CAPÍTULO I

28 2 2
                                    

Me ví obligada a abrir los ojos cuando escuché sonar la alarma. Después de dos meses por fin había llegado el día, aunque para mí era más lamentable expresar felicidad porque odiaba cada parte de una nueva etapa.
     El bajar a desayunar sola no me alegraba, tampoco me motivaba y menos cuando pasaba desapercibida por todos. Y más cuando tuve que ir caminando a la escuela, aún si esta se encontraba lejos y lloviznaba afuera.
     Empezar un nuevo ciclo escolar me aburría, odiaba la idea de comenzar un nuevo periodo en dónde sería más miserable que el anterior. Uno tras otro sin descanso, aborrecía todo lo que tenía que ver con salir de mi habitación.
     Al llegar pude notar la mirada de todos nuevamente sobre mí, era tan común que a veces ya ni me hacía el esfuerzo de querer esquivarlas. Me pasaba desde que el intento de suicidio se supo en mi escuela por culpa de una maestra chismosa, todos me veían como si fuera tan fácil de romper.
     Aunque así creía que realmente era.
     Me senté cerca de la ventana hasta el final de la fila, sabiendo que solo sería por el primer día porque necesitaba lentes para ver de lejos, por lo que tenía que sentarme forzosamente hasta adelante o al menos a la mitad del salón.
     Todos hablaban entre sí mientras yo colocaba los audífonos en mis oídos, encendiendo mi celular para reproducir algo de música tranquila. No era de gran ayuda para mi estrés o ansiedad, a veces solía ser inútil, pero lograba apaciguar a la soledad que tenía conmigo siempre.
     El profesor llegó, un hombre bajito de unos cincuenta años, de cabello escaso marrón y ojos saltones negros, usaba anteojos de botella. Era chistoso, pero no lo suficiente para hacerme sonreír.
     Y cuando estaba a la mitad de presentaciones, llegó un alumno más que se veía avergonzado, a parte de que su cabello y camisa estaba húmeda peoaue la lluvia lo había dejado así. El profesor le dio una reprimienda el primer día de clase, yo ya me hubiera largado.
     Tomó asiento hasta adelante, exactamente al lado de la entrada al salón con sus cosas en el suelo, de hecho, estaba tan nervioso que su estuche se cayó haciendo reír a todos a excepción de una chica que se sentaba detrás de él (la cual se paró a ayudarle con sus cosas) y de mí.
     Era un chico extraño, he decir que era bastante apuesto, pero eso no quitaba lo extraño que era. Me preguntaba si podría ser tan extraño como yo, si no pertenecería a los demás. Podía observar que no podía convivir bien con los demás, sonreía nerviosamente, se frotaba las manos en un signo ansioso y volteaba hacia abajo.
     Cuando tocó la hora de receso, todos salieron corriendo a pesar de ya no ser unos niños, empujando al chico que había llegado tarde, tirando su estuchera nuevamente. Pero esta vez esa chica que le había ayudado no estaba, por lo que recogió solo.
     Salí sin ninguna prisa a comparación de mis compañeros de clase, yendo en una caminata lenta, pasando a un lado del chico, a quien se le cayó un lápiz que llegó a rodar hasta mi pie derecho. Me detuve, agachándome lentamente para dárselo, él me miró con un sonrojo en las mejillas.
     —G-gracias.
     Metí mis manos en mi sudadera negra, encogiéndome de hombros para salir del salón sin dirigirle la palabra. Caminé por el pasillo sumida en la música que se escuchaba en mis audífonos. Pero alguien tocó mi hombro, lo que me hizo sobresaltar y voltear rápido, viendo a ese chico torpe.
     —Oye, ¿podrías decirme en dónde está dirección? Tengo que ir para complementar mi documentados de intercambio, es muy importante, yo... ¿Sabés en dónde está? Digo, sé que lo sabes porque de seguro...
     —Todo derecho por ese pasillo y luego tomas mano izquierda cuando veas un cartel con los de cuadro de honor en él.
     Lo interrumpí, dando media vuelta para seguir mi camino. Antes de continuar con mi caminar, noté que su sonrisa se había borrado por mi brusca forma de interrumpirlo. Pero no pasó ni cinco segundos cuando volvió a tocar mi hombro , viéndome obligada a voltear nuevamente.
     —Perdón, ¿te sucede algo?
     Sonrió cerrando los ojos, yo solo suspiré, negando para seguir caminando, pero seguía caminando a mi lado tratando de mirarme.
     —Oye, ¿cómo te llamas? No te había visto durante la clase, ¿sí estabas ahí? 
     Yo sí lo había visto, aunque era imposible no haberlo hecho cuando hizo todo un espectáculo.
     —¿Eres muda?
     —No.
     —Entonces, ¿cuál es tu nombre?
     —Date la vuelta y lárgate.
     —Qué nombre más extraño, —rolé los ojos,—. Bueno, "Date la vuelta y lárgate", yo soy Cillian y... Luego te veo, porque si no voy a dirección me van a colgar. ¡Hasta pronto!
     Dio media vuelta para marcharse, dejándome sola. Realmente era molesto ese chico.
     En el receso me quedé completamente sola de nuevo, apartada en un lugar de la escuela lejano donde nadie me vería, aunque estaba segura de que aún si me pusiera en medio del gran patio, nadie me notaría aún así.
     Al regresar del receso volvimos a lo mismo, solo que Cillian giraba mucho hacia los lados y atrás, como si tratara de ver algo que no encontraba. Y solo me di cuenta que me buscaba a mí cuando miró hacia mi asiento y sonrió como aliviado por encontrarme entre todos.
      Desvie la mirada de la de él.
     Cuando terminó toda la jornada me fui de ahí rápidamente al notar que a mis espaldas se apresuraba por alcanzarme ese chico, quien trataba de hablarme a la fuerza. Me mezclé entre toda las personas, tratando así de perderlo, pero terminé por fijarme tanto en que no me alcanzara que no ví por dónde caminaba.
     Pronto choqué con alguien y ese alguien me empujó al suelo, cayendo hacia atrás.
     —¡¿Qué no te fijas por dónde caminas?!
     Alcé la mirada para ver a Vanessa de pie frente a mí con una cara de pocos amigos, su hermano estaba a su lado quien la miró con reproche, apartando a la chica para ayudarme a levantarme, pero Cillian se apresuró a ayudarme antes de que él lo hiciera.
     —Ah, pero si es Grace, bueno, tiene sentido de que no vea aún teniendo esos lentes.
     —Y se nota que tú no tienes educación desde casa, ¿verdad?
      Le respondió Cillian, tomándome del brazo para alejarnos de ahí hacia la salida. Al final me había alcanzado de una forma boba.
      Al estar afuera seguí mi camino, ignorando el hecho de lo que había sucedido, yéndome con mi mochila entre mis brazos.
     —¡Nos veremos mañana!
     —¡Mañana es sábado!
     Le dije volteando, yéndome a mi casa lo más rápido posible al ver que una nueva nube negra se acercaba, sabiendo que pronto soltaría en llanto y me mojaría toda.
     —Oye, qué casualidad, pero recordé que vivo por acá.
     Me sobresalté al escuchar su voz tan cerca, lo miré con enojo.
     —¿No te cansas de ser molesto?
     —Bueno, mi hermano me dice que no, pero yo no creo que sea tan molesto, al menos eso quiero creer.  Así que te llamas Grace, es un lindo nombre.
     — ¿Q-qué?
     —Es un lindo nombre, común, pero lindo al final del día.
     —Ahg.
     Negué con la cabeza, siguiendo con mi camino, pero no se iba de mi lado.
      —¿En dónde vives? Tal vez hasta somos vecinos, sería una locura tener tantas coincidencias. ¿No lo crees?, compartir la misma escuela, el mismo salón de clase y a parte vivir en la misma calle.
     —No creo que compartamos tanto.
     —¡¡Cillian!!
     Un chico rubio salió de la casa se supone estaba en venta, y maldije al ver que incluso hasta vivía frente a mí casa. Él sonrió, saludando con la mano alzada a ese chico que seguramente era su hermano del que hablaba antes.
     Continúe caminado, yendo hacia mi casa y cuando estuve frente a la puerta, salió mi padre. Me detuve en seco, mirándolo y agaché la mirada, saludando con una "reverencia" con la cabeza.
     —Llegas tarde.
     —Yo...
      —Cierra la boca y mejor ve a cambiarte, pareces un vagabundo de la calle.
     —Sí, padre.
     Entré rápidamente, lo único bueno era que no me había visto llegar con Cillian o sería muy malo para mí. Subí a mi habitación, cambiando mi sudadera por ese vestido de flores azules que siempre me hacía usar mi padre los días que teníamos que ir a la iglesia.
     —Llegaste tarde.
     —Lo sé, lamento eso.
     —Hoy te toca limpiar el confesionario, Richard estará ahí.
     Sudé en frío al escuchar su nombre, paralizando mis acciones e instintivamente cubrí mis pechos con mis brazos a pesar de traer ropa puesta. Mi madre se fue, dejándome sola en mi habitación con mi hermano bebé en su cuna.
    
      Había llegado a la iglesia después de comer, llevaba media hora limpiando cuando escuché pasos acercarse. Tragué en seco, sintiendo que se detenían detrás de mí y alzaron mi falda, por lo que reaccioné rápido, volteando mientras bajaba la falda del vestido con mis manos.
     —Hace unos meses que no nos veíamos, cada vez estás mejor de cuerpo.
     Yo no respondí, solo seguí limpiando, tratando de evitar su presencia, tratando de dejarlo de lado.
     —Vamos, corazón, sé que también me has extrañado.
     Me abrazó por la espalda, metiéndome al confesionario a la fuerza, cerrando este por dentro y todo se volvió oscuro para mí.
     Pronto me ví a mí misma regresar a casa en solitario con la lluvia, abrazándome por lo ocurrido en la iglesia. Mi vestido estaba pegado a mi cuerpo y el cabello me escurría por la cara por el agua, no llevaba suéter, nada que me cubriera.
     Las lágrimas de mi rostro se hacían una con el agua de la lluvia, por lo que no dejaba en evidencia mi llanto. Entre mi caminata hacia la casa que todavía quedaba bastante lejos, un auto se paró a mi lado. Por la ventana del copiloto se asomó una mujer rubia de mediana edad, de ojos azules cristalinos como el agua del océano.
     —¿Quieres que te lleve? —Preguntó con voz dulce, mirándome de arriba a abajo—. Eres la hija del señor Thompson, ¿no es así? Acabamos de mudarnos a la casa de enfrente, ¿quieres que te lleve?
     —N-no, está bien, mojaré el asiento.
     —No hay problema, solo es agua y puede secarse después, sube.
     Abrió la puerta del copiloto, estuve en duda en si hacerlo o no, pero finalmente subí al auto o terminaría peor de lo que ya estaba, podría enfermarme en serio.
      La señora amablemente me dio trapo que guardaba en la guantera y puso en marcha el auto.
     —¿Cuánto tiempo llevas caminando bajo la lluvia, linda? Podrías resfriarte, esta lluvia es un infierno.
     —Unos diez minutos más o menos, gracias. Prometo que limpiaré el asiento cuando me vaya.
     —No te preocupes por eso. ¿Cuál es tu nombre?
     —Grace Thompson.
     —Yo soy Chelsea Kingsley, un gusto en conocerte, aunque no creo que sea en la circunstancia más buena para ti.
     —Sí...
     Me regaló una sonrisa tierna, la sentí tan hogareña que me hizo sonreír por un instante, pero borré esa sonrisa de inmediato. Miré por la ventana, observando que la lluvia se había intensificado y con ella el viento se hacia más violento.
     No era mi día, estaba más que claro.
     —¿Desde dónde vienen? —Pregunté torpemente sin saber iniciar una conversación, no tenía mucha experiencia en hablar con las personas, menos desconocidas.
     —Venimos de Inglaterra, solo que mi esposo encontró trabajo aquí y decidimos mudarnos juntos. Tengo dos hijos, creo que Cillian es de tu edad.
     —Ya lo he conocido, va en mi clase.
     —Vaya coincidencia, es un tanto platicador y extrovertido, pero apuesto a que podrían llevarse bien...  Bueno, llegamos.
     Voltee, viendo que así era. Me había perdido en su plática que no me di cuenta de que ya habíamos llegado a nuestra calle. Ambas nos bajamos, aprovechando que había un cobertizo y no podíamos mojarnos.
     —Muchas gracias, señora Kingsley.
     —¿No quieres pasar a secarte?
     —Creo que ya le he causado bastantes problemas, un poco más de lluvia no afectará mucho de lo que ya me he mojado antes. Muchas gracias por traerme, hasta luego.
     —Está bien, hasta luego.
     Corrí hacia mi casa, metiéndome para descubrir que no había nadie, solo escuché un llanto del bebé en mi cuarto. Cómo odiaba que mi madre se largara y dejara al bebé solo, sabiendo que podría pasarle algo.
     Subí a mi habitación, y cuando me miró mi hermano alzó los brazitos para que lo cargara. Me miraba con una sentimiento muy cargado, sus ojos ya estaban rojos al igual que su nariz, no sabía por cuánto tiempo había estado así y me entristecía más.
     Lo tomé en brazos, llevándolo al baño conmigo para aprovechar y bañarlo ya que mis padres no lo hacían, todo lo que estuviera relacionado con mi hermano lo tenía que realizar yo. No era mi responsabilidad, pero tenía que hacerlo sino quién más lo haría.
     Durante su baño se divirtió jugando en el agua con uno de sus juguetes, salpicando. al terminar de bañarlo lo dejé en su corralito con su bata envolviendo su cuerpo, aprovechando para bañarme lo más rápido posible. Tocar mi cuerpo fue una tortura, sobre todo mi zona íntima que aún estaba lastimada.
     Lloré en la regadera, lamentando mi situación actual, llorando de rabia y tristeza el no poder decir nada, el callar como siempre lo hacía. Salí tratando de sonreír para mí hermano, a quien era el único que le debía la vida entera.
     Nos cambié a ambos, y bajamos a la cocina para poder cenar algo, sabiendo por la hora que mis padres no regresarían hasta más noche. Pasando diez minutos de estar ahí en la cocina, me di cuenta de la nota en el frigorífico.
     Habían salido mis padres a un viaje por parte de la iglesia, y no regresarían hasta dentro de dos semanas enteras. Dejaron dinero en el mueble del corredor y se largaron, era tan típico de ellos que odiaba su actitud.
     —Solo seremos tú y yo otra vez, Mickey. Aunque es mejor para ti, ¿verdad, cariño?
     El bebé me sonrió como si hubiera entendido lo que le dije, aplaudiendo con sus manitas. Es cierto que Michael solo estaba sonriente cuando yo estaba presente, con mi madre siempre lloraba y con mi padre no quería ni verlo en pintura.
     Tocaron el timbre cuando estábamos por subir a dormir, se me hizo extraño, pero igualmente fui a abrir.
     —Hola.
     Alcé una ceja al ver a Cillian frente a mi puerta con un paraguas cubriéndolo de la lluvia, me miró con una sonrisa ladina que temblaba un poco.
     —Mi mamá me contó lo que pasó contigo y cómo te encontró, sí, quería saber cómo estabas, bueno, ¿qué tal?
     —¿Qué tal?
     Rio entre dientes, rascándose la nuca con un tic nervioso. Mickey me sonrió y después ocultó su rostro en mi cuello, para volver a mirarlo y saludarlo con la manita.
     —Hola —saludó Cillian, pero apretó los ojos para agitar su cabeza y mirarme—. En fin, mi mamá hizo galletas hace rato y un poco de chocolate, le fascina la repostería, ella te manda esto para que no te enfermes.
     Alzó una pequeña canasta con una bolsa de papel dentro llena de galletas y un termo con el chocolate caliente dentro de él. Me sonrojé con ese gesto amable, nadie había venido a mi casa a traerme de comer o si quiera por mera cortesía.
     —G-gracias, esto es... Extraño.
     Tomé la canasta con mi mano desocupada, tenía que admitir que las galletas calientas olían bastante bien.
     —Y-yo... Qué vergüenza, no tengo nada para ofrecerte.
     —No es necesario, solo espero que te gusten, bueno, mi mamá cocina muy bien, ahora solo estoy divagando y creo que debería de callarme.
     Me hizo sonreír, algo tenía esa familia que tenía una facilidad para hacer sonreír a la gente. Y de seguro era un pode inmenso como para hacer que yo sonría.
     —Buenos, tal vez nos veamos por aquí, ya sabes, vivimos juntos, bueno, no juntos, sino frente al otro y puede que nos encontremos, o nos veremos hasta el lunes.
     —C-claro, gracias...
     Se despidió con la mano, yéndose a su casa. Lo miré por un rato hasta que entró a su hogar, pude ver por la ventana de su cocina que se reunía con su madre y hermano que estaba ahí. Su hermano se levantó, dándole una palmada en el hombre, riendo de algo y su madre les sonreía a ambos.
     —Tan normales y...
     Me callé, viendo el afecto entre ellos, ese vínculo formado entre familia que debería de ser normal... Pero en algunas familias dicho vínculo no se establecía.
     Cerré la puerta, llevando la canasta a la cocina, regresamos a nuestros lugares. Me permití saborear algo recién hecho y con buen sabor, era delicioso comer algo así. Incluso mi hermano pareció disfrutarlo demasiado por su carita tan sonriente, también sus ojos reflejaban incluso un brillo especial que no había podido ver antes.
     —Así que a ti también te gustaron, ¿verdad? Estaremos dos semanas solos de nuevo, espero que puedas soportarme.

Dos Seres Rotos ©Where stories live. Discover now