Bronce vs Hierro

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El "colapso de la edad del bronce", alrededor del año 1.200 a.C., es un hecho histórico mal documentado y cuyas causas son objeto de interminables polémicas. Una causa que se menciona sorprendentemente poco es la obsolescencia de la tecnología que le dio su nombre a ese período. Probablemente razonando que las culturas más desarrolladas hubiesen adoptado fácilmente la técnica superior del hierro, por lo que esto no puede haber sido un inconveniente mayor. Este razonamiento presupone que un arma (por ejemplo: una espada) es sólo un objeto material y que, por tanto, no puede haber mayor diferencia entre una espada de bronce y una de hierro que su resistencia o su precio. Y que, si bien es indudable que una espada más resistente y más barata es preferible a otra más débil y cara, esta ventaja no es tan importante como para explicar el colapso de una civilización. Este presupuesto es falaz.

Las civilizaciones del bronce pueden parecernos, vistas desde la Modernidad, primitivas y llenas de costumbres barbáricas, pero representaron un progreso sustancial respecto del neolítico que las precedió y, más aún, fueron claramente superiores en muchos aspectos a las civilizaciones del milenio que les siguió. El gobierno era racional. Las leyes hacían muy pocas diferencias entre varones y mujeres. Había menos esclavos y los amos tenían menos derechos sobre sus esclavos que en el mundo greco-romano. La educación de los niños estaba sistematizada y universalizada. La guerra parece haber sido menos frecuente. La economía seguía siendo primariamente agrícola-ganadera, como en el neolítico, pero mientras que cada aldea neolítica producía sus propias herramientas y utensilios, en la edad de los metales esas tareas se especializaron. Hubo poblaciones neolíticas que no producían sus propios alimentos: palacios reales, centros de adoración religiosa, pueblos de constructores de tumbas. En la edad de los metales, esos poblados empezaron a crecer con toda clase de gente que vivía de actividades económicas no vinculadas a la producción de alimentos: Artesanos, alquimistas, médicos, escribas, prostitutas, comerciantes, albañiles, carpinteros, trabajadores de los astilleros, estibadores, aguateros; y, desde luego, una creciente población parasitaria de ladrones, mendigos, adivinos y charlatanes varios.

La guerra era considerada una profesión más y los soldados, como los obreros de cualquier otro oficio, tenían un sindicato. Estas corporaciones sindicales formaban en cada ciudad una república que se ocupaba de los asuntos comunes a todos. El jefe de la corporación sindical de los guerreros era el príncipe de la ciudad, a veces de modo tácito, otras como una institución reconocida oficialmente. Era un gobierno pragmático y laico. Los reyes-dioses de Egipto fueron la excepción y no la regla general. Decir cuántos habitantes tenían estas ciudades comerciales de la edad de los metales es totalmente arbitrario, pues todas tenían una población residente relativamente modesta de algunos miles y una población migrante pendular que vivía mayormente en el campo, pero hacía frecuentes viajes a la ciudad para comerciar, atender asuntos legales o religiosos o por diversión. La "venta de dátiles con vino", alguna clase de golosina de feria, era una actividad económica tan importante en Babilonia, que el código de Hammurabi le dedica 4 artículos. Se suele decir que los esquimales tienen 90 palabras que significan "nieve". El lenguaje babilonio tenía unas 20 que significaban "prostituta". Los artesanos empezaron a competir por ofrecer los mejores productos al mejor precio. Esto llevo al desarrollo de una alquimia laica totalmente racional y práctica. La forja de un cáliz ceremonial de bronce era tanto un ritual religioso como un trabajo práctico, profundamente ritualizado y descripto en textos esotéricos de difícil lectura y traducción. Los textos alquímicos que describen la fabricación de un vaso de porcelana, en cambio, parecen recetas de cocina: mezcle esto con aquello, caliente a tal temperatura durante tanto tiempo, etcétera. Esta competencia llevó a la experimentación científica. Básicamente los alquimistas deben haber empezado a mezclar de todo en distintas proporciones y registrar de modo prolijo los resultados. Descubrieron así que, si al cobre se le añadía una décima parte de estaño, se obtenía una aleación considerablemente más resistente que el cobre puro. Este fue sin dudas su descubrimiento más importante, pero también un gran problema práctico. El cobre es muy abundante en las costas del Egeo, en donde surgió la civilización del cobre, pero el estaño no. Los pocos yacimientos que hay en la región rápidamente no dieron abasto para cubrir una demanda que había crecido exponencialmente. No sabemos cómo se enteraron de que en la costa atlántica de la península Ibérica hay un yacimiento importante; pero establecieron rutas comerciales y puertos para aprovisionarse de estaño allí.

Si en los próximos años se establece una importante actividad minera en la Luna, creo que ese sería un símil aproximado a lo que debe haber sido para esos tipos irse a construir campamentos mineros y comerciar a España. El bronce y el carro de combate, las dos grandes armas de esa civilización, eran hijas del comercio y del desarrollo científico y tecnológico que el comercio impulsó. Pero los alquimistas de la Edad del Bronce descubrieron que había un metal más duro que su aleación favorita, pero muy escaso y difícil de trabajar. Caía en meteoritos o se lo encontraba en pequeñas cantidades en las rocas. Su temperatura de fundición era mucho más alta que la del cobre o el estaño. Lo trataron como un metal precioso: hicieron adornos y objetos de lujo. Una espada de ese metal era algo que sólo se podía permitir un rey. Por lo tanto, no tenía un verdadero uso práctico. Pero pueblos semi-nómadas que tenían una relación difícil con las grandes ciudades comerciales y, con frecuencia, por sus enemistades con estas no podían conseguir el preciado bronce, se dieron cuenta de que ese metal precioso en realidad era bastante común. El problema era alcanzar la temperatura necesaria para sacarlo de las rocas. El desarrollo de mejores hornos y accesorios para aumentar la eficiencia de los hornos, como los fuelles, fue sin dudas un desafío técnico importante; pero fue algo de una sola vez: superada la prueba, se obtuvo una provisión virtualmente inagotable del metal a bajo costo.

Supongamos por hipótesis que un arma de hierro no es superior a una de bronce. El hierro es más fácil de producir, más abundante, más barato y está más homogéneamente distribuido por el mundo. Los metales que componen el bronce requerían de una complicada estructura comercial, el hierro está tirado por el suelo (en algunas regiones, literalmente). Forjar la aleación requería de un experto altamente calificado, la forja del hierro era un oficio mucho más simple. Las armas de hierro podían forjarse en cualquier lugar, incluyendo ejércitos en campaña y, a veces, hasta a bordo de barcos piratas.

No es que, por una lamentable casualidad, una civilización inferior haya tenido mejores armas en sus manos que otra superior. Es que los ejércitos de hierro usaban las armas que mejor se correspondían con su estilo de vida. Pastores de bueyes semi-nómadas antes que agricultores. Piratas antes que comerciantes. Gente que, muy lejos de considerar los oficios manuales algo sagrado, los despreciaban como propios de esclavos. La Ilíada, aunque es un relato poético muy estilizado, es un buen testimonio de estas dos culturas: Los troyanos luchan para defender sus tierras; los aqueos, por el botín y la fama. Las mujeres troyanas son dignas e influyentes en su sociedad; los aqueos ven a las mujeres sólo como botín de guerra: un objeto con un valor intermedio, mayor al de un caldero de bronce, pero inferior al de una armadura. Príamo es justo y sabio. Agamenón es un caudillo carismático y autoritario, que termina provocando la deserción de su mejor hombre. 

Las armas que nos dieron los dioses.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora