Mikoto cree en los rezos

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Mikoto terminó de hacer los preparativos necesarios para la ceremonia que tenía planeada. Dos jovencitas la escoltaban junto con Hinata, quien pese a toda su timidez, tenía un grado de autoridad sobre las otras y hacía lo pertinente indicándoles sus lugares.

Vestida completamente de blanco, con un rosario de grandes cuentas azules entre las manos, la mujer permanecía silenciosa, completamente concentrada, pues su objetivo no era otro sino el de apaciguar a los espíritus y aquello era una tarea muy seria.

Sonó la primera campana.

Empezó a rezar como en un murmullo, pero cuando hubo terminado la segunda estrofa, las otras tres jóvenes se unieron a ella en perfecta sincronía.

Se trataba de un ritual antiguo y de cierta complejidad que les había explicado detenidamente. Confiaba en ellas, por eso las había seleccionado entre todas sus demás estudiantes. El incienso fue quemado y la campana volvió a sonar, con admirable paciencia, se mantuvieron con la misma rutina por cerca de cuatro horas hasta que, sin más, Mikoto se desmayó.

Angustiada, Hinata corrió a su lado. Con ayuda de otra chica consiguieron llevarla de regreso a su habitación. El reducido grupo de doncellas aguardaban en silencio que Hinata terminara de revisarla, asegurándoles que todo estaba bien, que era un desvanecimiento y consiguió hacerla volver en sí ofreciéndole el medicamento que el médico había recetado.

No hubo conversaciones ni interrogantes, pero en cuanto Mikoto fue consiente de que las jóvenes seguían ahí, con sus rostros pálidos y los ojos muy abiertos intentando mantenerse serenas pero visiblemente afectadas, la mujer sonrió para ellas, condescendiente y amable, pidiéndoles que se retiraran a descansar prometiéndoles más tarde resolver sus inquietudes. No obstante, Hinata permaneció a su lado.

La joven cerró los ojos tratando de concentrarse en lo que acababa de suceder como para plantearlo de la manera más lógica posible.

Había sido después de la quinta campanada cuando sintió cómo la temperatura de la habitación, pese a las velas e inciensos, había bajado considerablemente. Ya para la séptima campanada, su aliento era perfectamente visible como un vaho blanco y sus dedos empezaban a ponerse blancos. Con el transcurso del tiempo, y a medida que el trance parecía apoderarse de ella, una poderosa fuerza le hizo regresar a la realidad rompiendo toda concentración: abrió los ojos y aunque se encontraba en el mismo lugar, parecía diferente.

Con todo a media luz y el incienso impregnando el ambiente era difícil determinar con claridad los objetos, o al menos a ella le pareció indefinido, una bruma espesa envolvía a Mikoto y pronto esta se tornó en formas danzantes que se mecían al ritmo en que ella pronunciaba cada palabra, se le figuró como si hubiesen más personas ahí además de sus compañeras. Pero no fue sino hasta que los murmullos empezaron, que estuvo casi segura de ello. Casi, porque las otras parecían no notarlas, solo rezaban y a sus voces se sobreponían las de las presencias, como si quisieran que les escucharan pese a no decir nada entendible.

—Mikoto-sama...

Finalmente se había animado a expresar en voz alta sus pensamientos, pues pese a que desde pequeña había sido instruida para realizar ese tipo de rituales, era la primera vez que experimentaba algo como eso.

—¿Qué sucede, Hinata-san?

—¿Por qué los espíritus están inquietos? —preguntó para no abordar directamente su preocupación.

—Siempre lo están, Hinata-san, es solo que por esta ocasión, parece que todos tienen el mismo interés.

Hinata se sonrojó levemente, no le gustaba incordiar a la gente con preguntas.

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