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    Pensar, como bien le gusta proclamar a su padre, es un ejercicio de vital importancia. Actuar en consonancia, deduce Laurent, también debería de serlo. Sin embargo, su mente no parece funcionar de forma muy lógica en los últimos tiempos. Sus pensamientos se han ido entretejiendo los unos con los otros a lo largo de los días hasta crear una gran masa gris, maloliente y pegajosa que le obstruye incluso el flujo del aire. No tiene hambre, le duele el pecho y no ha podido cerrar los ojos en ninguna de los dos noches que han transcurrido desde el incidente. El sonido de las agujas del reloj se ha convertido en su mayor enemigo y es ahora, casi 72 horas después, cuando se plantea si de verdad ha hecho lo correcto.

Con pesar, arrastra los pies de la cama cuando su hermano irrumpe por tercera vez en su dormitorio y le dedica una mirada preocupada. Auguste está a una mueca más de prepararle su caldo especial -ese que las pocas veces que lo ha probado le ha provocado una indigestión- y traerle a Nicaise como refuerzo, quien se pasaría el día arropado junto a él en la cama y lo haría sentir momentáneamente mejor. No obstante, su conciencia no se lo permite. Tampoco su estómago. Sólo de imaginarlo la culpabilidad y las náuseas lo golpean con fuerza.

La mañana transcurre lenta, agonizante incluso. Le da tiempo de ir al mercado, encargarse de la compra y preparar el almuerzo. También de limpiar la casa, entretener a Nicaise y lavar la ropa sucia. Tiende la colada, dobla lo seco y hasta obliga a su sobrino a leer unas cuantas hojas con él. Ya no sabe qué más hacer para que el resultado no sea siempre el mismo; haga lo que haga, su mirada termina varada en el reloj. En lo mucho que ha pasado desde esa súplica silenciosa que rechazó, y en el y si. Son casi las doce de la mañana y es inevitable suponer que a estas alturas, lo más probable es que esté muerto.

No sabe de quién se trata (lo que tampoco sabe si lo hace mejor o peor). Todos los días ha acudido al mercado y ha hablado con los vecinos y comerciantes que se han cruzado en su camino. Ha pasado por el ayuntamiento, la oficina de correos e incluso por la Iglesia, pero nadie parece echar de menos a nadie. La vida continúa su curso como si no hubiera nadie feneciendo en el bosque, y aunque Laurent ha vigilado desde la distancia el sendero, ningún alemán se ha acercado lo suficiente como para levantar sus sospechas.

Se pregunta horas más tarde mientras prepara la bolsa de tela que hay frente a él, si desear que así sea lo convierte en aún peor persona. Al menos, todo este embrollo sería mucho más sencillo.

El tiempo no es que haya variado mucho en los últimos días. Todavía no ha comenzado la temporada de lluvia, aunque las temperaturas comienzan a desplomarse poco a poco. Todo parece estar igual que antes, aunque esta vez, la brisa que antaño le hacía cosquillas ahora le respira amenazante en la nuca. Nadie lo mira, lo para o le dedica más que un breve asentimiento de cabeza, mas el presentimiento de estar jugando con todas las de perder nunca lo abandona. Laurent sólo tarda unos minutos en avistar su mochila junto a unas acuarelas destrozadas y unos cuantos papeles manchados de barro.

No parece que nadie más los haya tocado. Tampoco hay ningún ruido o eco que interrumpa la melodía lineal del bosque. Rodea con discreción el lugar varias veces para asegurarse y sólo examina de cerca los detalles de la escena cuando confirma que está solo. No hay lamentos, ni quejidos ni rastro de ningún cuerpo, aunque sí encuentra sangre seca sobre unas piedras, un árbol extrañamente doblado y más hojas amarillentas que de costumbre cubriendo el suelo. Otra persona que no conociera tan bien el escenario, probablemente ni lo notaría.

El leve vestigio de sangre que la última vez no se atrevió a seguir lo conduce unos cuantos pasos más a la derecha. No avanza mucho, puesto que llega un punto en el que el líquido rojizo desaparece abruptamente. Tampoco lo acompañan huellas o restos o... su pie choca con algo pesado en la maleza. Una tela larga y cuadrada de un color pardo, similar al del bosque, que está inservible y llena de tierra. Laurent tira de ella con fuerza -es pesada y parece estar enredada- hasta que se expande del todo. A continuación, tiene que poner toda su fuerza de voluntad en ahogar el grito que le recorre la garganta cuando el símbolo queda al descubierto.

Un paracaídas inglés. Jodidamente genial. Laurent maldice en silencio y demasiado asustado sin creerse del todo su mala suerte. Se ha mordido la lengua con tanto ímpetu que se ha hecho daño. Lo que hay frente a él... lo que hay frente a él se traduce en alta traición si no lo anuncia de inmediato a las autoridades. Se traduce en él ahorcado o fusilado y luego expuesto en la plaza del pueblo. Se traduce en toda su familia destrozada, en el fin de todo. Así que se concentra con el corazón a mil en esconderlo entre el follaje lo mejor que puede. No sabe si alguien lo ha seguido. Tampoco si alguien lo ha encontrado antes que él y es por eso por lo que no da con el cuerpo. Sea como sea, no puede arriesgarse a desplazarlo de allí.

Seguramente, cualquier otra persona no hubiera vuelto. Podría hacerlo de nuevo en ese mismo instante. Alejarse de allí, volver a casa y seguir con su vida. Es lo correcto, lo lógico. Pero por otra parte simplemente podría investigar un poco más y... Laurent está completamente seguro de que el soldado inglés está muerto. Lleva muchas horas a la intemperie, herido, sin comida ni agua que lo hidrate. Solo ojearía el cuerpo, le daría un descanso apropiado y calmaría su agitada conciencia. Así completaría su parte, fastidiaría a los alemanes y enmendaría sus errores. Volvería a dormir por las noches.

Siguiendo la estela de pistas, lo más sensato sería que el soldado se encontrara cerca de él. Quizás en el suelo tirado, o camuflado entre la broza. Laurent se adentra un poco más en el bosque y aprieta los labios con horror cuando su mirada se topa con el soldado. Un cuerpo cuelga de un árbol varios metros más adelante, arañado y cubierto de sangre y barro por todos lados. Tiene las cuerdas del paracaídas enredadas entre las ramas; parece joven, huele terriblemente mal, y aunque no es la primera vez que ve un cadáver, algo le dice que aquel rostro en específico lo perseguirá por siempre. Las náuseas lo golpean, aunque reprime el vómito. No debe llevar demasiado tiempo muerto, porque todavía no se aprecia a simple vista síntomas de descomposición.

Ha llegado tarde. Sus predicciones se han cumplido.

Mentiría si negara que el alivio no lo golpea. También la pena, porque no es ningún monstruo -o al menos eso es lo que quiere pensar-. Pero ha estado a punto de poner en riesgo no sólo su vida, si no también la de todos aquellos a los que ama por un desconocido al que no debe nada. Si algo ha aprendido de los alemanes en todo este tiempo, es que las guerras no se ganan siendo buena persona. Laurent tiene bastante claro que prefiere vivir a disfrutar de una conciencia libre de culpa en el cementerio. Ha sido un irresponsable y un sentimental y un ...

Su diatriba se ve interrumpida por un gemido. Una voz ronca, quebrada y desprovista de vida que susurra a sus espaldas—: Some... some... some water, please.

Si puedo evitar que un corazón se rompa; captive prince fanfictionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora