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En su cumpleaños número treinta y cuatro, Henry lo llevó a una de esas celebraciones que se prolongaban durante tres días y de las que tenía que recordar la mayoría de los detalles a través de fotos y vídeos en su teléfono

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En su cumpleaños número treinta y cuatro, Henry lo llevó a una de esas celebraciones que se prolongaban durante tres días y de las que tenía que recordar la mayoría de los detalles a través de fotos y vídeos en su teléfono.

Víctor fue a buscarlo y Dorian se pasó medio día durmiendo, ya que fue el tiempo que tardó el trayecto de vuelta. Cuando abrió los ojos, Sybil Vane era una silueta traslúcida sentada al otro lado del asiento trasero, mirándolo con esa expresión mortificada que le mostraba desde hace años, y Víctor había abandonado su puesto de conductor.

Estaba a punto de reclamar cuando al enderezarse, distinguió a su empleado conversando con un hombre al que podría haber reconocido en cualquier momento o lugar.

Dorian Gray sintió un pánico aún mayor que el que había experimentado frente a cualquiera de las acusaciones que se le hacían.

Giró el rostro apenas y observó a Sybil con los ojos muy abiertos. Ella también lo había notado. Sacudió la cabeza como respuesta a la pregunta que Dorian hubiese formulado de haber encontrado su voz. Tampoco sabía qué hacía ahí.

Dorian se dio cuenta de que si quería escapar, sólo podía salir por el otro lado del auto, agacharse y rogar por no ser visto. En el mejor de los casos, alcanzaría la puerta y Basil no tendría el valor de seguirlo adentro. Era imposible que no lo hubiese visto en el auto ya.

¿Se humillaba con la huida o existía otra opción?

Víctor, ajeno a su caos interno, se acercó al auto de nuevo y tocó la ventana junto a Dorian con los nudillos. Su mano temblaba cuando presionó el botón que hacía que el vidrio bajase.

—El señor Hallward desea hablar con usted —informó Víctor, como si no hubiese dicho gran cosa.

Dorian temió que podría llegar a desmayarse. Abrió la puerta y salió del vehículo como en un trance. No sentía que su cuerpo se moviese según sus órdenes, pero veía la imagen ante sus ojos cambiando.

Basil seguía casi igual a como lo recordaba. Su postura todavía no era la mejor, tenía el cabello un poco más largo, atado en la parte de atrás de la cabeza sin cuidado, y un par de piercings en las orejas que no estaban ahí la última vez que lo vio. La barba de tres días le daba un aire un poco más maduro, pero sus ojos se volvieron en extremo suaves al fijarse en Dorian, como si no hubiese pasado ni un día.

—¿Puedo pasar?

Todo lo que Basil llevaba encima era el abrigo que tenía puesto y un maletín. No tenía ni idea de por qué estaba allí, pero antes de que pudiese pensarlo, ya estaban caminando hacia la casa.

Víctor se les adelantó para abrir la puerta y avisó que se ocuparía de la cena. Le preguntó a Basil si comería con Dorian y este le aseguró que su visita no duraría tanto.

En cuanto su empleado se alejó, los dos avanzaron sin pensar hacia la biblioteca. Las manos todavía le temblaban a Dorian cuando se acercó al mueble de la esquina, sacó una botella y un vaso. Necesitaba un trago para lidiar con lo que venía.

Dorian GrayWhere stories live. Discover now