Zona I: Hogar de Dios.

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Argentina se encontraba en una banca de iglesia ubicada cerca del altar, arrodillada en el reclinatorio. Entre sus manos, un rosario de madera que iba escondiéndose entre sus palmas cerradas a medida que iba avanzando con el rezo. Vestía una típica prenda de monja, de color negro que cubría sus tobillos, muñecas y cuello, dejando visible como única parte de su cuerpo sus manos y rostro.

En las últimas bancas, un hombre con prendas de invierno observaba perdidamente las pinturas plasmadas en el techo curvo hecho de yeso. Perdido principalmente por la voz casi inaudible de la monja, quien se encontraba a una distancia semejante.

Era una voz suave. "Angelical". Le helaba el cuerpo escucharla rezar.

Eran solamente ellos dos dentro de la casa del señor.

La monja se levantó después de un tiempo, colocando el rosario de madera en su cuello, inclinándose luego ante el altar. Rodeó la banca y caminó hasta las puertas de la iglesia, dirigiéndose al despacho del padre.
El Ruso se quedó adentro. Solo. En la misma posición, con la cabeza hacía arriba, en silencio y con una fuerte sensación en el corazón.

Sabía que lo que acababa de sentir era un pecado, para su dios y para el de aquella monja. Llevó la mano derecha a su rostro, tapando sus ojos, ignorando el sentimiento en su mente, disculpándose con el señor. Soltó un suspiro silencioso y reprimió sus labios bajo la bufanda que le tapaba parte de la cara. Llevó su mano libre al pecho, apretando sus ropas. Se disculpó una vez más con su Dios.

Esa mujer de caderas finas, delgada, alta, de pequeños senos y labios gruesos. De pelo celeste con puntas blancas, mejillas rosadas y ojos de un color amarillo vivo, semejantes como el sol de verano... Era el fruto de la tentación y él un pecador.

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