Capítulo 53

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La noche anterior Aneris no pudo escabullirse. Había vigilancia por cada rincón, dentro y fuera del palacio oceánico. Al parecer, el rey pensaba mantenerla controlada día y noche. No se fiaba de ella. Y hacía bien.

Su abuela la ayudó la noche siguiente, aunque tuvo que suplicarle durante un buen rato. La mujer no quería que su nieta saliera mal parada, pero a la vez quería ayudarla. Sabía que Aneris necesitaba arreglar las cosas. La conocía bien. Si no lo intentaba por lo menos, no volvería a ser la misma; no se lo perdonaría en la vida.

Titania nadó hacia una de las salidas de palacio. Tan solo había un guardia apostado en ella. Simuló querer salir a dar un paseo nocturno. Él no dijo nada al verla, se limitó a observarla alejarse con parsimonia. Sin embargo, al poco, la mujer empezó a gemir y retorcerse por un dolor imaginario. El hombre oceánico se acercó a ella, preocupado, y le preguntó si se encontraba bien.

—Ay, no puedo... No puedo nadar. ¿Me puedes llevar dentro? Necesito acostarme...

Él dudó unos momentos. Miró su puesto y volvió a mirarla a ella. La sirena dirigió a él unos ojos incrédulos.

—¿No pensarás dejarme aquí retorciéndome de dolor? ¡Como se entere tu señor!

Al oír estas palabras, el guardia asintió repetidas veces, dándole a entender que la llevaría de vuelta.

—¡Ay! Más despacio. ¿Quieres que pierda una de mis escamas reales?

—No, por supuesto que no, disculpad...

Aneris los observó marcharse, oculta tras una columna ornamentada con plantas acuáticas. Su abuela le echó una mirada discreta y le guiñó un ojo para darle ánimos y desearle suerte. La joven sonrió y salió a la inmensidad del océano y a una oscuridad rota por los rayos de las lunas.

—¿A dónde crees que vas?

Tras ella estaba su hermana mayor, con quien había compuesto decenas de canciones que ambas habían cantado y representado delante de la familia e invitados en momentos especiales.

—Náyade, tengo que arreglar esto.

—¿Te parece poco lo que ya has provocado? —Puso los brazos en jarras sobre el inicio de su cola verde.

Aneris se acercó a ella y cogió sus manos, mirando los ojos celestes de ella.

—Sé que todo esto es culpa mía, por eso tengo que hacer algo, Náyade. Si existe una mínima posibilidad de arreglarlo, tengo que intentarlo. Por favor, no me delates.

Náyade suspiró, pasándose una mano por su pelo anaranjado. Se debatía entre permitir que su hermana se marchara y obligarla a regresar. Le preocupaba Aneris pero, como futura reina, le preocupaba el Reino del Piélago. Si había algo que pudiera devolverles la libertad, había que hacerlo.

—Distraeré a los nagas. Ten cuidado, por favor.

Su hermana menor la abrazó y susurró unas palabras de cariño y agradecimiento. Luego la dejó marchar. Sufrió al ver cómo Náyade fingía huir de la ciudad y varios nagas se lanzaban tras ella dejando libre el camino acuático para Aneris, que aprovechó la oportunidad.

Cuando llegó a la playa, se quedó un rato en la distancia observándola. Su abuela le había explicado que ella no podía elegir a quién entregaba su voluntad. Debía tumbarse en la arena y esperar a quien tuviera que aparecer. No importaba la raza, mientras no se tratara de un animal.

Se acercó disfrutando del vaivén de su cola. Era su despedida de las aguas. También rezó a las divinidades oceánicas para que apareciera alguien que pudiera ayudarla.

¿Qué pasaría si a quien entregaba su voluntad era alguien cruel y despiadado? ¿O alguien a quien no le importaba lo más mínimo el dominio de la Bruja del Océano? ¿O un sirviente de la propia Nessarose? Había tantas posibilidades que Aneris estaba aterrada. Pero debía arriesgarse, n. No tenía opción.

Se arrastró hasta que las aguas únicamente llegaron a bañar su hermosa cola de sirena, que brillaba a la luz de las lunas. Y esperó.

Observó los astros, tendida boca arriba, sin pensar en nada, simplemente se deleitaba con la belleza de las lunas. Una era plateada, otra lila y la última celeste. Aportaban al lugar una maravillosa combinación de luces y magia. El océano brillaba bajo ellas como si estuviera hechizado.

Giró la cabeza y, a lo lejos, vio el castillo. La imagen vibró con el recuerdo del rugido de la bestia.

«Voy a liberarte», se dijo, deseando con todo su ser que él la escuchara.

Tuvo que esperar hasta el crepúsculo matutino para que apareciera alguien por fin, paseando por la playa y dirigiéndose directamente hacia ella. La sirena se puso de medio lado. Era un ser que habría calificado de humano si no fuera por su altura y orejas puntiagudas. Tenía unos ojos dorados que iban a juego con el amanecer.

—¿Qué tenemos aquí? —preguntó con una sonrisa, a apenas unos pasos de ella.

—Quiero entregarte mi voluntad —recitó de forma melódica, tal y como le había dicho su abuela que hiciera.

El ser ensanchó su sonrisa.

—¿Harás todo cuanto te pida?

—Haré todo cuanto me pidas.

Aneris, tan centrada como estaba en que aquello saliera bien, no se percató de que él no se había extrañado por ver a una sirena ni por que esta le entregara su voluntad.

—Bien, bien. Aneris, ¿verdad?

Esto hizo saltar todas las alarmas de la joven, pero se mantuvo en silencio para no estropear nada. Se limitó a asentir y a esperar que él dijera lo que tuviera que decir.

—Acepto tu voluntad. Me será muy, muy útil... —dijo de forma enigmática.

La cola de sirena fue transformándose en dos estilizadas piernas.

Con una palmada del ser, ella quedó completamente vestida. Miró la ropa harapienta que llevaba puesta: un sencillo vestido gris y unos botines sin cordones.

—No esperarías un vestido de gala, ¿verdad? —El ser rio de forma chillona—. Me presentaré. —Cogió aire y volvió a reír antes de decir nada, como si acabara de contar un chiste. Aneris frunció el ceño sin comprender su actitud—. ¡Qué tonto soy! No puedo decirte mi nombre... —Se quedó mirándola frotándose la barbilla sin dejar de sonreír—. ¡Bien! Cuando te necesite, lo sabrás...

Desapareció dando otra palmada para sorpresa de la joven, que no supo si había tenido mucha suerte o tenía que servir a un loco de remate que le pediría cosas imposibles.

La maldición de los reinos (Reinos Malditos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora