89 - Aceptación

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- Jacaerys

- Decirlo en alto no va a hacerlo menos doloroso, Hel.

- Pero necesitas hacerlo - me dijo mi esposa - necesitas hacerte a la idea de que él ya no está... y no va a volver.

- No puedo...

Sentía mi alma desgarrada. Mi hermano, sangre de mi sangre... muerto en combate. ¿Que puta vida es esta que se lleva a alguien joven, que apenas comienza a vivir?
Desde que Daemon y Luke habían dado la noticia, no era capaz de hablar de Joff como alguien que simplemente ya no está, que no iba a volver.

Y luego estaba Aemond... yo debería ser el desaparecido en esas cuevas, el posible muerto... y no él. Yo debería haber vengado la muerte de mi hermano y no él; de haber estado allí, esto no habría ocurrido. O al menos no sería mi hermana la viuda que estaba llorando su pérdida en ese mismo momento.

Helaena me abrazaba desde la espalda, intentando reconstruir con su abrazo cada pieza rota de mi alma, pero inservible. No había nada que reparar, me había convertido en algo inútil.

En los últimos días, me había centrado en cuidar de mi hermana. Vis iba apagándose con cada hora que pasaba y yo veía como su vida se escapaba entre mis dedos sin poder hacer nada por ella. Había dejado de comer y se la pasaba prácticamente drogada con las infusiones que los maestres le preparaban para que al menos durmiese y los nervios no afectaran tanto al bebé.

- Me siento un usurpador - le dije a mi mujer aquella noche en la cama - yo debería estar donde quiera que esté Aemond.

- No digas eso, Jace.

Me giré bruscamente. ¿Cómo no decirlo? Por los siete infiernos, si esa era la jodida realidad. Yo me había tenido que quedar viviendo plácidamente en la Fortaleza mientras ellos arriesgaban su vida, mientras Aemond tomaba a Joff evitando que se adentrase él solo en las cuevas, mientras mi hermano y él luchaba contra tantos enemigos que eran difícil de contarlos aquella noche. Maldita sea, mientras Aemond vengaba la muerte de mi hermano dirigiéndose a una muerte segura.

- Deberías sentir vergüenza y asco del marido que tienes a tu lado - escupí hacia mí mismo.

Hel me tomó la cara por la barbilla ejerciendo presión en ella, y me giró bruscamente obligándome a mirarla.

- Jacaerys Velaryon; no vuelvas a decir eso nunca más. En tu vida.

- Helaena...

- Escúchame bien. Eres el heredero al trono, no podías irte. Tú cumplías con tu obligación al igual que ellos. No eres menos que nadie ni en esta guerra ni en ninguna. Eres mi orgullo y el de tus hijos.

La abracé sintiendo como mis lágrimas corrían por mi rostro.

- Mi hermano a muerto, Helaena - dije sollozando mientras ella sollozaba en silencio conmigo y me apretaba un poco más en su abrazo.

No me reconstruía pero me ayudaba a mantener en pie las pocas piezas rotas que se habían mantenido intactas en mi alma. Ese era el poder de mi mujer; ella era magia.

Me besó en la mejilla, siguiendo el río de lágrimas que se había formado en mi rostro hasta llegar a mis labios. Su beso era salado pero tan lleno de amor que sentí que me infundaba el valor que se había esfumado de mis huesos. Le acaricié el rostro, como si pudiese desvanecerse de mi lado de un momento a otro y ella me devolvió la caricia. Se montó a horcajadas encima de mí pasando sus manos desde mis mejillas hasta mi pelo y mi cuello, despeinándome y haciendo que las mariposas que nunca abandonaban mi estómago cuando ella me besaba, revolotearan libremente por el.

Black DragonsWhere stories live. Discover now