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14. La casa de los placeres violentos

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La entrada principal era un engaño. A simple vista daba la impresión de que el sitio era un hotel común y corriente y en realidad era lo opuesto.

—¿Qué es este lugar? —preguntó Diego luego de que traspasamos el vestíbulo y cerraron las puertas detrás de nosotros a causa del toque de queda.

—Es una casa del placer —respondí tras guardar la llave del cuarto y analizar lo que nos rodeaba.

Diego no le prestó atención y me miró de soslayo con una mezcla de estupor y algo de carácter pecaminoso.

—¿Y tú cómo lo sabes?

Oscilé, dubitativa.

—Adiviné.

—Qué ocurrencias peculiares tienes.

—Igual que tú.

Idrysa era un reino peculiar.

Si bien tenía leyes que prohibían cosas como los sentimientos, sus costumbres eran bastante abiertas respecto al sexo. Por más que uno pensara que no dadas las otras costumbres, todos y absolutamente todos podíamos acostarnos con quién quisiéramos si así lo deseábamos. Daba igual si eran personas de otros clanes o no. Ninguna norma nos los impedía, ni siquiera a los Construidos.

La única condición era que debía ser un secreto. Jamás podrías salir en público con esa persona o decir que tenías una relación oficial.

¿Por qué?

Generaría sospechas de que podría ser amor y, a fin de cuentas, el amor mataba a más personas que una guerra.

Además, una vez que el gobierno eligiera con quién contraerías matrimonio, no habría vuelta atrás. Tenías el derecho de dormir con cualquiera, incluso si estabas comprometido, hasta que estuvieras oficialmente casado, ya que el adulterio estaba penado con la muerte.

Así que, yo podría acostarme con la mitad de mis pretendientes y nadie podría quejarse mientras no tuvieran pruebas de ello. Solo había una diferencia entre la nobleza y los nacionalistas: la reputación. No podía arriesgarme a que se corriera el rumor de que tenía encuentros con alguien como Diego, por ejemplo, o me quemaría en una hoguera igual que a una bruja. Me reté a mí misma por usarlo como ejemplo. Pero el punto quedó claro.

En consecuencia, la gente comenzó a crear lo que se denominaba una "casa del placer". No eran burdeles, sino establecimientos clandestinos específicamente hechos para uno fuera, se ocupara de sus asuntos privados y se marchara sin que nadie se enterase. O al menos eso oí que se rumoreaba. No creí que existiesen de verdad hasta que terminé atrapada en una.

Si salíamos, nos atraparían los guardias rojos que aseguraban que nadie quebrantara el toque de queda y estaríamos fritos si averiguaban quiénes éramos. Por otro lado, si nos quedábamos, solamente el destino sabría qué sería de nosotros. En conclusión, no teníamos escapatoria.

—Ahora que ya hemos alcanzado la hora máxima, ha llegado el inicio de la velada más esperada —anunció quien se había presentado como la dueña del hotel minutos atrás—. Como todas las noches, nos complace que ustedes sean complacidos. Por ende, hoy le daremos un toque especial a la noche.

Las instalaciones de la casa del placer no daban ni una pista de a qué clan pertenecía. El lugar se reducía a un edificio de forma rectangular construido con cemento y piedras que se limitaba a dos pisos de un tamaño regular con paredes que no tenían más decoraciones que apliques de madera y velas que generaban una atmósfera íntima para los individuos que aguardaban en aquella sala contigua. Para colmo, la fusión del calor de la primavera y la conglomeración de cuerpos calientes en un espacio reducido me subían la temperatura. Supuse que eso no era casualidad.

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