10- Gritar

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Mi tío mi invitó a pasar, y conversamos un rato sobre las ratas y los chismes del pueblo. Cuando de pronto, unos crujidos aturdieron mi cabeza, y me obligaron a envolver mis oídos con mis manos, mientras mi tío Bruno parecía ponerse alerta, cómo si fuera un gato en busca de un ratón. Y en un momento, todo se detuvo. Todo el ruido, los murmullos, los gritos, todo desapareció, solo estaba allí, escuchando el silencio, así que asustada, destapé mis oídos, suspirando con alivio al aún escuchar el crujido, no estaba sorda.

 Pero, tras analizar lo sucedido, todo se fue a la mierda. ¿Yo había perdido mi don? Esa pregunta llegó hacia mi cabeza cómo un rayo, dejando cómo consecuencia un frenesí de emociones, en el cual el pánico sobresalía.

El crujido aumentó, y pude darme cuenta de que eran grietas.

Grietas.                                                                                                                                                                        Grietas.

Grietas.

Grietas.                                                                                                                                                                        Grietas.

¿Grietas?

El pánico se apoderó de mi cuerpo, mis manos temblaron y mi respiración se agitó. ¿Desde cuando había grietas? De pronto, vi las paredes, había grietas y algo de cemento. ¿Mi tío reparaba las grietas? ¿Porqué no había visto las grietas? ¿¡Porqué carajo habían grietas?! De mis ojos brotaron lágrimas. ¡Había grietas! ¡La Casita se destruiría! De mi garganta escapó un sollozo estrangulado, y presa de el pánico y la desesperación, llevé mis manos hacia mis brazos y clavé mis uñas.

 Un agarre firme en mis manos impidió que siguiera lastimando mis brazos, mordí mi labio inferior con sorpresa, y mis manos fueron suavemente alejadas de mi cuerpo, poniéndolas sobre mis muslos y presionando mis muñecas para inmovilizarme.

-Dolores, tranquila, respira profundo. Uno, dos tres...- Contó mi tío suavemente, incitándome a respirar a la par. En unos segundos, pude sentirme más relajada, y mi respiración se normalizó junto a mi corazón, pero las lágrimas seguían cayendo a borbotones. -Ya pasó, ya pasó, todo está bien, estás conmigo- Susurró mi tío cariñosamente, sosteniendo mis manos por si acaso -Dolores, tienes que salir de aquí, debes advertirle a todos lo que viste, pero no digas que estoy aquí. ¿Sí?-

-Sí, pero ¿Qué hay de ti?-

-Yo estaré bien, me esconderé bajo la mesa, tú corre-

Y luego de comprobar que si se había escondido bajo la mesa, salí de su pequeño refugio improvisado, y eché a correr por el pasadizo, saltando ágilmente el pozo en el que había caído hace tan sólo siete minutos, y esquivando los trozos de pared que caían a centímetros de mí, pero de igual forma, algunas piedras y rocas aterrizaron sobre mí, ocasionándome algunos moretones, rasguños, arañazos y raspones. ¿Acaso era el día internacional del dolor? ¿O acaso era culpa de el hecho de que mi nombre es "Dolores"? Sí, probablemente las dos cosas.

 Salí de el angosto pasadizo, encontrándome con que las grietas habían llegado hasta las puertas y amenazaban con apagar su brillo, ahí fue cuando supe el porque de la repentina perdida de mi audición súper avanzada.

Voces- Dolores MadrigalWhere stories live. Discover now