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Aparcó la motocicleta en un espacio que, convenientemente, estaba vacío enfrente del restaurante. Se quitó el casco e ingresó por las puertas rotatorias, apenas entró un intenso aroma a pan recién horneado y orégano se infiltró por sus fosas nasales. Al ser pasadas de la 13:00 horas, Giorgio's estaba ajetreada con las órdenes pedidas de los invitados que ocupaban todas y cada una de las mesas mientras una larga cola de hambrientos clientes esperaban por ocupar un espacio en el reducido lugar, y cómo no cuando era el restaurante de comida italiana con mejor sazón a los alrededores. Si tan solo no fuera tan caro.

Chang Bin dejó su casco y las llaves en el mostrador. Do Kyung Soo, el gerente, se encontraba afuera de su oficina ese día luego de que tuvo que cubrir a uno de sus empleados en la caja. A pesar de traer el mandil puesto, su pulcra camisa blanca no se había salvado de pintarse con salsa de tomate.

—Gerente Do, ya me voy —anunció, teniendo que elevar el volumen de la voz para ser escuchado.

—¡¿Qué?!

—¡Dije que ya me voy!

—¡Pero no me grites, hijo! —Abandonó su puesto de trabajo un segundo para atenderlo, aunque fue más bien una excusa para alejarse de aquellos quisquillosos clientes— ¿Ya te vas? ¿No vas a ayudarme? Hyundai Kai me pidió salir temprano por la graduación de su hermana y no tengo a nadie que me ayude como mesero.

—Me gustaría, señor, pero tengo un paciente en Suwon. Tengo que irme ya.

—No me avisaste de eso.

—Sí, sí lo hice —contestó simplemente, firmando su salida y dando media vuelta para marcharse.

—No lo hiciste.

—El chico de secundaria estaba ahí cuando lo hice, puede corroborarlo con él —Ajustó la mochila sobre su hombro—. Y su nombre es Huening Kai, por cierto —Salió de la tienda.

—No, no, no. Chang Bin-ssi —lloriqueó el gerente ignorando las quejas de la clientela—. Te daré un contrato completo, te pagaré más que ese viejo. Chang Bin-ssi. ¡Chang Bin.ssi!

Agradeció la eficacia de la línea del metro, pues en menos de dos horas ya se encontraba en la estación de Suwon. Tomó un taxi y otro tanto después ya estaba de pie frente a los portones de una enorme residencia en un barrio rico de la ciudad. Presionó el botón del intercomunicador y habló a través de este.

—Ya estoy aquí, Gyeong Hui-ssi.

—Enseguida le abro.

El timbre pilló indicando que tenía ahora acceso a la residencia. Había estado ahí un par de veces cuando Woo Young le pedía de favor que lo cubriera cuando su compañera no podía hacerlo. Se trataba de una auténtica obra de un arquitecto muy talentoso y reconocido, solamente la casa era tan grande como un museo de historia natural, sin mencionar el jardín, dentro del cual se podía jugar un partido de fútbol sin problemas. Ahora debía de hacerse a la idea de que esa majestuosa vista sería la que le esperaría cada día, bueno, al menos hasta que su contrato expirara.

No fue necesario tocar el timbre de la puerta cuando la ama de llaves lo recibió en la entrada.

—Por favor, colóquese estos —Fue entonces que Ji Gyeong Hui le tendió un par de pantuflas blancas para usar en la casa. Eran, quizá, el par de pantuflas más costosas que había usado en toda su vida—. El director Kim y la enfermera Seo Hee le están esperando arriba —procedió guiándolo a la habitación del señor, aunque ya supiera donde se encontraba se dejó guiar por cortesía.

Al subir las escaleras escucharon a lo lejos una discusión entre una chillante voz escandalosa y las carrasposas respuestas de un hombre malhumorado.

—Director Kim, vamos, es la hora del baño.

Rabiaes Dementia: ReminiscenceWhere stories live. Discover now