Capítulo 36

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Crystal

Frío. Vacío. Oscuridad.

Sentí el dolor penetrante en todo mi ser. Cada nervio, cada músculo, cada gota de sangre sentía el dolor abrasador de aquella bala que palpitaba en mi carne. Sin darme cuenta ya estaba en el suelo, el sonido del disparo me había ensordecido tanto que la voz de Eddie no llegaba con claridad, era como si yo estuviera bajo el agua y él a dos metros en la superficie.

Intenté abrir los ojos, creo que Eddie me estaba pidiendo que los abriera. Notaba los párpados pesados, inamovibles. Puse todo mi esfuerzo y conseguí ver una tenue luz que se filtraba entre mis pestañas, y ahí estaba él.

—Pequeña, mírame —los ojos de Eddie estaban inundados de lágrimas, notaba cómo una a una mojaban mis mejillas —, por favor, quédate conmigo.

Quería acariciar su pelo, algo en mi interior me decía que sería la última vez que podría sentir sus rizos entre mis dedos, su olor a champú cítrico y sus ojos sobre los míos. No podía levantar el brazo, cada vez que intentaba mover un músculo me recorría una punzada de dolor por todo el cuerpo.

—Shhhh... No te muevas, Crys, no te muevas. Está todo bien, ¿vale? —Eddie me sonreía con su sonrisa más amplia, la que ponía cuando yo le decía cuánto lo amaba, pero esa sonrisa no llegaba a sus ojos, sabía que no estaba todo bien.

—E-Eddie —balbuceé intentando hablar.

—Tranquila, mi vida, ya vienen a ayudarte. Mírame, quédate mirándome. Tienes los ojos más bonitos que he visto en mi vida, Crystal Carver, no los cierres por nada del mundo.

Traté de sonreír pero creo que no lo conseguí. Notaba el cuerpo de Eddie presionando en mi hombro derecho, me dolía horrores pero era incapaz de formar palabras correctamente.

—C-crys lo... lo siento, y-yo no quería... —tartamudeó Jason.

Notaba la voz de mi hermano a lo lejos. ¿Qué hacía él aquí? Quizás todo esto era un mal sueño. Ahora que lo veía bien, estaba en la cabaña de los abuelos. Nada de aquello era real, sentí un gran alivio al darme cuenta. Empecé a cerrar los ojos para ver si podía despertar de la pesadilla.

—No, mi amor, no cierres los ojos. —Eddie me zarandeaba con manos temblorosas, pero no era real. Tenía que despertar para dejar de sentir ese punzante dolor de una vez por todas.

—¡Trae de una puta vez el coche, Carver! ¡Tu hermana se me va a morir en los brazos, joder! —gritó Eddie lleno de furia y dolor.

Lo último que escuché fue el sonido de las llantas sobre la tierra y el ruido familiar de un motor arrancando.

Estaba en el parque donde Eddie y yo solíamos jugar de pequeños. Él estaba agachado, su cabecita rapada apenas asomaba por encima del muro unos centímetros, pero ahí estaba.

—Te pillé —susurré dando unos golpecitos suaves en su cabeza—, has perdido. Te toca.

Corrí a esconderme entre risas, el parque estaba más verde que nunca, era primavera. Las flores llenaban la vista, eran de todos los colores del arcoíris. Corría y corría para esconderme, pero por un instante sentía que no había ningún lugar adecuado para hacerlo. Me quedé de pie, clavada en el suelo hasta que la mano de Eddie me tocó.

—Te tengo, Crys. —La voz de Eddie sonaba extraña, como si fuera una persona mayor.

Fruncí el ceño y me di la vuelta, pero era el mismo Eddie de siempre, con sus mejillas sonrojadas por haber estado corriendo. Tenía una mano tras la espalda, y al sacarla me enseñó una flor.

—Cuando seamos mayores, ¿te casarás conmigo, Crys? —dijo y me ofreció la flor, de un púrpura brillante, casi artificial.

—Solo si me sigues regalando flores, Ed. —Reí y le di un pequeño beso en su mejilla, que pareció encenderse aún más.

—No te vayas, pequeña, quédate conmigo —susurró de nuevo la voz extraña, se parecía a la de Eddie pero él no estaba moviendo los labios.

Eddie se fue corriendo a esconderse, yo cerré los ojos con fuerza y conté hasta veinte. Cuando los abrí, ya no estaba en ese parque, ni veía a Eddie por ninguna parte.

Notaba gotas golpeando mi rostro incesantemente. ¿Estaba lloviendo? No, no era lluvia. Quería abrir los ojos pero era imposible, mis párpados parecían pegados a mi piel. Escuchaba un tenue sonido de llanto, pero no podía saber a quién pertenecía. Mi cuerpo se mecía despacio, como si quisieran dormirme cantándome una nana.

Ahora estaba en mi habitación, tenía que estudiar para el examen de biología. Era la nota más importante para el final de curso; si suspendía, estaba muerta.

Jason entró en la habitación con su libro, idéntico al mío. Estaba nervioso y se mordía los labios con insistencia.

—Crys, ayúdame, no entiendo una mierda de esto —murmuró mi hermano gemelo, señalándome con el dedo el tema cinco de su libro.

—Ahora no puedo, hermanito, yo también necesito estudiar. Tendrías que haberme pedido ayuda antes, ese tema es complicado.

Jason se paseó por mi habitación, se estaba empezando a enfadar, podía notarlo. No le gustaban nada las negativas, sobre todo si venían de mí.

—Crystal, joder, necesito aprobar para la beca de baloncesto —dijo en un tono más agresivo, con el ceño fruncido.

—Vete a casa de tus amigotes y que te ayuden ellos, déjame en paz, Jason. Tú nunca me haces ningún favor, vete y déjame estudiar tranquila.

Noté las manos de mi gemelo agarrando el cuello de mi camiseta, levantándome violentamente de la silla. Me miraba con odio, como si quisiera hacerme daño. Su rostro era más adulto, su barba ya empezaba a salir y su pelo estaba peinado de una forma que no me sonaba. Era mi hermano, pero casi no lo reconocía.

Sentí un dolor atroz en el hombro derecho. ¿Me había pegado Jason? Noté la sangre correr por mi brazo, también por mi pecho. ¿Qué estaba pasando? No entendía nada. Escuché de nuevo esa voz familiar, era Eddie quien me hablaba.

—Te quiero, pequeña, te quiero más que a mi propia vida... —Su voz resonó en todo mi ser. Sonreí para mis adentros. Yo también te quiero, Eddie.

Dragones, Amor y Mazmorras | Eddie Munson [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora