drie

11 3 0
                                    

    Laurent supone que cuando una persona moribunda y en sus últimos momentos te suplica agua, la decisión es bastante sencilla. No obstante, cuando esa persona moribunda y en sus últimos momentos resulta ser un soldado inglés, máximo enemigo del ejército alemán, la situación deja de ser tan simple. Ante ti se abren dos opciones igual de malas; la primera, salir corriendo lo más rápido que puedas y no mirar atrás -esta vez de verdad-, o la segunda, comportarse como un ser humano decente y ofrecerle la botella.

Para su desgracia, Laurent no lo tiene tan claro. A pesar de llevar una bolsa repleta de cachivaches -una cantimplora, pan duro, alcohol y vendas-, la decisión no es tan sencilla como puede aparentar en un principio. No porque no odie con fervor a los alemanes y a todos aquellos que simpatizan con su causa, ni tampoco porque no esté exhausto de vivir atemorizado. Más bien su inquietud nace de las consecuencias, de lo que vendrá después. ¿Cuánto está dispuesto a perder por conservar la única cosa que todavía no le han arrebatado las tropas enemigas? Una vez que abra la botella, su destino estará sellado. No habrá excusa ni razón ni motivo que lo salve de la horca.

Tras unos momentos de batalla interna que se le antojan eternos, Laurent maldice y termina volviéndose sobre sus pasos. No es tan cruel como para negarle a nadie un poco de agua, ni tampoco tan idiota como para engañarse a sí mismo. Solo es muy imbécil. Lo suficiente como para volver al bosque y arriesgar su vida por un desconocido.

Lo primero es bajarlo de ahí. De alguna extraña forma, Laurent siente el deber de otorgarle una muerte digna tras haberlo abandonado durante tanto tiempo en tan terribles condiciones. Para ello, se encarama al árbol y con la navaja de su bolsillo, comienza a cortar las cuerdas. Si en algo ha tenido suerte, ha sido en el hecho de que el soldado no cuelga a gran distancia del suelo. Es una forma un poco bruta y rudimentaria, pero no tiene ninguna otra opción. El soldado es mucho más alto y pesado que él, y no ha vuelto a murmurar palabra desde aquella súplica agónica. Debe de estar inconsciente -o muerto-, lo que complica aún más las cosas.

—¿Hola? —comprueba por décima vez, su bota tocando con poca delicadeza el costal del desconocido.

Como era de esperar, no recibe respuesta. Sin embargo, descarta pronto eso de que no esté vivo. El ritmo leve y dificultoso de su respiración se lo confirma. De cerca, tiene incluso peor aspecto; lleva el uniforme tan roto y manchado de barro y sangre que no se intuye el color original, y una especie de mochila de donde entiende que han salido todas esas cuerdas. No parece haber ni rastro del rifle, o de la bayoneta que los suele acompañar a todos lados. Tiene, que se vea a simple vista, una herida en un brazo con especial mala pinta y otra pequeña en el abdomen bajo. Le falta un zapato, la gorra y trozos de la chaqueta.

Ha de reconocer que la tarea no es ni tan sencilla ni tan rápida de como pensó en un inicio. Casi tarda media hora en liberarlo de la mayoría de las sogas. Cuando ya está llegando al final y sólo le queda una mientras se pregunta por tropecienta vez si estará haciendo lo correcto, el último retazo de tela cede por completo y el cuerpo aterriza con un golpe seco en el suelo.

Por un momento, se plantea seriamente el haberlo matado por accidente. Sólo por un momento.

Fuck! —escapa de la boca del soldado en cuanto se reencuentra cara a cara con tierra firme. Si acaso es consciente del hilo del que pende su vida, no lo demuestra ni lo más mínimo—. Fuck, fuck, fuck!

Las maldiciones -porque aunque Laurent no sepa nada de inglés hay cosas que son universales y no necesitan traducción- junto al leñazo han debido de resonar en un kilómetro a la redonda. El lugar está escondido y el bosque es muy tupido, pero Laurent no puede evitar ponerse nervioso. Si por un casual alguien se acercara a escudriñar y lo viera a él ayudando a un inglés... Los nervios pronto dejan paso al pánico, y la gota que termina por colmar el vaso es la voz del soldado murmurando algo que a duras penas entiende.

—Water. I need some water, please, some...

En una nube de pavor, confusión, polvo y brazos, Laurent termina tropezando con las extremidades del desconocido al intentar sin mucho éxito, colocar ambas manos sobre su boca para callarlo, y cómo no, da de bruces y de lleno con el pecho del que a este paso se convertirá en su próximo enemigo. Acaba en el suelo él también, con sus cabezas casi tocándose, y ante tal situación, no puede evitar que la respiración se le atasque en la garganta cuando el uniformado asiente con suavidad y clava esa mirada tan vivaz en la suya. Son de un color tan negro y tan intenso que apenas se distingue la pupila del resto.

Water —articula; siente como sus labios le cosquillean la palma de la mano al moverlos—. Please.

Pero Laurent, incapaz de sostenerle la mirada por mucho más tiempo, la aparta, aprieta con más fuerza y reza en silencio porque nadie los haya visto o escuchado—. Shh.

Unos agónicos minutos después entre jadeos y respiraciones erráticas, el holandés consigue ponerse en pie y alcanzar su bolsa de provisiones. Saca la cantimplora y nada más, puesto que a estas alturas de poco servirá el resto.

—Regla número uno —le explica cuando su corazón no amenaza con abandonar su cuerpo—, nada de gritos, quejas o ruido—. Mientras el soldado lo mira sin comprender. Así que para escenificar mejor la escena y recuperar parte de la autoridad -y dignidad- perdida tras semejante muestra de agilidad, lo apunta desde arriba con la navaja—. No silence, no water. Muerte. Alemanes malos.

Se siente ridículo con el cuchillo en la mano, como si estuviera jugando con Nicaise a la guerra.

»Regla número dos —continua sin embargo—, tienes que moverte, porque no puedes quedarte aquí a la intemperie y a la vista de cualquier persona. Dios sabe lo que ocurriría si alguien te viera con esas pintas y esa chaqueta. ¿Puedes reincorporarte un poco, andar por tu cuenta? Ahora lo comprobaremos. Necesitas estar escondido, nadie debe verte nunca. Never. Y por supuesto, la regla número tres y no menos...

Water? —interrumpe el herido, profiriendo otro profundo gemido que amenaza de nuevo, con revelarlos a los dos—. Water...

Y Laurent, refunfuñando para sí mismo y movido por la lástima, renuncia a su discurso y vierte un chorreón generoso sobre él tras volver a repetir silence varias veces.

Supone que ver como el soldado intenta tragar agua debe de asemejarse bastante al alumbramiento de un nuevo ser. El cambio es casi instantáneo; su rostro se relaja, sus ojos se cierran con alivio y boquea, boquea y boquea, como si el abundante chorro nunca fuera suficiente para calmar su sed.

—More, please, more.

Laurent se acerca un poco más, siempre con el arma en la mano. Ahora que puede observarlo algo mejor ya que parte del barro del rostro se ha diseminado, no parece encontrarlo muy mayor, sino más bien de la edad de Auguste. Tiene heridas por todo el rostro, hematomas repartidos sin ton ni son y los labios tan secos que parece imposible que sea capaz de moverlos. El corazón se le encoge de pena ante la imagen, al imaginar a su padre, a su hermano o a incluso a él mismo en una situación similar, y termina de nuevo arrodillándose junto a él.

—Ey, tranquilo —le habla con voz suave mientras pasa el brazo tras su cuello y lo recuesta con cuidado en su regazo. Esta vez tiene cuidado y apoya la cantimplora en sus labios, intentando que no se pierda nada de líquido.

—Please...

—Más lento —susurra cuando el soldado intenta levantar el brazo—. Vas a vomitarlo todo.

Al final, la botella se agota cuando el sol comienza casi a ponerse en el horizonte. Es hora de volver a casa si no quiere levantar sospechas, pero dejar al joven que ahora está desplomado en el suelo tan indefenso le revuelve el estómago. Tiene los ojos cerrados, aunque su respiración es mucho más acompasada que antes.

Con todas las fuerzas que posee -que no son muchas-, Laurent lo arrastra a duras penas hasta dejarlo apoyado en el árbol más cercano. Lo tapa como puede con el paracaídas inglés que reposa a su lado, y en un gesto de compasión nada típico de él le deja algo de pan.

Thanks —murmura entre sueños el inglés y Laurent, sin decir nada más, se marcha de aquel lugar.

Si puedo evitar que un corazón se rompa; captive prince fanfictionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora