Zona II: Las puertas del cielo.

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Argentina rezaba nuevamente en el reclinatorio, antes de que comenzara la misa.

Habían unas cuantas personas dentro de la iglesia, la mayoría eran ancianos y algunos niños que iban acompañados de sus padres o algún otro familiar.
El ruso se camuflaba entre la gente y el amontonamiento en las bancas. Era época de invierno, por lo que no sería fácil encontrarlo entre tantos igual a él.

Esta vez no se encontraba ni al final, ni al frente. Estaba exactamente en el medio. Todavía mantenía distancia de la monja, pero al mismo tiempo una cercanía que le aceleraba el corazón rápidamente.
Los cánticos del coro de la iglesia y las personas charlando entre ellas no lo dejaban escuchar la dulce voz de la monja quien, concentrada, terminaba de rezar.

Sus ojos miraban al frente, a ella.

Pensaba que la corromperia y todo rastro de pureza se esfumaria de inmediato al rozar sus labios solo por unos segundos. Que el señor cerraría las puertas del cielo en su cara y la condenaría por pecadora, por andar con intenciones sucias mientras le sirviera a Dios. Que la despojaria de sus prendas religiosas y la castigaría de forma cruel, marcando su cuerpo con alguna señal con la que sería mal vista y juzgada por todo el pueblo.
Que de sus heridas empezarían a brotar sangre, manchando las blancas telas que cubrían a los angeles de Dios, quienes llorarían a los pies de la monja por su sufrimiento.

Estaba tan concentrado en sus pensamientos que no se había dado cuenta cuando la misa inició y que la monja ya no se encontraba a su vista.
La buscó disimuladamente por los lados. Al frente y hacía atrás. Sin encontrar nada, decidió quedarse para
escuchar la misa.

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