La guerra subversiva

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La guerra subversiva es la armificación de la propaganda. La propaganda es el arte de convencer a las personas de una mentira o de aprobar algo que no les conviene. La verdad y lo útil no necesitan propaganda. Todo régimen totalitario destina una cantidad enorme de recursos de todo tipo a la propaganda. El pueblo no cree en la mayor parte de esas mentiras, pero sí cree en algunas. En general: cree más de las que cree que cree. Y lo que es más importante, la propagada distrae su atención. El pueblo sometido a un régimen totalitario se la pasa oyendo la propaganda, descubriendo y refutando sus mentiras y conversando con otros acerca de las mentiras de la propaganda; pero esta es precisamente la función de la propaganda. Si la propaganda repite día y noche que "2 y 2 son 5", lo más probable es que nadie lo crea. Pero, saber que 2 y 2 no son 5, y saber que son 4, son dos cosas completamente distintas. La verdadera ideología del totalitarismo es: "La propaganda es mentira". Esta es la que realmente estructura las relaciones sociales y fundamenta el poder del régimen. No su charlatanería sobre Marx, las razas, la diversidad o lo que sea.

 Ahora bien; dado que la propaganda busca que alguien haga algo que no le conviene, y dado que deseamos que nuestros enemigos hagan cosas que no les convienen, la propaganda se puede convertir en un arma muy efectiva. Esta arma sólo puede ser usada por un régimen totalitario, no porque los generales de los ejércitos democráticos sean moralmente superiores, sino porque no se les ocurre. Es una idea demasiado extraña para su forma de pensar y su forma de funcionar como sociedad. Desde luego, intentar persuadir a los soldados enemigos de abandonar la lucha es algo tan antiguo como la guerra misma. Se envían misioneros a convertirlos a la propia religión. Se argumenta que su causa es injusta. Se les dice que sus líderes son corruptos o incompetentes o que, si se rinden, serán bien tratados como prisioneros. Estas declaraciones a veces son verdad y otras veces no. Pero todas estas acciones tienen un elemento en común: buscan convertir al enemigo en "uno de los nuestros" o, por lo menos, en alguien neutral. La propaganda subversiva, en cambio, es un elemento destructivo que se introduce en el país enemigo y que no tiene ninguna otra finalidad que causar destrucción. Los agentes de subversión suelen compararse a sí mismos a "misioneros" y predicadores religiosos. Esto es una vulgar y completa mentira. El misionero religioso busca convertir a un forastero a la misma fe que él profesa y que en su país de origen es la religión oficial. Cuando hace un converso, lo suma a su congregación. El agente de subversión predica una doctrina en la que él no cree y que en el país que lo envió está severamente prohibida. Cuando recluta a un "tonto útil", apunta su nombre en una libreta para fusilarlo cuando ya no sea más útil y sea sólo un tonto. Esta no es una diferencia menor o de detalle, sino una diferencia esencial y radical entre ambas clases de predicadores.

Los agentes de subversión tienen especial interés en destruir la religión y la familia como fin, porque estas son las grandes reservas de la tradición y los valores morales, y en controlar la educación y las artes populares (es decir: en controlar el pensamiento y la imaginación) como medio.

Usando esos medios, por un lado, hacen una tarea estrictamente profiláctica, que es impedir que los jóvenes a su cargo aprendan nada valioso o útil. Por otro, buscan formarlos en una personalidad y una visión de la vida que les impida adoptar ninguna idea valiosa con la que se topen por casualidad. Por eso todo lo que les enseñen tendrá en común tres elementos: relativismo, cinismo y pesimismo. O, dicho en otras palabras: Nada es verdadero, nada es valioso y nada es bueno.

Ahora bien; el cinismo y el pesimismo nacidos de la muerte de las ilusiones de la juventud, propios más o menos de cada adulto en este planeta, son algo esencial y radicalmente distintos del cinismo y el pesimismo indoctrinados como valores a los jóvenes por una figura de autoridad. El joven que no ha recibido una verdadera educación, sino que ha sido adoctrinado por agentes de subversión, adopta los lemas: "Nada es verdadero, nada es valioso y nada es bueno", como el joven que ha sido educado en los valores cristianos adopta los lemas: "Fe, esperanza y caridad".

La paradoja del cinismo como moral es que el joven adoctrinado considera que la proposición "Todo es igual, nada es mejor" es mejor y moralmente superior a la proposición: "Algo es mejor y algo es peor, no todo da lo mismo". El cínico desengañado de la vida a lo sumo sonreirá con una ironía melancólica ante esa declaración que considera falsa, considerándola una ilusión ingenua propia de la juventud. El cínico adoctrinado, en cambio, la considerará OFENSIVA. Porque esa afirmación niega sus "valores" del 'todo es igual, nada es mejor'.

Esas personas tendrán vidas amargas, tristes y, muy probablemente, breves. Son incapaces de crear y de apreciar nada bueno. Existen únicamente como instrumentos de destrucción. Cuando el "nuevo régimen" finalmente arribe, no habrá ningún lugar para ellos en él. No sirven para nada y son peligrosos. El nuevo régimen lo sabe y, por eso, una de las primeras cosas que hará será matarlos a todos. 

Las armas que nos dieron los dioses.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora