Capítulo VII

2 0 0
                                    

Me había comprado un vestido estilo veraniego, con un estampado floral en toda su extención, el cuello era cuadrado con un cordón delantero y la cintura de este era ajustado, a excepción de la falda que era suelta y contaba con holanes.
     —Tú quédate así, te ves muy bonita.
     —¿En serio?
     —Sí, te ves hermosa...
    Solo retiré la pañoleta de mi cabeza, dejando mi cabello pelirrojo suelto sobre mis hombros, volteando hacia él para quedar frente a frente. Se había colocado de nuevo su ropa, pero su expresión estaba seria, indecisa y me miró a los ojos.
     —Ahora te diré la verdad sobre mí...
     Dejó las palabras al aire, como si lo hubiera dicho sin pensarlo y después frunció el ceño, viendo hacia el cielo para después mirar al suelo bajo nosotros.
     —En realidad no nos cambiamos aquí porque mi padre estuviera en un negocio de trabajo... La verdad es que mis padres ha ni siquiera están juntos.
    Murmuró, recostándose boca abajo con sus brazos cruzados bajo su cabeza, mirándome desde ahí con tristeza, haciéndome sentir de nuevo esa sensación de malestar al verlo así.
     —La verdadera razón por la que estamos aquí soy yo y siempre he sido yo... Mis padres se divorciaron cuando tenía diez años, antes de eso pasé por sesiones grotescas de acoso escolar en la escuela porque siempre llegaba golpeado o porque nunca entendía las clases, y cada vez que pasaba a la pizarra o me preguntaban algo, siempre respondía mal o directamente decía que no había entendido nada...
     Empezó a jugar con una hormiga que pasaba por debajo de sus brazos, viéndola caminar por sus dedos.
     —Fui el objeto de burlas desde muy temprano, mi padre siempre me dejaba moretones que me avergonzaban y al final a veces terminaba con más moretones por culpa de otros niños... Mi madre no soportó más y aunque sus padres le habían asignado a ese hombre como su esposo, decidió divorciarse para alejarse lo más que podía de él. Después de dejarlo, nos mudamos primero a Chicago para un nuevo comienzo, pero  yo no podía adaptarme, me aterraba la gente nueva y rápidamente me catalogaron como débil, como aquél niño idiota al que podían molestar y no haría nada. Después de volver a caer en lo mismo, nos volvimos a mudar cuando entré a la secundaria, y de nuevo mostré esa debilidad de socializar, volviendo a lo mismo.
     Sonrió de lado, sin embargo, sus ojos estaban brillosos ante los recuerdos dolorosos que tenía en su memoria. Podía ver que sufría, realmente se sentía miserable ante cada recuerdo.
     —Ya era costumbre estar con moretones, raspones o heridas limpias todos los días, por lo que me sacaron de la escuela y empecé a estudiar en casa con un profesor privado, claro, hasta que mi madre no pudo pagar más y decidimos que era momento de regresar, y es como llegamos aquí. Creí que todo sería tranquilo esta vez, toda la secundaria y el primer año de preparatoria lo hice en casa, pensé que por fin podría llegar a un ambiente tranquilo... Hasta hoy, cuando me golpeó Mathew, me regresó al pasado en un segundo, me recordó de dónde venía y quién era, por qué estaba aquí, por qué había corrido tanto de la gente... Pero me acostumbré tanto a ser herido que ya no pude llorar de tristeza o dolor, sino por rabia —mató a la hormiga entre sus dedos, dejándola en el pasto para suspirar—. Por lo que reí y sonreí, de seguro me tomaste como un loco por eso.
     Me tumbé a su lado, haciendo se que colocara de lado sobre su costado derecho y lo abracé, siendo correspondida por él.
     —Lo siento mucho.
     —¿Y por qué? —preguntó con una sonrisa, acariciando mi mejilla.
     —Por mi culpa te golpearon, por mí te metiste en esto, lo siento.
     Cillian rio entre dientes, negando con su cabeza y se acercó para besar mi frente, sonriéndome para acariciar de nuevo mi mejilla con su pulgar.
     —No importa, después de todo, he conseguido lo que he querido siempre.
     —¿Y qué es?
     —Una amiga, se puede decir que eres la primera amiga que tengo y tengo suerte de que fueras tú... Sabes, recuerdo lo que me dijiste.
     —¿Sobre qué?
     —Si creía en el destino.
     —Oh, cierto.
     —Creo que empiezo a creer más en él mientras paso más tiempo junto a ti, ¿y sabes por qué?
     —¿Por qué?
     —Porque ambos nos complementamos, somos dos seres rotos que se unen en uno solo. Como hoy, en la mañana yo salí en tu defensa en la escuela y en el supermercado tú saliste a la mía... Aunque debo admitir que tú me defendiste mejor de lo que yo te defendí, realmente los moliste a golpes con ese bate.
     Rio de nuevo, besando mi frente una vez más para sentarse, sacando lo que compramos para empezar a abrir los dulces, sobre todo los conos de galleta y el helado, y como no había una cuchara, sumergió los conos en el helado para llenarlos. Me dio uno, viendo que el helado que habíamos tomado era en realidad de frutos rojos y no de vainilla como él había creído.
     —Este helado sabe mucho a nuestra situación, ¿sabes?
     —¿A nuestra situación?
     —Sí, sabe en un comienzo ácido y después dulce, como una extraña combinación que es agradable de cierta manera.
     —Tienes razón —le sonreí, comiendo el helado junto a él tranquilamente.
     La verdad es que tenía razón, éramos dos seres rotos que habíamos sufrido en silencio. Es como si de alguna forma, todos estos años hubieran valido la pena para encontrarnos, para compartir un mismo sentir y poder completar nuestra vacío interno. Y de forma chistosa, el helado también era otro acierto, una situación ácida que era endulzada por nosotros y así no fuera tan amarga.
     —¿Te puedo llamar Berry?
     —¿Berry?
     —Sí, suena muy dulce, creo que te queda muy bien ese apodo.
     Me quedé en silencio, pensando en su pregunta y no sabía si él lo había pensado, pero al ver nuestra comparación con ese helado, realmente creí que hacía una comparación de nuevo, esta vez relacionado con mi persona.
     No sabía si me comparaba con los frutos rojos, pero sentía que tenía sentido. Yo era una persona que tenía un lado muy pesimista, a veces desesperante en sufrimiento y agonía, lo que sería esa parte ácida o amarga de mí. Pero al lado de Cillian o Dylan, me hacían sentir como la persona más dulce que han conocido, como si fuera casi un ángel o una niña inocente a pesar de ya haber conocido el mismo infierno.
     Amargura y dulzura, así consideraba mi vida, así consideraba mi día a día. Un balance que a veces se quebraba de un lado, y a veces se mantenía sereno.
     Sonreí y asentí, dándole mi aprobación a Cillian sobre ese apodo.
     Miré hacia el cielo, viendo que se había despejado de nubes y después miré a Cillian, recordando los días en los que estuvo conmigo. No sé por qué en ese momento me ganó el sentimiento, creí que podría controlarme, pero terminé por sollozar y después comenzar a llorar.
     Creo que hasta ese momento, no había caído en cuenta de lo que había sucedido realmente. Después de años en los que estuve realmente sola, por fin había encontrado a una persona con la que podía comenzar a confiar de verdad y lo mejor, es que podría entenderme.
     Cillian se apresuró a estar a mi lado para abrazarme, besando mi frente reiteradas veces con cariño. Solo de tenerlo cerca, me sentí tranquila, en completa calma. Mi cuerpo dejó de tensarse, sentía que podía respirar con normalidad, mis músculos se destensaron, mi garganta dejó de sentirse obstruida.
     Nos acostamos, mirando el cielo como si fuera lo más hermoso que jamás habíamos visto antes. Y así nos quedamos por un buen rato, observando el cielo azul celeste que podíamos apreciar completamente limpio sin ninguna nube a comparación de estos últimos días, lleno de nubes negras cargadas de llanto y furia.
     Incluso llegué a quedarme dormida en el regazo de mi amigo y también él se quedó dormido, despertando cuando ya se estaba ocultando el sol. Nos levantamos, solo para ver que estábamos llenos de pasto en nuestras espaldas, por lo que nos levantamos para sacudirnos graciosamente.
     Juntamos nuestra basura, echándola en las bolsas de supermercado para marcharnos. Nos tomamos de la mano, caminando por la calle juntos como si el día hubiera estado tranquilo desde que despertamos esta mañana.
     Estábamos cansados de caminar tanto, pero como nos quedamos sin dinero, no pudimos tomar el autobús.
     Caminamos hasta nuestra casa, aunque al llegar fui por mi hermano y la vecina Wilson me lo entregó completamente dormido. Los dos nos dirigimos a mi casa con mi hermano en mis brazos, solo para subir a mi habitación y tumbarnos en mi cama, cansados por el agitado día que tuvimos.
     Ahí nos quedamos dormidos de nuevo con mi hermano en medio de nosotros.

Dos Seres Rotos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora