Capítulo 2: Tragedia Inesperada

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Cuando Allen regresó, me aferré a mi bebé negándome a soltarlo. El hombre debió entender que debía darme tiempo y se quedó a unos cuantos metros de mí, aguardando en silencio.

Durante un tiempo indefinido estuve acariciando las mejillas y la ligera pelusilla de cabello en la cabeza de mi bebé, intentando memorizarme sus rasgos, abrumada por el hecho de tenerlo con vida en mis brazos, aun si ahora Ian y yo nos encontrábamos en un mundo nuevo y en cuerpos distintos.

Por mucho que quisiera conservar a mi hijo a mi lado sabía que era imposible en este momento y no me quedó más opción que devolverlo a Allen. Dejarlo ir fue una de las cosas más difíciles que tuve que hacer en toda mi vida y lo único que me reconfortó fue saber que volvería a verlo muy pronto.

Una vez Allen desapareció con Ian por las puertas de la mansión colapsé sobre el heno del establo y rompí en llanto una vez más.

La primera noche, luego de darme cuenta de que reencarné en Rashta, no pude dormir al quedarme procesando si lo que estaba ocurriendo era real o no. 

Esta segunda noche, mucho menos pude hacerlo sabiendo que MI HIJO estaba con vida.

No, más bien, ¡Había reencarnado junto conmigo en este mundo!

¿Cómo era posible? ¿Podría ser que mi petición fue escuchada después de todo? De ser eso cierto... ¿También podría encontrarme con ella?

La idea de volver a ver a mi mejor amiga fue tal que mi corazón no pudo evitar llenarse de una creciente esperanza. Una esperanza que se vio opacada al caer en cuenta de lo basto y ancho que era este mundo.

¿Cómo podría encontrarla entre tantas personas? ¿También sería uno de los personajes de la novela? ¿Tan siquiera estaba aquí para empezar?

Me obligué a mí misma a salir de mis pensamientos cuando oí el fuerte regaño que recibieron un grupo de criados por dejar caer de forma accidental la vajilla. Agradecía haber estado barriendo lejos de ellos al ver al mismo hombre regordete que me levantaba por las mañanas darle un puñetazo a uno de los cocineros y tirar de los cabellos de una mujer que se cruzó en su camino sin querer. Si este era el trato que recibían los sirvientes, no quería imaginarme el que recibiría yo siendo una esclava de cometer un error de ese tipo.

Cuando pasé barriendo por al frente de la puerta que daba al salón principal pude escuchar una serie de gritos. El Vizconde Lotteshu se encontraba cenando con su familia por lo que eran los únicos que podrían estar emitiendo esos ruidos. 

Mis sentidos se alertaron cuando escuché un sutil llanto y de inmediato apoyé una oreja contra la puerta, cerrando los ojos para concentrarme en su acalorada conversación. Los abrí de golpe ante lo que escuché.

- Lo mejor sería regalar o vender a ese niño.

- ¡PADRE! ¿Cómo puedes decir eso? ¡Es tu nieto!

- ¡Precisamente porque es mi nieto es la razón por la que no lo he matado!

- Cariño, cálmate.

- ¡TÚ CIERRA LA BOCA! ¡Si no hubieras descuidado a tu hijo...!

- ¡Padre! ¡Mi madre no tiene la culpa de nada! Allen, escucha a nuestro padre, es lo mejor.

- ¡Es mi hijo!

- ¡El hijo de una esclava! ¡Eso es lo que es!

- ¡PADRE!

Apreté el palo de la escoba con fuerza y rechiné mis dientes.

Tuve que tragarme la rabia efervescente que amenazaba con impulsarme a irrumpir en la habitación y romperle el cráneo a ese hombre a escobazos.

¡¿Soy Rashta?!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora