Capítulo cuatro

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La sala de interrogatorios era un lugar no muy espacioso, de paredes en tonos grises oscuros. Había una mesa inmensa, de un color gris más brillante, que tenía ciertos defectos por el desgaste del tiempo. En cada lado de la mesa había una silla de plástico duro, color gris. El lugar era caluroso.

—¿La mataste?— Preguntó Damián, dejando caer su espalda contra el espaldero de la silla.

Celeste formó una sonrisa torcida en sus labios, —¡Ay, agente! No me equivoque de veras.— Movió un poco sus manos esposadas, encima de la mesa, —Usted es un tarado.

Damián golpeó la mesa con impaciencia, apretó los labios y sus ojos negros oscuros, brillaban llenos de furia, —Esto no es un juego, ¿Por qué asesinaste a mi hermana?

—¿Por qué crees que la mate?— Preguntó ella entre risas, —¿Por qué?”

—¿Conoces a la psiquiatra Evelyn Denver, con anterioridad?

—No, no.— Ella meneo la cabeza de un lado a otro con seguridad, —La conocí esa noche en la que lamentablemente le arrebataron la vida a tu hermana.

—La psiquiatra Evelyn Denver, confesó que vio una sombra en la sala, mientras ella estaba en la cocina preparando un jugo de piña para mi hermana, ¿Era usted Celeste Wonderly?

—¿Por qué cree que fui yo?— Preguntó ella.

—Porque hay cosas que la señalan a usted.

—¿Cómo cuáles? Porque pudo haber sido usted, ¿No?

—Pero no lo era.— Dijo Damián llevándose una mano a la mandíbula, “¿Por qué te fuiste de la casa, sin despedirte?

—Porque ya había hablado con tu hermana lo suficiente. Evelyn se ofreció a traerle jugo de piña a tu hermana, ella bajo y yo...

—¿Aprovechaste para matarla?— Completo Damián en una pregunta, apoyo ambas manos sobre la mesa, una sonrisa llena de triunfo se formó en sus labios, —¿No es así?

—No, tarado, claro que no.— Dijo Celeste en un tono que manifestaba cierto aburrimiento.

—¿Entonces?— Preguntó el, lleno de confusión.

—Me fui, salí por la puerta trasera y eso es todo.

—¿Qué hablaste con Gloria?— Preguntó Damián.

—Tu hermana no era una santita como tú creías.— Celeste formó una sonrisa torcida en sus labios, —Ella tenía cierta oscuridad, cierto peligro en su ser, que por supuesto tú nunca fuiste capaz de conocer.

—Sé perfectamente que mi hermana Gloria no era una santa, creo que todos tenemos nuestro lado oscuro, hasta yo tengo mi lado oscuro.— Explicó Damián, dando pequeños toques con sus dedos sobre la mesa.

—No, pero hay algo que tú no sabes.— Celeste se echó a reír, sus manos esposadas rebotaban contra la mesa con delicadeza, —¡Ay, tarado! No sabes nada, de nada. ¿Cómo llegaste a ser agente de la policía de aquí de España?

—Te divierte, ¿Eh? Vamos a ver quién se divierte cuando todo salga a la luz, Celeste.

—El que ríe de último, ríe mejor.— Dijo Celeste con un brillo de burla en sus ojos café.

La puerta gris, hecha de metal, rechino mientras se abría con lentitud, permitiendo que una fuente de luz proveniente del exterior reflejada un poco el lado de la pared gris, a espaldas de Celeste.

En la entrada de la puerta estaba una mujer de unos veintitrés y veinticuatro años. Tenía los ojos grises, el cabello negro, ondulado hasta los hombros. Llevaba puesto un uniforme negro oscuro, con una placa dorada que tenía escrito en el centro, “Wellington. L.”

Celeste PGP2024Where stories live. Discover now