Primero de Enero 2007

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Primero de Enero 2007

      "Puedes hacer lo que quieras
                Pon mi mundo de cabeza
                Pero si te aprovechas tú de mí
              me aprovecharé de ti"
Café Tacuba

Me desperté con sudor frío en el cuerpo, siento un peso además del propio y un olor que no distingo. Tengo los ojos cerrados todavía. Es que no me animo a abrirlos.
¿Estaba durmiendo? ¿con quién? ¿Dónde estoy? y ¿por qué me siento tan extrañamente cómoda en esta posición? no me atrevo a averiguar cómo llegué acá, probablemente sea un sueño, otro complot de mi cerebro para matarme. 

Abrí los ojos esperando encontrar mi cuarto, el de la residencia para estudiantes de intercambio en Tokio. No estaba ahí. Estoy frente a una pared desconocida, no es la residencia, alguien exhala demasiado cerca de mi. No puedo definir la sensación, no se si tengo miedo, si quiero irme o me quiero quedar. Intenté convencerme de que estaba soñando y me di golpecitos en la sien. Otro plan que falla. Estoy despierta, estoy con él.
Está tan cerca, sus piernas entrelazadas con las mías y  su respiración sobre mi cuello, intenta esconderse del resto de la atmósfera.
Traté de  moverme pero un brazo que no es el mio se cruza sobre mi cintura y presiona mi cuerpo contra otro. Temo que ese cuerpo se sienta tan bien cerca. No vine precisamente a buscar este calor extraño que al mismo tiempo se siente como una presión en el estómago.
Mi objetivo al venir a Japón ahora parece lejano, distante y hasta distópico. Por momentos vuelvo a ser solo una chica confundida y ridículamente enamorada. Usar esa expresión me da escozor, no tengo idea de qué es el amor ni si puede durar para siempre o solo hasta la muerte. La muerte siempre indica un final y los para siempre no tienen eso.
Suspiré para tomar impulso sobre lo que voy a encontrar aunque alguna que otra voz en mi mente ya me diga quién me está acercando a su torso como si fuera una frazada de la infancia o una almohada suave. Lo logré. Lo que temía: era él.

¿Lo temía? no puedo decir que no me agrada la idea de estar tan cerca de él, se ve frágil, en paz. Cuando está despierto tiene una calma extraña, como si fuera resignación, la cara con la que miras la última galleta del paquete. Ahora esa paz me parece genuina, ahora que lo veo dormido como si no lo hubiera hecho en días.
Sentí su brazo pasar por mi cintura como un puente. Lo observé como la primera vez que lo ví, a él y a su brazo, tan de cerca. Una fisonomía envidiable, alguna que otra vena marcada por la fuerza, el largo ideal de sus dedos, sus nudillos marcados con cicatrices solo perceptibles al tacto, la elevación de sus músculos que forman una pequeña montaña en sus brazos. Desvié mi mirada al techo de la habitación para no seguir fantaseando con eso, para controlar el hecho de que ahora su brazo pasó a mi vientre y va al unísono con él cuando respiro. De arriba a abajo.
No quise hacer demasiado ruido así que recorrí como pude con la mirada la habitación buscando la puerta. Hay mangas, libros, un sillón. Se siente bastante grande desde esta perspectiva a través del espacio entre su cuello y el resto del mundo. Otra vez me distrae su cara, su aspecto tan misterioso, imponente. Ahora con los ojos cerrados, respirando tranquilamente, con su cabello enmarañado se ve tan espectacular como cuando esta despierto con esos ojos negros profundos que cuando me miran para preguntarme algo o solo para intentar decir mi nombre o reirse de mi acento, hace que me olvide de quién soy para convertirme en una extensión suya, una fanática demente que moriría por él. Eso no explica por qué estoy aquí, quisiera tener una explicación que no implique mi debilidad estúpida ante su persona.
Debería irme, no sé ni qué hora es. ¿Dónde está mi celular? o peor ¿y mi ropa? ¿Tengo puesta una camisa? Tengo lagunas mentales.
Tengo que controlar esto, tengo que hacerlo. Se me humedecen los ojos, no puedo permitirme llorar ahora. La desesperación se había hecho carne en mi desde hace unos meses, mientras lloraba y perdía el control de mi cuerpo hice estragos que prefiero no recordar. Dicen que la memoria es selectiva y por eso nos convencemos que el pasado es mejor que el presente, por qué estamos tan seguros de que antes no éramos una mierda o no nos sentíamos miserables, es porque nadie quiere recordarlo. Nos avergonzamos de cosas que hicimos solo una vez, si vuelve la sensación es porque probablemente te odies a ti mismo. No estoy segura de si alguna vez me quise o al menos estuve conforme conmigo misma, por eso la vergüenza y el auto-odio son recurrentes en los pasillos putrefactos de mi inconsciente. Me aliviaba la idea de que los que me rodeaban me dijeran que soy linda o inteligente o que me aprecian hasta que empecé a sospechar que solo lo decían por compromiso. Puede que esté en esta cama solamente para sentirme suficiente o lo bastante atrevida como para involucrarme de esta manera con un chico. Seguro mis compañeras japonesas estarían conmocionadas al saberlo y ya no me saludarían por las mañanas o susurrarían el doble a mis espaldas.
Apuesto a que Saoko me felicitaría, si pudiera. ¿Saoko me estas viendo en este momento? me desperté en la cama de ÉL.
Mierda, creo que lo desperté. No, solamente se volteó. Me salvé de enfrentarlo por ahora. Me sequé los ojos con la camisa, huele como él. Ahora recuerdo ese aroma, como madera mezclado con aceite de motor. Eso, su moto. Me subí a su moto y después ¿qué pasó?

Logré sentarme en la cama despersonalizando su brazo, quitándoselo del resto de su cuerpo para poder colocarlo en otro sitio de la cama y de mis pensamientos. Vi mi celular en la mesita de noche. Me estiré como agente secreto para alcanzarlo. 4 AM del 1 enero del 2007, mi ubicación Tokio Japón. Mensajes de mi padre, Camille, Jean Pierre y mi tía Carol. También de mis compañeras de residencia Jan y Frances, algunos de la escuela Daisuke y Yuko deseándome un feliz año nuevo. Me desconcierta el último mensaje de Hinata "¿dónde estás? ¿te perdiste?" respondí que estoy bien y me disculpé en todos los idiomas que pude.

Entre la luz de mi celular y las lagunas mentales un dolor aterrizó en mi cabeza, como si me hubieran golpeado con un martillo o algo así. Me doy la vuelta a ver si él continúa durmiendo o sigilosamente me espía como solía hacerlo cuando estábamos en presencia de mucha gente. Parece un bebé, le falta chuparse el dedo. Sonreí atontada, olvidando que no entiendo como llegué a su cama, a esta camisa, al uno de enero en esta situación.

Lo conocí de casualidad a tres meses de llegar a Japón, durante mi búsqueda original. Quería saber sobre mi madre, estaba apurada, ansiosa. Mi caos personal a kilómetros de mi casa, mientras me arrepentía de mis decisiones y luego las reivindicaba. En loop. Empecé a enojarme con mi existencia, con mi identidad diferida. Quise reconstruirme, hacerme mejor de lo que mis padres nunca pudieron. No entiendo si es contra ellos o contra mi. Venir a Japón fue un plan que creí maestro, que me daba miedo y vértigo, pero que ejecuté de todas maneras. Ahora no tengo idea de si quiero volver a París, si podré volver a mi yo anterior y ser la niña que mi padre quería que fuera, la estudiante destacada de su clase en un conocido Liceo francés. Pero insistí con mi idea de viajar a Tokio, me inscribí a un intercambio que no dudó en aceptarme por mi historial académico y mi japonés fluido.

Ingresé a una escuela japonesa, me integré a ella como pude pese a las miradas con cierta sorpresa de la mayoría de mis compañeros.
En mi afán de encajar,  me uní al club de costura en la escuela. Allí muchas chicas me recibieron con amabilidad y otras susurraban a mis espaldas sobre cómo usaba el uniforme, que mi camisa era demasiado ajustada o si me había molestado en traer mi skateboard desde París en lugar de caminar esas diez cuadras desde la residencia hasta la escuela.

El club estaba a cargo de un muchacho, lo cual me parecía raro pero interesante. Takashi Mitsuya se presentó en inglés, aunque compartimos división y me vió presentarme en su idioma frente a toda la clase. Le expliqué que sé hablar japonés y que soy francesa. En mi país se habla poco inglés pero que gracias por recibirme. Mitsuya-san parece un punk de Londres en los setenta, se rasco el cuello y pidió perdón. No hace falta la disculpa le dije. Pareció emocionarse cuando le dije que soy del mismo país que Coco Chanel, realmente le interesa la costura y desea ser un sastre, con orgullo me contó que diseñó los uniformes de su pandilla. No solo los diseñó sino que los confeccionó y bordó. 

Impresionante, no se parece a nada que haya visto antes. Me cae bien Mitsuya, es como si fuera tridimensional cuando se ríe o explica sobre ruedos y dobladillos. Al final de la primera semana me dijo que podía llamarlo Takashi, se podría decir que hice mi primer amigo en Japón. Le extendí la mano, como toda occidental atolondrada en un país desconocido, y le dije que podía referirse a mi por mi nombre de pila.

Pensar en Takashi se vuelve un poco agónico en este momento ¿debería ser él con quien debería haber despertado? debería tener su camisa puesta, estar sobre ese futón que usa para dormir, que a veces usurpan sus hermanas pequeñas por el gran apego que le tienen, porque alguna pesadilla les impide dormir y el guardián Takashi está siempre disponible para protegerlas. Algo que desconozco y me da rabia ese apego a algunos brazos, a algún lugar, a un aroma. Pensaba que podría construir mi propio lugar al lado de Takashi, con él me sentía segura, sus manos de sastre llenas de callos me habían tocado los hombros, las manos, la frente, la cabeza y me habían dado coraje cuando lo necesitaba. Entonces que hago en esta cama que no es suya, durmiendo con alguien que no es él, enredada con unas piernas que no son las suyas.
A veces pienso en qué habría pasado si no hubiera conocido a Takashi ni a su entorno, ni a su calidez que me hizo dudar hasta de la última de mis certezas sobre los hombres. No puedo decir que es la causa de estar en esta cama ni de estar decepcionada de mi misma. Me conduje a esto, me lo gané y es un premio agridulce. No pensé en Takashi cuando me metí en esta cama, cuando me aferré a esos brazos fuertes o respiré demasiado cerca de otros labios.

Si me hubiese dedicado al camino recto a mi meta en Tokio sin hablar con nadie por mi temor a que se me escapen expresiones francesas en el medio de las conversaciones, si tan solo hubiese tomado un tren, seguido indicaciones y llegar a la meta primero. Como en una maratón o el Tour de France. Probablemente no estaría en esta cama mirando dormir a Manjiro Sano.

Regarde le Ciel - Manjiro SanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora