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12. La academia del caos

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La academia era un caos. No había ni un sitio libre de él. En cada rincón habitable había un aura turbulenta de la que nadie podía escapar.

Mi padre aprobó mi decisión, ya que sabía que hice lo correcto. Los profesores y los guardias rojos fingieron que no pasaba nada. Los estudiantes perdieron la cabeza. El convenio que firmé con Diego trajo más revueltas que la guerra que estuvo a punto de darse entre nosotros. En vez de intentar comprender nuestra decisión, decidieron ponerse en nuestra contra sin vacilación. Tenían ideas equivocadas de lo que implicaba el trato y creían que habíamos puesto fin a nuestra enemistad, lo que era una locura de por sí. Él y yo nos odiábamos más que nunca.

De camino a las clases de entrenamiento tuve que oír otra pila de quejas agresivas y comentarios despectivos disfrazados de críticas constructivas. Ninguno de ellos se puso en mi lugar. Estaba exhausta. Por más que intentara hacer las cosas bien, todo lo que yo hacía les parecía mal. Sinceramente, yo me preguntaba cuándo tendrían suficiente. Tal vez nunca.

Transité por los pasillos como si fuera un fantasma con respuestas programadas para complacer a los demás. Llegó un punto en el que quise gritar de lo agotada que estaba y, como siempre, tuve que contenerme. No me iba a retractar. Por ende, debía soportar las consecuencias.

Si bien algunos me apoyaban y se mostraban bondadosos, podía sentir la presión que ejercían las palabras maliciosas en mi corazón. Yo respondía. Sabía cómo defenderme. Mas, eso no significaba que no me doliera por más acostumbrada que estuviera.

La peor parte fue cuando llegué al campo de entrenamiento con mis otros compañeros y recibí una noticia casi devastadora.

—El día de hoy no entrenarán —anunció Aspen con su postura típica de instructor.

—¿Por qué? ¿No es entrenar el propósito de esta clase? —inquirió Cedric un tanto confundido.

—Sí. Solo que no es el único propósito —resaltó Aspen e interrumpió al heredero antes de que pudiera volver a hablar—. Me temo que tendré que destruir sus esperanzas desde el principio. No descansarán. Harán lo opuesto. Hoy habrá enfrentamientos.

Temblé. Considerando mi situación actual, tenía que ser una broma.

—¿De qué clase? —curioseó Finley en su regular tono de voz.

—Descuiden, no se enfrentarán entre ustedes. Eso déjenlo para las pruebas. Hoy habrá duelos entre miembros de sus propios clanes. Es un evento que será sorpresa y se dará una vez al mes.

—Eso me suena familiar —murmuró Emery por lo bajo.

—Cada delegado podrá retar a una persona y, si esa persona acepta, habrá un enfrentamiento. Casi siempre es para alimentar la competencia entre sus pretendientes —explicó el instructor—. Así que, respecto a ustedes, existen dos posibilidades: si nadie los reta, podrán descansar y mirar las peleas o si alguien lo hace, ustedes podrán elegir cómo será el duelo, si será combate cuerpo a cuerpo o con armas, y, en caso de que sean varias personas, si será individual o grupal. ¿Qué les parece?

Un horror, dije en mi mente.

—No suena tan difícil —comentó Prudence, serena, y tuve ganas de reír.

El día anterior Diego estuvo a punto de morir. Ese día era mi turno. Estaba segura de que mis delegados le sacarían provecho a esa oportunidad para descargarse contra mí a causa del cambio de distribución de algunos territorios que les informamos Diego y yo luego de nuestra reunión oficial.

Aspen prosiguió con la clase.

—Por ahora pueden ir a precalentar. Los delegados están presentando sus votos. En un rato les diremos quién peleará.

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