CAPÍTULO CUARENTA Y NUEVE

48.1K 4.3K 2.2K
                                    


LONDRES, EL NORIA, EL TREN Y DE PASO, TAMBIÉN DEAN



—No, Pierce: vamos a acabar presos —murmuré intentando quitarme sus manos de encima sin mucho éxito.

—Aquí no hay nadie —respondió sin dejar de besarme el cuello.

Me lo ponía difícil, eso no podía negarlo.

—Pierce, hacemos paradas cada poco y hay gente subiendo. —Continuaba a lo suyo, sin hacerme ningún caso—. ¡Pierce!

—¿¡Que!?

—¿Es qué no me estás escuchando?

—No —contestó. Acto seguido me agarró la mano y la puso sobre su entrepierna—. Mira como estoy, Mine, ¿no te doy ni un poquito de pena?

—No —respondí, alejando la mano.

Las mejillas me ardían no solo porque me preocupaba que alguien nos viera, sino porque también estaba un poco excitada. Llevábamos quince minutos en el tren que nos llevaría hasta Londres. Hacía trece minutos que Pierce había insinuado que sería buena idea echar un polvo..., y hacía al menos doce minutos que había comenzado a tocarme y besarme como si la vida me fuera en ello.

—Vamos al baño—pidió de nuevo, ya que lo había sugerido unos minutos atrás.

—No. Nos tenemos que quedar al menos uno para que no nos roben—respondí.

—Aquí no roban —replicó Pierce dirigiéndome una mirada escéptica.

—Pierce, para. No vamos a hacer eso aquí.

—¿No vamos a hacer qué? —lanzó, haciéndose el desentendido—. Anda —insistió y me apretó el pezón con fuerza.

Tuve que morderme los labios con fuerza para no reírme, pero la situación se me hacía muy extraña. Además, Pierce no dejaba de refunfuñar y quejarse como un niño pequeño.

—Ya te he dicho que no —zanjé. Me crucé de brazos con resignación y desvié la mirada hacia el paisaje.

Pierce resopló, se cruzó de brazos y refunfuñó. Esta vez lo hizo de forma más dramática, como si no me hubiera dado cuenta de que estaba cabreado porque no había cumplido sus caprichos. Se acomodó en el asiento y chocó su hombro contra el mío. Al no reaccionar, lo repitió.

Estaba haciendo un esfuerzo sobrenatural para no desternillarme de risa, pero al cuarto resoplido de Pierce, estallé a carcajadas.

Pierce intentó aguantarse, pero terminó acompañándome.

—Ven aquí —pedí.

Recostó la cabeza sobre mi regazo sin rechistar antes de meterla debajo de mi camiseta y dejar un beso en mi vientre que me hizo apretar las piernas con fuerza.

—Con un poco de ingenio podría chuparte el coño y hacer que te corras.

Puse los ojos en blanco. No se cansaba de insistir.

—No lo pongo en tela de juicio —contesté con ironía.

Guardamos silencio al llegar a la próxima parada, donde se subieron más pasajeros, y si bien venia prácticamente vacío, ya se podían escuchar de un lado a otro las conversaciones a nuestro alrededor.

Pierce suspiró, frustrado. Pero cerró los ojos en el momento que comencé a peinarle el cabello, deslizando suavemente las uñas sobre su cuero cabelludo. Le gustaba mucho que se lo hiciera y poco a poco fue relajándose.

Pecado con sabor a caramelo. LIBRO 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora