86 - Noticias de guerra

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- Daemon

- Llévate a mi hija - le ordené al guardia que mantenía sujeta e impedía que Visenya cayese al suelo.

- ¡¿QUÉ HA PASADO?! - gritaba mi hija.

Podía verla y sentir estaba rozando el borde de la locura.

¿Cómo le decía que había perdido a su hermano y a su marido? Si todavía yo no era capaz de asimilarlo. Maldita guerra y maldita Triarquía; aquella noche me juré que convertiría todo en cenizas en cuanto encontrase a Aemond.

- Joffrey ha muerto - dijo en apenas un susurro Luke provocando el sollozo mudo de mi mujer; y el mío propio - Y creemos que...

Mi hijo, puede que no fuera sangre de mi sangre pero los jodidos Dioses sabían que bien poco me importaban porque lo quería como a cualquiera de ellos.

- ¿¡Dónde está Aemond?! - gritó acercándose a mí y posando sus manos en mis brazos - ¡¿Dónde está mi marido, padre?!

No sé de dónde saqué la frialdad y la entereza pero era mi deber sacarla de donde no quedaba nada; era mi deber dar la cara por mi familia.

- Fue a buscar al asesino de tu hermano, y lleva desde entonces desaparecido - dije sosteniéndola pues de nuevo sus piernas le fallaron - creemos que está muerto también.

Un grito desgarrador salió de su garganta provocando que mi alma y mi corazón se rompiese en tantos pedazos que fuese imposible de volver a reconstruir.

Mi hija comenzó a llorar en el suelo golpeándolo y yo me arrodillé con ella para darle mi pecho y que llorase en mí. Entonces, uno de los golpes voló hacia mi pecho.

- ¡ESTO ES TU CULPA! - me gritó - TÚ HAS PROVOCADO ESTO.

- Visenya - quiso intervenir Luke quien dejó a mi esposa y también se arrodilló ante Visenya - no digas eso.

- ¡Te rogué que no lo dejaras irse! Me has matado en vida...

Pedí a los guardias que la cogiesen y la llevasen a su habitación pero las palabras que ella me dijo eran las mismas que llevaban resonando en mi cabeza desde aquella maldita noche que toqué por última vez el cuerpo frío e inerte de mi hijo en el suelo.

Luke fue tras Visenya y yo seguí de rodillas en el suelo y la cabeza agachada; lo había roto todo. Rhaenyra llegó hasta mí y se arrodilló a mi lado; ambos lloramos la muerte de nuestro hijo en silencio y abrazados.

- Has tardado tres semanas en venir y contarme esto Daemon... - susurró Rhaenyra - ¿por qué?

Atrapé una de sus lágrimas que andaba libremente por su mejilla con uno de mis dedos, para besarla después.

- Porque quería traerte a Aemond sano y salvo y la cabeza del asesino de Joff... Pero Rhaenyra... no encontramos a Aemond... es improbable que siga vivo...

- Esto destrozará a Visenya...

- Y lo peor es que tiene razón... esto es mi culpa.

Mi mujer tomó mi cara entre sus manos dándome todo el calor y la fuerza que empezaban a faltar en mí. Ella era mi talismán, mi ancla, mi punto de inflexión. Ella era la única que tenía el poder de revivirme cuando nadie más lo hacía.

Siempre pensé que habría muerto hace mucho de no ser por ella.

- Daemon, mírame. Tú no eres el culpable, ha sido la guerra. Ellos tenían el deber de ir y fueron libremente; podría haber sido cualquiera.

- Pero ha sido mi hijo y tu hermano - susurré - deberías repudiarme.

Me besó; un beso salado y cálido, un beso breve pero lleno de mensaje. Un beso que sabía a "te quiero" y a tantas cosas que sería imposible enumerarlas todas ellas.

- No podría hacerlo jamás - me susurró en nuestro idioma.

Seguíamos arrodillados en el suelo cuando uno de los maestres llegó corriendo hasta donde nos encontrábamos.

- Mis altezas - llegó casi sin aliento - es la princesa; no está bien.

Black DragonsOnde histórias criam vida. Descubra agora