🩺CAPÍTULO 8🩺

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Mis manos sudaban, mi corazón latía con fuerza, la preocupación estaba invadiendo todo mi sistema, y la forma que movía mi pierna izquierda era la prueba. Comencé a raspar con mis uñas el esmalte rosa de estas, en busca de calmar mi ansiedad. No estaba funcionando.

Por mi cabeza pasaba miles de razones para que me mandara a llamar, como que un paciente se haya quejado, que el hospital esté en crisis y reduzcan el sueldo, entre otras, pero la que más predominaba entre todas ellas, es mi despido por manchar la imagen de su nieto. Y si el director me despedía no me contrarían en otro hospital, porque el señor Frederick Cole era en verdad importante entre la sociedad de médicos.

Nunca había interactuado directamente con él, porque era un hombre ocupado, pero solía ir en ocasiones a nuestras reuniones o eventos qué hacía el hospital. El señor Frederick nunca me había parecido una persona que abusara de su poder, muchos decían que era el mejor director que había tenido el hospital, pues era una persona justa y honesta, así como humilde. Incluso yo lo pensaba, porque me había dado la oportunidad de ser parte de su hospital siendo recién egresada. Pero ¿Por qué quería hablar conmigo?

Quería pensar en cosas buenas, pero los nervios solo se centraban en lo negativo, en todas las razones por las que ya no podía seguir aquí.

—Ya puedes pasar —me sonrió su ayudante. Una mujer de mediana edad de cabello castaño y ojos grandes.

—Gracias —me puse de pie y limpié mis manos en la bata, para seguido avanzar y abrir con lentitud la puerta—. Buenos días.

—Toma asiento, psicóloga Gómez —señaló la silla.

Obedecí, porque sentía mis piernas débiles, y si me iba a despedir, prefería saberlo sentada, para que no me viera derrumbarme en el suelo de forma dramática.

—¿Quieres té o agua? —preguntó.

—No, gracias, estoy bien —forcé una sonrisa.

—Bien, en ese caso hablemos de porque te cite —unió sus manos sobre el escritorio y se inclinó hacia mí—. Como sabes, tienes mucho tiempo aquí, empezaste tu servicio, luego tus prácticas, y ahora eres una de nuestras psicólogas generales. Nunca he recibido quejas de tus compañeros o pacientes, de hecho, hablan muy bien de ti —hizo una pausa y recé para escuchar un, pero—. Hace poco, tuvimos la junta en donde evaluamos a cada miembro de esta institución, por lo que se decidió restituirte —¿restituirme?, ¿Cómo?, ¿Qué van a hacer conmigo? —. Por tu buen perfil, hemos tomado la decisión de que te unas a los psicólogos de psiquiatría. Claro, seguirás atendiendo a tus pacientes actuales, pero dejarás de recibir pacientes nuevos, excepto aquellos que te canalicen los psiquiatras.

No dije nada, estaba sin palabras. No me iban a despedir, me estaban dando un mejor puesto. Entrar a psiquiatría era otro nivel en la escala de este lugar. Para pertenecer a ellos, tenías que ser muy buen psicólogo, pues no era lo mismo atender un paciente integrado a la sociedad, que aquel retirado de esta.

—No necesitas decidir ahora, puedes...

—Acepto —me puse de pie—. Sí, acepto —tomé con fuerza su mano, feliz por esta oportunidad—. Gracias, gracias, por darme esta oportunidad, daré lo mejor de mí —lo vi sonreír.

—Lo sé.

—Lo siento — liberé su mano.

—Está bien. Comenzarás la siguiente semana, durante esta, la encargada de psiquiatría te informará sobre los cuidados, entre otras cosas. No cambiarás de oficina, porque seguirás consultando a tus actuales pacientes, pero cuando se trate de pacientes psiquiátricos, tienes que trasladarte al área en donde se atienden —informó—. El resto de la información te la brindarán mañana, así que preséntate a primera hora en el área de psiquiatría. —Asentí—. Eso es todo de mi parte, psicóloga Gómez, puede retirarse —ordenó.

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