Mikoto está segura

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Mikoto miró de nuevo las varas, suspiró, las recogió y volvió a dejarlas caer.

—No se supone que funcione así —dijo Fugaku bajando las hojas de su diario para mirarla.

Hinata había acondicionado un asiento para que pudiera estar en el pasillo con vista al estanque de los peces koi que quedaba cerca del comedor y la cocina, ya que había resultado imposible convencerlo de que se quedara en su habitación. En ese lugar, decía, tenía aire fresco, sol, una bonita vista y su esposa podía hacer sus cosas junto a él sin problema alguno.

Había pensado que se dedicaría a revisar la tesis de su estudiante, o a trabajar en su ensayo sobre pruebas de valor en chicos de secundaria, que había empezado como una broma, pero había acabado por convertirlo en un verdadero tema de estudio. Sin embargo, desde la mañana había estado haciendo adivinaciones.

Habían pasado muchos años desde la última vez que se había empeñado tanto en una única consulta, justamente cuando estaba embarazada de su segundo hijo y quería saber si sería varón o niña para empezar a hacer los preparativos necesarios.

Sintió cómo su estómago se comprimía. Él nunca había dado demasiada importancia a ese segundo hijo suyo porque ya tenía un heredero, uno que había demostrado tener fuerza e inteligencia digna de ser quien le sucedería en todas sus responsabilidades. Por su parte, Mikoto estaba radiante, mientras que el embarazo de Itachi lo padeció bastante, con constantes problemas de presión arterial, fatiga y dolor, el de Sasuke le había vigorizado de tal manera que terminó por anotarse a un curso de ejercicios prenatales y hasta asistió a todas las prácticas deportivas de Itachi.

Ni siquiera lo había intentado con tantas fuerzas esa vez, luego de despertar de una pesadilla que prometía ser un presagio más que un mal sueño, no intentó de ninguna manera vislumbrar los designios del destino para tranquilizarse.

Pensó que la iba a perder cuando Itachi llamó desde la escuela para dar la noticia, estaba seguro que no sería capaz de mantenerse entera y, sin embargo, ahí estaban.

Los dos.

—Déjalo ya, si ya te han dado una respuesta, es definitiva.

Mikoto levantó la vista, no quería aceptar que tenía la razón, no había objeto real en la insistencia porque tal como le había dicho, la primera respuesta era siempre la definitiva, aunque eso no significaba que fuese lo que quería, o necesitaba, escuchar en ese momento.

De pronto, Hinata apareció en la estancia, llevaba el servicio de té y dos hileras ordenadas de pastillas, cápsulas y píldoras.

—Disculpen la intromisión —dijo quedamente. No había necesidad de explicar nada, los dos ya sabían que debían de tomarse los medicamentos.

Mikoto solo debía de tomarse dos, el resto eran de su esposo.

—Hinata-san, ¿puedes quedarte con Fugaku-san un par de horas? —preguntó de improvisto.

Hinata asintió, pero Fugaku levantó una ceja acentuando la mueca hostil de su boca mientras doblaba el periódico para dejarlo a un lado.

—Lo siento, querido. Debo salir a hacer algo.

—¿Tú sola? —preguntó.

—Hago la compra sola, y también voy sola al trabajo —se defendió.

—Pero no estás bien de salud.

Mikoto suspiró, no había podido convencerlo de que un desmayo no era el fin de su autonomía, pero al notar que se removía para sacar su teléfono móvil supo que no insistiría.

Ella no tenía uno propio, ni le interesaba tenerlo, pero él no había tenido otra opción debido a su trabajo, y ya que estaba incapacitado y todos en la oficina lo sabían, no lo iba a necesitar.

Bienvenida a la familiaWhere stories live. Discover now