10.

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Heungmin suspiró fastidioso. La maldita máquina de refresco empezaba a andar mal otra vez y su ánimo estaba por los suelos.

Se secó un poco la cara con la toalla que tenía encima de sus hombros, sacándose el sudor de haber estado todo el día en el gimnasio. Entrenamiento diferenciado después de su casi lesión, para evitar problemas. Por las ventanas del gimnasio veía a sus compañeros trotar, jugar, entrenar y, él, apartado de todo. Ya había empezado la mañana con el pie izquierdo. No, el izquierdo no, porque ese es el que estaba amenazando con romperse.

Mientras la máquina de refresco trataba de darle la bebida energética a Son –que a estas horas ya está molesto– hizo un repaso mental para ver dónde había ido todo para abajo.

El día anterior había sufrido un tirón en su pierna izquierda, en la pantorrilla, que si no fuera porque frenó al primer pinchazo, podría haber perdido toda la temporada. Le recomendaron dos días de descanso.

Hasta ahí se supone que no vendría a entrenar, pero entonces sucede. Antes de irse a dormir, recibe una llamada de un número desconocido "conocido". Era Romero, el mismísimo Cristian Romero llamando a su número. Escupió toda la pasta de dientes cuando su número aparecía en el registro de llamadas.

Si bien la charla telefónica entre ellos falló por cuestiones de lengua, los mensajes pudieron ayudar un poco. Cristian quería verlo y le dijo (según lo que pudo traducir gracias a Rodrigo) que lo vería en el almuerzo.

La alegría lo hizo saltar de acá para allá. Apenas pudo dormir pensando en ello. Era una adolescente enamorada, abrazando una almohada y sonriendo.

Entonces, llega el día. Fue al entrenamiento que se supone no iba a ir, recibe preguntas como qué hace ahí, que pim, que pam. En fin, estaba en el entrenamiento que se supone que no iba a ir.

Y lo ve.

Sí, ahí justo es dónde salió mal todo.

Con la alegría que lo invadía le quiso saludar cuando lo vio entrar al vestuario y... Otra vez.

¡Se fue! ¡Simplemente se fue y apenas le dijo "hola"! Sólo le dijo hola. No lo miró, no se acercó, nada, sólo dijo hola. Así, de a secas. Hola. Luego, ya ni siquiera se acercó.

No lo vio el resto de la mañana porque se la pasó en las máquinas más suaves del gimnasio para evitar comprometer su lesión pero desde la ventana lo podía ver, hablando con los otros con tanta espontaneidad que le tiró el ánimo a la miseria. Romero sí que era todo un caso. Un día, lo trata bien, juega con él, lo llama por teléfono y hasta lo invita a salir; al otro, ni siquiera le habla.

—Tonto —Se le salió del alma cuando pensaba en ello.

Su bebida energética cayó de la máquina después de unos minutos tortuosos que dejaban a Heungmin pensar más de lo debido. Agarró la lata, la abrió y se bebió un trago largo de ella. Sin dejarse maquinar más, volvió al gimnasio.

El comportamiento de Cristian empezaba a ser molesto para Heungmin, mucho más porque en realidad no entendía qué le pasaba. ¿Por qué ayer eran tan amigos y ahora vuelven a ser desconocidos? Ayer estaba tan contento que iba a estar con él.

Supuso que la cita se había suspendido. Se hizo el que no le importaba, levantando los hombros y fingió preocuparse en seguir corriendo en la cinta que iba a velocidad baja para no exigirse. La cinta comenzó y los pies de son empezaron a moverse.

Lo que más le molestaba es que no importaba cuán enojado esté con Romero, seguía suspirando por él, por lo lindo que era, por lo seguro que se veía, porque, maldita sea, era atractivo. Le atraía su energía masculina que emanaba que se completaba con esos tatuajes en sus brazos todo trabajados. Y esa piel morena, dios, esa piel morena; usualmente en Corea el estándar era las pieles de color claro, pero cómo le encantaba la piel más oscura de Cristian, aún más cuando terminaba de entrenar que acababa sudado o cuando las gotitas de su cabello mojado caian en su cuello u hombros.

Y no sólo eso, sino lo espontáneo que se veía charlando con los demás. Siempre riendo, bromista, repartiendo uno que otro golpecito. Le encantaba la forma que miraba, la forma que se movía, que se expresaba. Ahí iba, dando otra vuelta a la cancha con el resto del plantel. ¿Cómo iba a enojarse con él cuando le gustaba tanto? Suspiró como una enamorada y dejó salir esa sonrisa boba que se le pintaba cuando de romero se trataba.

No se dio cuenta cuándo, pero seguramente fue en el peor momento: la cinta había subido de velocidad. Sus pies que caminaban en la velocidad baja, ahora casi corrían en la media alta. Sintió su músculo doler cuando la velocidad aumentó.

Desesperado trataba de pegarle al botón de apagado pero con el susto y la velocidad no podía hacer nada. Hasta que le dio.

La cinta paró por completo y Heungmin se bajó para sentarse en el suelo, tratando de estirar su gemelo que punzó. Otra vez empezaba a ponerse molesto y gruñó con bronca cuando volvía a elongar por enésima vez.

Unos pasos se acercaban por los pasillos, cada vez le faltaba menos para llegar al gimnasio. Apenas Heungmin los captó entró en pánico: nadie podía verlo estar elongando su músculo porque pensarían que estaba totalmente lesionado y no podría jugar el primer partido. Sabía eso de los límites de su cuerpo, pero tampoco dolía tanto.

Trató de levantarse rápido, pero el preparador físico lo encontró a medio pararse. Heungmin fingió que no, que ya estaba de pie, aunque su cara se le puso roja hasta las orejas. El preparador negó, divertido.

—A comer, Sonny, luego sigues —indicó el hombre mayor únicamente para volver por donde vino.

Entonces, recordó lo que Bentancur le había traducido:

"Bueno, esta persona te dijo que te va a buscar en la hora de la comida. ¿En qué estás metido?"

Eso le hizo enojar un poco.

No iba a ir a comer. No para que Romero vuelva a pasarlo de largo. No para ser ignorado de nuevo. No. Daba igual cuánto le guste Cristian, no iba a hacerse ver la cara de estúpido.

De todas formas, sabía que Romero no iba a buscarlo.

O bueno, eso creía.


ahí voy ahí voy esperen

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Arrivederci | Cutison.Where stories live. Discover now