Sakura es enfermera

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—¿Flores? —preguntó Ino escéptica mirando con total reprobación el arreglo que había escogido su amiga.

—¿Qué otra cosa? ¿Bombones? —respondió Sakura ligeramente molesta mientras pagaba la canasta de rosas y gerberas.

—Eso está horrible, vamos a la tienda a que mi papá te arme uno mejor.

A la dependienta no le hizo gracia alguna el comentario y lo expresó con una gesticulación facial que correspondía perfectamente a la rubia enfermera. Pero Sakura restó importancia a ambas, tomó la canasta y salió del local dispuesta a parar al primer taxi que pasara por ahí.

—¿De verdad le vas a llevar flores? Sakura, no se murió.

—Ino, no te importa, solo es un detalle.

La chica acudió la cabeza.

—Lleva fruta, pero no flores, por todos los cielos nunca flores.

—¿Por qué flores no? ¿Qué tiene de malo?

—Sé lo que te digo, las flores son para muertos, esposas engañadas y para conquistar vírgenes, pero no para suegras perfectas. No.

Sakura frunció el ceño, el taxi no tardó en aparecer y subió a él con prisa, teniendo cuidado de no derribar ni una sola de las flores del gran arreglo que le costaría un buen pellizco del presupuesto semanal solo porque decidió comprarlas en la florería del hospital para no tener que caminar al centro.

—Estás loca —fue todo lo que dijo a su amiga antes de cerrar la puerta y poner la vista al frente para darle al conductor la dirección. La rubia cruzó lo brazos por debajo de su busto, los ojos azules conservaban aún el aire de tragedia. A ella le gustaban las flores, había nacido, crecido y vivía aún en una florería, pero le daba mala espina llegar con un arreglo así de enorme entre rojo-naranja con verde y blanco salpicado. Resopló deseándole toda la suerte del mundo a la desafortunada nuera.

Serían unos veinte minutos de camino del hospital a la entrada de la casa-templo de los Uchiha. El camino que llevaba hacia allá iba por una avenida secundaria, prácticamente libre, fuera de dos desviaciones: una que llevaba a un conjunto residencial y otra que salía de la ciudad pasando por las inmensas escaleras del templo. Pagó el importe y con cuidado, arrepentida de la frondosidad total de las flores, empezó a subir las escaleras esperando no tropezarse.

Sakura siempre fue una buena estudiante. Siempre.

Desde la escuela elemental, destacó en ella un talento único de memorización, más notable cuando ingresó a la escuela profesional de enfermería donde libros enteros pasaron al formato mental con tanta facilidad que no faltaron las sugerencias para canalizarla a la facultad de medicina de la capital con amplias recomendaciones.

¿Cuál era la necedad de considerar la enfermería una vocación menos digna que un médico?

A ella le gustaba el uniforme, sin batas ni pretensiones. Para ella, la enfermería era más humana, más cercana a los pacientes y los pacientes eran el motivo por el que ella no era una destacada científico de investigación espacial o nuclear, ayudar a las personas, servir al necesitado, la utopía del mundo mejor en la que quería participar. De ahí que buscara un novio policía.

Sí, deliberadamente había buscado a un policía, la opción era esa o un bombero, lo que sucediera primero, alguien que tuviera también en su pensamiento la idea de servicio.

Sonrió para sí misma cuando encontró el arco principal que separaba el área pública de la privada en aquél inmenso bosque.

Atravesó el vano con las flores a un costado alcanzando con el primer paso la primera piedra del camino que la conducía hacia la casa. Sus zapatos no hacían ruido alguno, era parte de la gracia de su profesión, y estaba tan perfectamente acostumbrada a ese andar silencioso que el golpe contra la piedra la sobresaltó. Se detuvo mirando al frente.

Bienvenida a la familiaWhere stories live. Discover now