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11. Cómo matar a Diego Stone

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La decisión era mía.

Pero, ¿realmente lo era?

Me perdí en un laberinto de pensamientos, barajando las ofertas que recibí.

Matar o no matar, esa era la cuestión.

No rechacé o acepté la oferta de Dimitri. Él dijo que obtendría su respuesta si su hermano vivía o moría. No le preocupaba que yo pudiera contarle a alguien sobre su pedido porque nadie creería lo que un enemigo decía de otro enemigo. Por ende, aseguró que lo que sucediera a continuación estaba en mis manos.

Presioné el botiquín contra mi pecho al pensar en ello. En ese preciso instante iba hacia la habitación en la que yacía Diego. No pude parar de repasar la inmensa cantidad de años que invertí odiándolo, las cosas que dijo desde que llegamos a la academia, sus intenciones políticas respecto a Idrysa, y, por alguna razón incomprensible, en la intensidad de sus ojos.

No me sentía cómo alguien que fue enviado a la horca, me sentía como la persona que lo mandó a ejecutar y se dirigía a presenciar su muerte.

Debería querer matarlo y, siendo sincera, deseaba hacerlo, sin embargo, no estaba tan segura de ser capaz de llevar a cabo el asesinato como supuse que lo estaría si tenía la oportunidad.

¡¿Por qué no quería matarlo?!, gruñí en mi cabeza.

Pese a mi reputación barbárica, yo no era una asesina. Jamás había matado a alguien a propósito. Supuse que eso tenía que cambiar hoy.

Necesitaba ser racional.

No todos los días te ofrecían salir impune del asesinato de uno de tus rivales y eso sería muy beneficioso para mi clan. Con un Stone menos, existían más probabilidades de que me llevara el premio mayor y obtuviera el puesto de concejal. Además, las reacciones de los delegados secundaban la noción. La competencia era lo que antes llamaban ruleta rusa y, dadas las circunstancias, tenía que empezar a eliminar jugadores con tal de ganar.

En consecuencia, tuve que abandonar mis ideales para guiarme por aquello que sería mejor para los demás. No fue algo que tomé a la ligera. Lo medité con cuidado y llegué a la conclusión de que era lo correcto.

Así que solamente necesitaba averiguar algo: cómo matar a Diego Stone.

Podía usar mis dagas, permitir que el veneno hiciera lo suyo, utilizar una de las hierbas medicinales que traje para acelerar el proceso u otra infinidad de atrocidades. No importaba. Improvisaría. El resultado sería el mismo. De cualquier modo, sería emocionante.

Por otro lado, el guardia rojo al servicio de los Stone que me indicaba el camino, detuvo sus pasos y señaló a la puerta del cuarto bien custodiado de Diego y yo intenté que mi cara no gritara que estaba por cometer un asesinato a sangre fría.

―Quiero entrar sola ―informé, percatándome de que mis guardaespaldas y los guardias rojos pretendían entrar conmigo.

―Me temo que no puedo permitir eso sin una orden.

―Le estaba avisando, no solicitando su permiso.

―Aun así, debo insistir.

―Bien, si quiere una orden, tiene la mía. Voy a ir sola o no voy en absoluto.

Tras meditarlo, se rindieron ante mi razonamiento. Se les estaban agotando las opciones. Yo se las quité.

Dejando atrás todas las dudas, entré con la intención de llevar mi venganza a un nuevo extremo.

Estábamos a varios pisos de altura. Había dos ventanas en cada esquina de la estancia con vista al bosque que servían para iluminar aquel cuarto provisorio que fue acondicionado para Diego. Él se encontraba parado y leyendo el archivo de un fichero depositado sobre una solitaria mesa de madera de caoba en vez de descansar en la cama de sábanas del color de las grosellas rojas. Emití un resoplido de incredulidad y atravesé el suelo alfombrado con brocados dorados. La resistencia de ese hombre era sorprendente. Debería estar en su lecho de muerte, no así.

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