6

170 31 25
                                    

Cuando Jisung no soñaba con el hombre cerdo soñaba otra infinidad de cosas grotescas. Una de ellas y la que más le gustaba recordar era donde se encontraba él en un bosque, desnudo, los árboles se deformaban formando penes de todos los tamaños y colores en sus ramas y troncos. Él pasaba junto a ellos, lo llamaban. Le decían que los metiera en su boca; entre sus piernas. Jisung no quería, pero no podía escapar de ellos y cuando se rendía y accedía comenzaba a brotar sangre de sus ojos, vomitaba sus intestinos y agonizaba, agonizaba mucho, pero no moría

Le gustaba ese escenario porque no aparecía su padrastro por ningún lado.

Ese día después de la terapia que tuvo con Minho terminó muy, muy excitado. Las preguntas que hacía eran extrañas, fuera de lo común. ¿Te parece atractivo el doctor Kim? ¿Cuántas parejas has tenido? ¿Cómo eran esas relaciones? ¿Por qué terminaron? Jisung era popular con las chicas y con los chicos. Los dos géneros por igual lo invitaban a salir y él aceptaba porque era demasiado inestable para tener una relación, pero lo suficientemente cuerdo para consentir sexo casual. Le gustaba el sexo. No cuando se lo hacía su padrastro, no todo el tiempo, le gustaba cuando recibía caricias y besos, también le gustaba darlos. Su padrastro lo obligaba a practicarle sexo oral todos los días, al menos una vez al día. Fuese antes del desayuno o cuando llegaba del trabajo. Jisung lo odiaba; repudiaba el sabor de la piel arrugada masculina en su boca. Odiaba un poco más el semen que aquel hombre le obligaba a tragar. Al menos al principio, cuando comenzó a crecer dejó de odiarlo, comenzó a hacerlo con ganas.

Recuerda que, a los dieciséis, poco antes de que su madre muriera, esperaba con ansias el momento en que su padrastro llegaba a casa después del trabajo. Su madre se encerraba en su estudio de arte a pintar sus penas y Jisung iba al baño, se quitaba la ropa y se metía bajo la regadera. El hombre no tardaba en llegar, ya desnudo, atrancaba la puerta con el destapa caños y le jalaba los cabellos a Jisung haciendo que se arrodillarse frente a su masculinidad. No tenía que hablar, Jisung sabía qué hacer. Lo chupaba. De arriba a abajo. De un lado a otro. Entraba y salía de su boca sin parar. Jisung lloraba cuando el hombre se hundía hasta su garganta, se ahogaba. Se imaginó muriendo en uno de esos momentos ¿Y qué dirían todos? Probablemente su padrastro lo hubiese culpado. Se lo dijo una vez. Jisung es culpable de que su padrastro se lo folle.

A veces le daba una sensación extraña, un dolor en el pecho que le provocaban ganas de llorar. Otras veces se sentía tan caliente y quería decirle que sí, todo era su culpa y que cerrará la boca y siquiera follándolo.

Ese día en el hospital, esa noche, mejor dicho, Jisung se escabulló a los baños para masturbarse. Pensando en su padrastro, claramente, pensando en el doctor Lee y su abogado del cual ya no recordaba el nombre. Estaba tan cerca de su clímax, pero su erección escapó cuando escuchó la puerta abrirse a sus espaldas. Él tenía los pantalones abajo y dio un pequeño salto del susto. Se giró lentamente y ahí estaba el doctor Lee Minho mirándolo, juzgándolo. Ninguno de los dos dijo palabra alguna, de sobra está decir que era incómodo. Jisung no se volteó ni se subió los pantalones, su mano derecha todavía estaba sobre su entrepierna, pero no se movía. Minho por el contrario decirlo romper la tensión. Sorpresivamente se acercó a él, lo acorraló; hizo que tropezara con el retrete y apoyara sus dos manos en la caja de agua.



—¿Qué estás haciendo, Han Jisung?

Su voz se escuchaba un poco ronca. Demasiado sexy, Minho tosió para aclarar su garganta y llevó sus dos manos al cuerpo del chico. Rodeó su cintura y de ahí deslizó los dedos por su pelvis. Jisung no lo apartó cuando las manos del contrario estuvieron sobre su miembro. Se sintió excitado. Minho comenzó a masturbarlo y Jisung gimió.


—Lo estás haciendo mal —susurró el mayor—, tienes que moverlo lento primero, hasta atrás, y después hasta adelante apretando la punta.


Tuvo un escalofrío, poco a poco retiró su mano y dejó que Minho lo hiciera. Se sentía tan caliente y tan torturado. Le provoca un placer infinito la forma en que acariciaba su masculinidad y se comenzaba a frotar en su trasero. Podría sentirlo. Minho también estaba excitado, Jisung recuerda escuchar un ruido cuando entro al baño, pero pensó que era una rata, tal vez era Minho espiándolo.


—¿C-Cómo es que lo puedes hacer tan b-bien?

—¿No es obvio? Soy doctor ¿Recuerdas? Tengo una bata, no tienes que temer, los doctores ayudan, curan —Jisung escuchó cómo se abría la braqueta de los pantalones contrarios, su piel se erizó—. Yo voy a curarte.



La penetración fue exquisita. Ni siquiera su padrastro en sus mejores momentos lo follaba así. Minho tuvo que meterle su corbata en la boca porque estaba siendo demasiado ruidoso. Más, decía, por favor hazlo más fuerte, hiéreme, lastímame. Me gusta. Me gusta demasiado. Sus piernas no podían mantenerse y fue cuando Minho lo cargo, el mayor se sentó sobre el retrete y Jisung saltó directamente a su polla levantada. Era tan delicioso para ambos, tan placentero. Minho se corrió en su interior y siguió embistiéndolo. Los fluidos comenzaron a deslizarse por el falo del ajeno y se producía un sonido parecido al de mascar chicle cuando sus pieles chocaban. Jisung se sentía desfallecer, se corrió en la mano de Minho. Lo ensució con su semilla también. No se besaron, al igual que su padrastro, Minho no le metió la lengua en la boca en ningún momento mientras se lo follaba. Cuando Minho se cansó de empujar Jisung comenzó a saltar.


Estaban tan calientes que podrían causar un incendio forestal con tan sólo frotar sus dedos en la madera.


Cuando ambos se corrieron por segunda vez él se levantó y Minho se arregló los pantalones. Ni siquiera se molestó en limpiar su pene viscoso, salió del cubículo y lo dejó solo. No le dirigió la mirada. Como su padrastro.

Después llegó la culpa.

Pensó que había algo mal con ese lugar porque está vez nadie acudió a él.

Jisung se arrinconó junto al escudado y lloró a gritos. No entraron esos hombres musculosos y lo ataron a la cama como la vez anterior. Al percatarse de su soledad se limpió las lágrimas y salió subiéndose los pantalones. Regresó a su habitación y se durmió. Era como cuando era un niño. Nadie lo ayudó ni lo escuchó. Minho tampoco lo ayudaría al día siguiente.

dicks tree || ᵐⁱⁿˢᵘⁿᵍDonde viven las historias. Descúbrelo ahora