que tiene el año, yo he decidido que sea este, el primer día que estamos en Turín para representar a España en el Festival de Eurovisión el próximo sábado, el día que le confiese a Chanel que me vuelve loca.

Y mira que había días como ollas, ¿eh? Pero cuando la he visto subir al escenario, tan guapa, tan segura, tan contenta... Y hemos salido del ensayo tan ilusionados, tan emocionados, con todos los sentimientos a flor de piel...

Nos hemos abrazado todos, hemos llorado y Chanel me ha agarrado fuerte de la cintura, como si no quisiera soltarme, en un abrazo eterno que ha durado mucho más que los del resto.

Y, yo que sé. Que me he envalentonado y yo soy así, cuando se me mete algo en la cabeza tengo que hacerlo.

Así que le he confesado a Chanel mis sentimientos, le he abierto mi corazón y le he dicho que solo tengo intenciones pulcras con ella, y ella me ha salido con el mal timing.

Para sobarme el culo no había mal timing, eh...

Suspiro, ya estoy acostumbrada, más que acostumbrada a este tipo de cosas: heterodivertidas.

Sonrío al mirarla y asiento con la cabeza, dándole a entender que está todo bien, y me levanto de la cama y voy directa al bolso. Lo mejor será que me vaya a mi habitación antes de que la cosa empiece a ponerse rara.

—Me voy yendo, ¿vale? —Le informo. —¿A qué hora bajas mañana para desayunar?

Chanel me mira como si lo que quisiera desayunar soy yo. Sigo su mirada, que muy poco discretamente está posada en mi vientre, descubierto por el top negro que llevo puesto.

¿En qué habíamos quedado?

—A eso de las 8:30. —Asegura, cambiando de ubicación su mirada. Ahora está en mi cara, bien. —Guárdame un sitio a tu lado. —Me guiña el ojo.

—Claro. —Asiento, con la mano ya en el picaporte de la puerta.

—Y, María...

—¿Um? —La miro.

—Me habría encantado que me besaras.

Giro la cabeza hacia la puerta y cierro los ojos con fuerza. Esta son la clase de cosas que me molestan cuando te declaras a alguien, que parece que necesitan darte la palmada de compensación en la espalda.

Lo que ocurre es que en el caso de Chanel no sé si se trata de una palmadita de compensación, de pura culpabilidad, o de deseo prohibido.

Y lo peor es que yo ya lo sabía, ya estaba advertida, ya sabía la respuesta.

Ella tiene novio.

———

* Gracias al equipo de investigación de Bigote Arrocet por patrocinar este contenido.

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