Agosto 2006 III

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Agosto 2006

"Sangro sangre de la piel real"

Tomas Ferrero

La familia Laurent tiene una larga tradición de médicos, todos egresados de la universidad de la Sorbonne. Mi padre no es la excepción aunque haya querido serlo en su juventud. Eso me contó mientras observábamos la tumba de mamá.

Todos los ancestros se han dedicado a la medicina, a sus diferentes ramas, como si estuvieran en deuda con la historia de la humanidad. Era una mezcla de vocaciones y obligaciones.

Mi padre, el reconocido infectólogo parisino, había participado de un equipo de investigación contra el SIDA durante los años ochenta y noventas en la ciudad de Tokio. En sus palabras era también una forma de alejarse de la presión familiar representada en su padre, mi abuelo, Antoine Laurent.

Adrien Laurent huyó de su padre a Tokio, igual que yo. Lo llevaron de paseo como turista a karaokes, bares y prostíbulos.

-Ahí estaba tu madre, sin esforzarse por ser la mujer más hermosa del mundo- continuó papá.

Rumiko Fukui se sentó junto a él en el karaoke. Tenia puesta una peluca rosa y eso le pareció ridículo a Adrien, aunque sus ojos negros lo flecharon y en cuanto se quitó la peluca, él ya estaba completamente enamorado.

Adrien kun, como lo llamaba Rumiko, iba al prostíbulo de día, pagaba mil francos franceses por estar con ella toda la tarde. La llevaba a la playa, a parques de diversiones, intentaba conquistarla perfeccionando su japonés a diario.

Odiaba pensar que otros hombres pudieran tocarla.

-Por eso la invité a vivir conmigo- siguió- vivimos juntos, nos amábamos o eso creía yo.

Un día de tantos, Adrien se enteró que debía  regresar a París para navidad, después de tres años en Japón. La idea no lo entusiasmaba, no quería despegarse de su Rumi chan, de ese cuarto angosto que compartían, donde bailaban, donde desayunaban, donde hacían el amor.

La noche del veintitrés de diciembre de 1989, Adrien Laurent debía tomar un vuelo a París. Antes de eso, me concibieron.

-No tenías que contarme eso, papá- lo interrumpí con disgusto- no quiero esa imagen en mi cabeza.

-Querías información hija, ya tienes edad para saber ciertas cosas- dijo mi padre entre risas.

Cuando mi padre se enteró del embarazo estaba tan contento que le contó a sus padres, Helena y Antoine, este último estaba en contra. Cómo era posible que su primogénito haya dejado embarazada a una prostituta.  Aunque no le importó en lo más mínimo al joven médico enamorado.

Mi madre, por otro lado, transitó el embarazo de la forma más irresponsable. Fumando y bebiendo los primeros tres meses a escondidas de mi padre, quien la descubrió.

-Huyó del hospital, la busqué por todas partes- seguía mi padre con la voz quebrada- te hice un estudio de ADN y volvimos a París.

En los años que siguieron buscó el paradero de Rumiko hasta que un colega le comentó de su muerte. Había salido en los diarios y mi padre, como rezaban sus palabras, sintió que también lo habían apuñalado a él, como si su sangre y la de ella fueran la misma. 

Adrien Laurent estaba quebrado por primera vez, se llevó la mano a los ojos mientras me pedía perdón. Nadie quiere ver a sus padres tan vulnerables. La imagen de mi padre llorando, buscando formas sutiles para contarme de mi nacimiento,sin éxito alguno, me estremeció al punto de llorar también.

Tendemos a minimizar el sufrimiento ajeno cuando no podemos soportar el dolor propio. En un soberbio acto de injusticia creemos que somos los únicos que sufrimos, que lloramos, que hemos sido abandonados. Cuando en realidad hay tantas soledades en el mundo, como barcos en el mar.

Mi padre me abrazó y me sentí nuevamente como una niña pequeña que se había caído de un tobogán. El nunca me abrazaba cuando me lastimaba en los juegos, solo desinfectaba las heridas, sin embargo esta herida era tan grande para ambos que debimos cerrarla de esta manera.

Debía volver a París en dos días y me preguntó qué quería para mi cumpleaños que sería al día siguiente.

-Quiero tener un perro, papá ¿me dejaras tener uno?

-¿un perro?

-Me lo debes

Nos reímos olvidando que aun seguíamos en un cementerio. Cuando salimos me dijo que debía acompañarlo al hotel por unos regalos de mi tía y mi abuela. El alivio que sentía me hizo olvidar mi gusto por ser una niña mimada, la imagen de Mikey aterrizó en mi cabeza y pensé en escribirle un mensaje de texto.

Para Mikey:

vi un puesto de taiyaki cerca de un parque ¿quieres ir?

De: Mikey

los taiyakis de la tienda cerca de la secundaria cuatro son mejores ¿te llevo?

Para Mikey:

¿me llevas?

De: Mikey

Si. Templo Musashi a las 9

Por la noche me fui del hotel donde se alojaba mi padre, con la excusa de que tenía que terminar mi tarea de verano, para ver Mikey.

Odio el taiyaki, odio pensar que mi madre no quería que yo existiera  pero me gusta Mikey y eso alcanza para que lo demás se vuelva irrelevante.

Regarde le Ciel - Manjiro SanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora