Xiao Zhan es un Alfa de treinta años a quien su madre no se cansa de empujar a casarse y darle los nietos que lleva soñando y venerando durante largos años. Un día, su hermana mayor, Xiao Lu, llega de visita tras una larga temporada establecida en L...
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—¿No crees que es muy temprano para hacer esto? —inquirió Yibo con una ceja alzada y una sonrisa difícil de esconder en su radiante rostro.
Xiao Zhan hizo un ademán de manos y apresó sus caderas con posesión, arrastrándolo de vuelta a la comodidad de la cama.
—¡Tonterías!, no existe un tiempo determinado para hacer el amor —exclamó con clara diversión Xiao Zhan; sus ojos, brillantes y oscuros se incrustaron en el pálido pecho descubierto y agitado del Gamma, hambrientos. Su piyama, ligeramente abierta, le hacía tener pensamientos poco puros, y él era débil. Tan débil que podía comerlo en cualquier segundo—. Además —continuó, empleando un tono grueso que herizó la piel de su amante—, soy un hombre después de todo, así que no me pidas que me reprima porque me estarás pidiendo un imposible.
—¿Qué tiene que ver el que seas un hombre? —Desconcertado, Yibo ladeó la cabeza y se negó a dejarse caer sobre la cama, aunque lo único que su lobo y él mismo incluso desearan fervorosamente era entregarse a su Alfa ahora mismo—. También lo soy y no por eso soy incapaz de mantener mis manos para mi mismo.
—Es diferente —se limitó a responder escuetamente Xiao Zhan, moviendo de arriba abajo sus traviesas y calientes manos a lo largo de la suave y bonita espalda.
Los gruesos labios de Yibo, brillantes e hinchados por los fogosos besos que Xiao Zhan le había estado dando desde el instante en que abrió los ojos a causa de un rayo de sol golpeando contra su cara—, se fruncieron ante su desinteresada respuesta, inconforme con ella debido a lo machista que, sin el Alfa notarlo de inmediato, había sonado.
—¿Porqué es diferente? Explícame —alentó, empleando un tono duro, que no daba sitio a vacilaciones o escusas tontas como las que comúnmente Xiao Zhan le salía.
—Solo olvidalo.
—Xiao Zhan —gruñó Yibo, atrapando sus traviesas manos debajo de su piyama y sacándolas fuera de él. Xiao Zhan hizo un mohín, pero Yibo no cedería por nada del mundo. No, ni siquiera por esa mirada lastimera que le estaba dando justo en ese momento—. Habla.
Finalmente, Xiao Zhan dejó de luchar por derrumbarlo y suspiró hondo, a sabiendas que lo mejor ahora era darle una repuesta precisa y clara a no ser que Yibo comenzara a sacar sus propias conclusiones él solo.
Conclusiones en las que siempre él salía perdiendo.
—Si lo hago me temo mucho que vas a enojarte conmigo —dijo mientras se picaba la uña del pulgar con el índice, una manía suya cuando estaba nervioso.
—¿Porqué?
—¡Āiyā, Yibo! ¿No puedes solo dejarlo pasar? —exclamó con exasperación y un atisbo de ansiedad bailando en sus ojos—. Es el peor momento para discutir, y lo único que ahora quiero es tenerte debajo mío y recordarle a tu cuerpo a quién le pertenece.
