52. Tú no quieres a nadie

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Cuando cruzo la esquina de la calle por la que los gemelos han desaparecido distingo ambas figuras a lo lejos y hago un sprint hasta ellos. Habría llegado antes de no ser porque estamos en tierra firme, pero tampoco puedo vivir eternamente en el agua. Toca joderse.

—¡Yoel! ¡Espera!

El rubio no deja de caminar, pero su hermano se detiene y se queda mirándolo. Al fin llego y me quedo a unos pasos de ellos tratando de recuperar la respiración. Yoel también se queda parado, pero de espaldas.

—Hugo, creo que no es un buen momento —advierte Pablo en un tono bajo.

—Por favor, no te vayas —pido ignorando a mi otro amigo.

Yoel al fin se da la vuelta. Ojalá no lo hubiera hecho. Verlo con los ojos rojos y las mejillas llenas de lágrimas me parte el corazón. Trato de acercarme para, no sé, darle un abrazo o calmarlo, pero levanta la mano para impedírmelo.

—Pablo, déjanos un momento a solas —dice él.

—¿Estás seguro de...?

—Sí.

Pablo nos contempla por unos segundos y termina cediendo. Se aleja hasta la farola más cercana y se apoya en ella sin dejar de contemplar la escena. Vale, esto no va a ser fácil. Tengo que tener cuidado con mis palabras porque podría meter la pata hasta el fondo y eso es lo último que pretendo.

—Yoel, yo...

—No vayas a disculparte ni a poner una excusa de mierda. Ha quedado bastante claro de qué parte estás.

—¿Parte? ¿De qué hablas?

Yoel deja de llorar para soltar una risa irónica. Me duele verlo tan frágil y salido de sí. Él jamás se comporta así. Todo le importa demasiado poco para reaccionar de manera exagerada.

—Me acabáis de humillar ahí dentro. Los dos. Él por decir eso y tú por permitírselo.

—¡Yo no sabía lo que iba a decir! ¿Ahora se supone que debo leer mentes?

Yoel se pasa una mano por el pelo largo y después trata de secarse las lágrimas. Mira a cualquier lado menos a mí.

—No te hagas el tonto, por favor. Toma responsabilidad de tus actos por primera vez en tu vida.

—¿De qué coño hablas? Mira, aquí el problema lo tienes con Mattia, no conmigo. No me hagas el malo de la película solo porque te conviene.

Vuelve a reír. La carcajada que emite me produce escalofríos.

—No me puedo creer que te hayas pillado de ese chico. Te espera un futuro muy doloroso.

Ya sentía un malestar persistente dentro de mí, pero tras escuchar ese comentario el estómago me da un vuelco.

—No estoy pillado de nadie —aclaro en cuanto puedo, pero él lanza otra carcajada irónica—. Además, sé que aparenta ser un capullo, pero muy dentro es...

—No. ¿Sabes lo que creo? Que él es tan capullo como tú y por eso hacéis la pareja perfecta.

—¿Ahora soy yo el capullo?

—¡Sí, lo eres! ¡Y más que eso! —Ahora sí que se acerca y me enfrenta con los ojos llenos de lágrimas clavados en los míos—. Llevamos siendo amigos toda la vida y no me defiendes de un gilipollas que conoces de hace pocos meses. ¿Tan fácil te vendes? Yo nunca antepondría un tío al que me follo de vez en cuando a una amistad de toda la vida. Pero tú lo has hecho y eso dice mucho de la persona que eres.

—Yoel...

Intento encontrar las palabras adecuadas, pero todo se mezcla en mi cabeza y quiero decir tantas cosas a la vez que termino confundiéndome a mí mismo. Ni siquiera entiendo mis propios sentimientos hacia Mattia, ¿cómo pretendo explicarlos en voz alta? Sin embargo, hay algo que tengo claro.

A flote [Libro 1 ✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora